Entonces
volteé y perplejo pude ver la misma aciaga escena de otras ocasiones:era Abril sonriendo con la boca cerrada, ladeando los
labios hacia la izquierda y levantando las cejas. Exactamente la misma cara de pendeja perversa de
otras ocasiones. La misma socarrona expresión de siempre. Aunque, en su descargo,
tal vez deba decir que lucía alevosamente linda. Que digo linda, estaba
infernalmente hermosa.
Seguidamente fruncí el seño e irremediablemente un mohín—mezcla de disgusto y asombro—se apoderó
de mi rostro. No obstante, me queda claro que ese primer segundo de verla fue
como tener inmediación con esa mejor foto que nunca he de tomar. Fue casi
como ver personificado ese texto sublime que nunca escribiré. Es más,
cuando oí su voz al saludarme, sentí que sonaba (sin sonar) la más linda melodía
que jamás será creada.
Ahí es
que sentí que empezaba a escribirse otro capítulo (hasta ahí inédito) de esta
historia que tiempo atrás, y a pocas semanas de iniciada, decidí enviar a la
papelera de reciclaje de mi corazón.
—Te vi
de lejos y te quise saludar—me dijo con ese mismo gesto maldito que no logro olvidar.
—Sí,
supongo—le dije fingiendo estar muy seguro de mi mismo.
—Respondí
tu correo, pensé que seguirías escribiendo—me dijo con la intención de empezar
a desnudar verdades.
—Lo
leí, pero, a ver, mamita… ¿Sigues
creyendo que escribo de ti?—le pregunté inmediatamente después de recibir su
primer zarpazo.
— Nada,
zonzo, ya al final pensé que quería que siguieras escribiendo. Ya sin importar si soy yo a quien te refieres, es que te anda quedando lindo, muy lindo el
relato—me dijo mientras volteaba a pedirle un whisky al barman.
Mentía
la pendeja, si era fácil deducir que su ego amaba reconocerse en este texto.
En un
esfuerzo redoblado de tranquilidad intenté, vanamente hay que decirlo, el
conducir la conversación por caminos distintos a este texto. Quise bajarle la
intensidad a lo vertiginoso del momento. Es que a lo
largo de ese ir y venir pude sentir que se nos veía como
una ex-pareja(es decir, eso mismo que nunca fuimos) que se encontraba casualmente
en un lugar, pero con la diferencia que el tiempo del contexto parecía
encontrarse en todo momento en presente. Ese presente carente de pasado y a la vez incapaz de mostrar atisbo alguno de querer vestirse de futuro.
Por lo
demás, pasados los minutos nuestra charla experimentó un cambio gradual hasta
reencontrarse con la habitual confianza de siempre. Mientras eso, a lo lejos, sus amigos y
los míos observaban espaciadamente la escena sin entender lo que estaba
aconteciendo en esa barra. Lo concreto era que a pesar del evidente nerviosismo, o por ese mismo, estar sentados en paralelo pienso que colaboró a que podamos manejar mejor la
situación. Sin embargo hubo, desde luego, algún silencio, temblores en las
voces y hasta una inesperada confesión.
— Abría
tu página, leía, y quería que te vayas directamente a la misma mierda—en tono
crispado me dijo.
— ¿Y
eso?—le pregunté.
— Tú
sabes a lo que me refiero, no te hagas al huevón.
Sus
palabras me obligaron a transitar vagamente el tema de mis escritos. Ahora
bien, tras eso igual le di en la yema del gusto cuando le dije que en alguna
parte le asistía razón: era absolutamente cierto que los episodios acaecidos con
ella habían despertado dentro de mí un sinfín de posibilidades narrativas.
Ella,
en cambio, abordaba directamente el tema de mis relatos, pero seguía sin
preguntarme si aquel que solía leer (es decir, este mismo) tenía algo que
ver con aquello que nos había tocado
vivir. Quería enterarse si toda aquella pasada cólera había valido la pena. Pero como
ponerse a absolver dudas implicaba abrir otros signos de interrogación, y al
final mi idea no era malograr el reencuentro, decidí abordar (o recordar) solo lo
lindo que había dejado su paso por mi vida.
Lentamente
la vi cambiando de humor y hasta pareció ruborizarse cuando le recordé un caliente
episodio en mi departamento. Oyéndola la pude notar, ahora sí, especialmente
alegre. Podía sentir el color de su voz y saber que estaba abiertamente
predispuesta a enterarse, ya sin increparme, lo que estaba pensando cuando se me
ocurrió escribir estas líneas. Esas (o estas) a las que su cabeza solía odiar y
amar en iguales proporciones.
—Me gusta como escribes, o sea no eres mi
escritor preferido, ni lo serás jamás. Pero me gusta tu estilo, de no tener
estilo— interrumpió pegando y acariciando.
— A ti, lo que te encanta es creer que escribí de ti y tus innegables encantos—dije pegando
y acariciando también.
Estando
ya más tranquilos bastaron apenas unos pocos minutos para retroceder en el
tiempo y completar las mitades faltantes de las medias verdades que nos
habíamos dicho en su momento.
— Te cuento que no volví con ella—le dije.
— No me
importa eso.
—Tuviste
razón cuando decías que ella y yo éramos muy distintos en todo. Es más, agregaste
que no teníamos ninguna afición en común y que eso, tal vez, siempre nos había
separado.
— ¡Ay, que
cargoso te pones!, ¿para qué me repites esas huevadas?
— Escúchame nomas, pasa que no olvido lo osada que fuiste cuando temerariamente afirmaste que la
mujer que siempre había esperado amaba a otro. O sea, tu. ¿Quién mierda te creías para
decirme eso? ¿Acaso no te acuerdas que lo hacías luego que tirábamos?—le dije
en voz baja, pero firme.
— ¿Y
eso que tiene que ver?
— Tiene
que ver y mucho. Es fácil darse cuenta de ello. Tú sigues pensando en tonterías.
En cambio yo estoy muy enfocado en lo que quiero y hasta en lo que no quiero.`
Esas últimas
palabras habían calado hondo, muy profundo. La habían hecho sentirse tan poca cosa,
tan nada. Para entonces ya no volteaba a desafiarme
con la mirada y solo atinaba a fisgonamente mirarlo todo apenas con el rabillo del
ojo.
De
pronto su orgullo le ordenó reaccionar y eso hizo.
—Esta
es la parte en la que el dizque escritor piensa que sus historias le interesan
a un culo de gente, y por eso procura armar dramas donde no existen. Además que dice asegurarse de vivir ese tipo de
huevadas solo para luego escribirlas. Y no sabe que esas estupideces que él supone se parecen a geniales textos dignos de ser publicados, son solo una mierda tan
insignificante como el mismo—dijo luciendo todo lo irritada que jamás la había
visto.
— Se
entiende que te refieres a mí, ¿no?—pregunté punzante a la espera de verla
descargar toda la cacerina sobre mí.
—No sé,
no sé, puede que sí, puede que no, nobody
knows como dices tú—dijo sonriente y demasiado cachosa.
La vi pararse. La reconocí y me reconocí. Luego la vi reincorporarse a su grupo de amigas y parecía estar de lo mas distendida.
Entonces hice lo mismo y volví a la mesa donde seguían bebiendo M y sus amigas. Mientras hablába con ellas vi a Abril caminando otra vez con dirección a la barra y entonces quise, pero no pude, evitar seguirla con la mirada.
—Te referías a mí, yo no a ti, y viceversa—pensé mientras furtivamente seguía mirándola.
Ahora pienso que pude pararme, darle el encuentro y decírselo. Pero también podía escribirlo.