Not For You : Part 2

Largos meses transcurrieron. Genaro ya le había empezado a agarrar el gusto a la carrera. Tanto que había empezado a practicar, con relativo éxito, en el estudio de un familiar del enamorado de su hermana. Ganaba poco pero, en realidad, no necesitaba dinero. Esto pues trabajaba los fines de semana como disc-jockey en una exclusiva discoteca limeña. Y ahí si que recibía un buen sueldo que luego gastaba comprando ropa, libros y discos.

Para él, un amante de la música, mover frenéticamente cuerpos con canciones que contaba entre sus preferidas era un placer por el que, incluso, podría pagar. Decía que no existía un momento más sublime que el suspiro posterior al inicio de una buena canción, sobre todo si no era tocada en otro lugar.

—“Esas canciones que no pone nadie, o sea las que impones, son las que definen tu estilo como disc jockey”—repetía siempre que podía Genaro.

El caso es que parecía vivir inmerso en una profunda rutina--que incluía noches de pensar en Vero hasta llegar a alucinarla también pensando en él--cuando, de pronto, apareció Andrea y todo pareció cambiar.

Andrea iba al mismo colegio que Vero y era, además, hermana política de la mejor amiga de esta. Era alta, de buenos modales, pero también capaz de sostener grandes ratos de una locura que solo su edad podía disculparle. Esto debido a que sus padres se habían separado mucho tiempo atrás y a pesar que ellos mantenían una buena relación cuando la culpa parecía invadirlos no dudaban en combatirla pagando todos los caprichos de la niña y, desde luego, apoquinando buenas monedas cada que ella decidía salir en búsqueda de algo de diversión. Eso, obviamente, buscando congraciarse en algo con Andrea y con ellos mismos también. Ella, no siendo mala chica si dejaba en claro que con algunos de sus actos pretendía hacerle pagar al mundo y a sus padres el hecho que le haya tocado vivir dentro de una familia disfuncional.

Ese jueves Martín animo a todos a salir a beber y a bailar al bar de siempre. Darío iría con la vecina y Genaro, por su parte, escribiría un poco en la biblioteca de su Universidad antes de encontrarse con ellos. Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Andrea trataba a toda costa de convencer a su hermana y a Vero en dirigirse un rato al sitio del que tan buenos comentarios había recibido.

— Si voy solamente con mi amigas nos pueden pedir papeles y puede que no nos dejen entrar, en cambio si voy contigo, que conoces al negro de la puerta, entramos de hecho—le dijo casi rogando Andrea a su hermana.
— No. No iré. Vayan solas nomás, aparte que si le hablan bonito, con un buen escote y de cerca al negro, entran de cajón —le oyó decir a su hermana Andrea.
— Tú Vero, ¿vas?—jugando su ultima carta dijo Andrea.
— No, yo a ese sitio no voy. Y hoy mucho menos pues va a llamar mi madre y debo llegar temprano a casa —dijo cambiando de canción el disco de Pearl Jam Vero.
— Aburridas es lo que son, en fin, yo voy igual y seguro que voy a entrar y la voy a pasar de la puta madre—dijo molesta, pero optimista, Andrea.

Genaro ya había llegado y seguía muy poco la conversación de sus amigos. Estaba más pendiente de la gente que ingresaba al bar. En eso, una de escote pronunciado distrajo por unos segundos su mirada.

Había ya un ambiente de fiesta.

[Él, fijamente seguía mirando la puerta abrigando la esperanza de verla entrar a Vero para de una vez poder hablar y revestir de formalidad eso que empezó cuando meses atrás se conocieron. Ella, en casa terminaba de conversar con su madre--quien llamaba desde Philadelphia--y ya al final evitaría responderle si le gustaba algún chico.]

— ¡Ya! todos chelas, ¿no?—dijo de pronto, y para romper el silencio, Martín.
Ja, ni loco, ya pedí mi vodka —contesto riéndose Genaro.
— Bueno, nosotros vamos a ir a movernos un poco que la música esta buena y a eso hemos venido –dijo Darío mientras tomaba del brazo a la que le seguían diciendo vecina pero que respondía al nombre de Renata , literalmente la jalaba a la pista de baile.
Habían pasado treinta minutos y no se sabía nada de ellos. No se les podía ver. Estaba ya repleto el bar.
— Vamos a buscarlos y, de paso, vemos si hay algo —dijo animado Genaro.
— Ya, pero solo espero que ese huevas no se este agarrando a la vecinita y le caguemos el plan — se preguntó Martín.
— Él no es de esas huevadas, así que descarta esa posibilidad enfermito—le respondió Genaro.

Avanzaron sorteando mesas y bellezas hasta que Martín pudo ver a Darío flanqueado por dos lindas jovencitas. Eran amigas de Renata. Entonces, ambos contemplaron la escena y sin salir de su asombro se unieron al grupo.

Por largas horas conversaron, bebieron y se rieron de las graciosas historias de Genaro. Andrea, sobre todo, se notaba que gozaba oyéndolo.

— Están los dos ocupados, llevo cinco minutos esperando—le dijo Genaro a Andrea casi sin mirarla y apoyado en la pared frente la puerta de los baños.
— Si, están llenos todos. Te cuento que vengo del que está al lado de la barra y ahí hasta hay cola—le dijo Andrea, abriendo los ojos y haciendo un mohín de coquetería—Eres un cague de risa—susurró ella, a modo de cumplido.
Por algunos minutos apoyados ambos en la pared conversaron casi sin mirarse. Ya cuando regresaron a la mesa no ocultarían su deseo de sentarse cerca a seguir conociéndose. No pasarían muchos días hasta que se hicieron grandes amigos, con la sola diferencia que ellos se besaban, caminaban a veces de la mano y decían gustarse mucho. Eso sí nunca durmieron juntos.
— Ya sabes que me importa un comino lo que diga la gente, pero no sé que somos— le dijo Andrea acariciándole el rostro con ternura—o sea, quiero saber que carajo tenemos y, ojo, que no es capricho solo que me gustaría saber si en estos dos meses fuimos algo o solo hueveamos—siguió diciendo mientras se dibujaba una expresión de confusión en su rostro.
Es linda, la pasamos muy bien y no tengo ninguna razón para no decirle que sea mi enamorada. Quizás saliendo con ella, ya como pareja, logre olvidarme un poco de Vero. Total, ella nunca volvió, pensó algo decepcionado Genaro.
Pásame el control del equipo—le dijo.
— Te estoy hablando de algo serio y tú sales con eso—respondió ya molesta Andrea—me voy eres un idiota. No tienes ni la menor idea de lo mal que me siento.
Dame el control, luego vas y sacas dos latas de cerveza de la refrigeradora me oyes y si después quieres irte, no te detendré— dijo con un gesto convincente y subiendo la voz Genaro.

Andrea se para, le pasa el control y camina en silencio a la cocina. No prende la luz y tras abrir la puerta de la refrigeradora se queda observando detenidamente su reflejo en el foco. Piensa en lo que podría pasar.

Está claro, hoy termina todo y quizás sea lo mejor, pensaba Andrea mientras secaba el agua que rodeaba a las latas.

— Toma, me voy. Ya se hizo tarde—le dijo parada, en medio de una inédita y tensa situación entre los dos.
Genaro saca un disco que sabía bien contenía no una canción cualquiera, sino una especial.
Siéntate por favor—le dijo.
Mientras se miraban apenas amagaron sonreír cuando a él se le derramó la cerveza al abrirla. Genaro bebió un sorbo´, prendió un cigarro, le paso la lata y puso la canción.
— ¡Waiting For Somebody de Paul Westerberg! Así me dijiste que se llamaba cuando por primera vez hablamos apoyados frente a los baños esa vez que aseguras no haberme mirado todo el tiempo de reojo, ¡Ja!. No sabía que tenías el disco, nunca me lo dijiste—dijo Andrea sonriente.
— Ayer por la noche lo compré y queda claro que lo hice porque no había mejor música de fondo para la celebración de estos dos meses de habernos conocido. Es que, cariño, yo no sé cuando nos dejaremos, tampoco si pasados los años no nos arrepentiremos de no haber vivido bien esto que hoy nos pasa. Pasa que si hoy, luego de sesenta y tantos días, nos hemos preguntado que tipo de relación tenemos seguramente será que ya no nos basta parecer algo, sino ya toca serlo—dijo Genaro acercándose a ella, besándole tiernamente la mano.
—Sigue—le dijo Andrea intentando que no se frene Genaro y le diga, por fin, todo. 
—Ok, sigo. A ver, Andrea no te voy a decir que te amo, pero sí que tu presencia en mi consigue hermosear mis días. Y que la que creí era la única razón para no avanzar contigo hoy es, a mi pesar, solo una anécdota. La mejor, pero anécdota al fin y al cabo.
Andrea emocionada cierra los ojos antes de besarlo, luego apoya la cabeza en su hombro feliz y se ve invadida por una duda.
— No entendí eso último, ¿a que razón te refieres? Es una mujer, ¿no?
— Olvídalo, son huevadas mías.