Una noche por gusto

Por ese segundo parecía estar como ida, algo así como presa de un impulso natural que lograba descolocarla. Al siguiente, su primera reacción fue mirarlo dueña de un gesto entre tierno y neutro. No hablaba e infatigablemente solo lo observaba dormir. Sentía que la impacientaba saber que luego de un tiempo—y tras haberle comunicado meses atrás su firme decisión de ponerle fin a su relación de varios años—lo estaba mirando quizá con demasiado detenimiento. Sintiendo un poco de culpa, eso sí.
   
Inexorablamente el cansancio que llevaba encima, la obligaría por algunos segundos a pestañear. Entonces, fue que se obligó a abrir bien los ojos y notó la poca luz que alumbraba esa habitación. Apenas destellaba una muy tenue la que, a duras penas, lograba llegar desde esa desordenada sala. Corría un ligero viento, pero no es que se sintiera frió, de ahí que sus cuerpos desnudos lucían cómodos de llevar solo piel encima. Tras esto, ingresó al baño y descubrió(de la mano del espejo) que sus mejillas habían tomado un tono rosáceo más intenso que el de otras ocasiones.

Luego es que pensó que no entendía ese indefinido vínculo que aun los mantenía unidos. Enseguida se reprocharía el hecho de estar en donde estaba y sobre todo comprobar, una vez más, lo frágil que se sentía ante la presencia del que creyó era materia olvidada. El caso es que esa furtiva noche, en definitiva, no le había resultado una más, eso lo tenía por seguro.

De pronto, decidió caminar observando cada detalle de ese lugar que la había recibido por años, aquel donde casi siempre se había sentido como en casa. Entonces, en medio del silencio, se pudo oír una leve risa (la suya) cuando cayó en la cuenta que insospechadamente estaba volviendo a andar sobre sus antiguos pasos. Acto seguido empezó, cual sabueso, a identificar el lugar por sus olores, esos que sabía bien no había podido olvidar jamás. Porque así como tenía una memoria táctil de sus mejores sesiones amatorias, también había desarrollado una olfativa que de inmediato le lanzaba imágenes, sensaciones y sonidos de momentos vividos ahí mismo, con él. Sin pausa siguió caminando mientras iba notando lo poco que había cambiado el ambiente: seguía oliendo a tabaco quemado, estaban como siempre discos de música y libros esparcidos por todos lados y hasta una foto de ellos pegada con cinta adhesiva al centro de la puerta de la refrigeradora.

Después de esto, un tanto apresurada abrió su cartera para chequear su teléfono móvil(al que recién llegada le había bajado el volumen) y al verlo sonrió complacida: no tenía ninguna llamada perdida. Ahí es que recordó cuando le dijo—al que aún dormía—que si algo la seducía era el peligro, o sea, el saberse expuesta a ser descubierta y que eso jamas ocurriese.

Volvió a la cama.

Echada, ahora mirando fijamente el techo, parecía estar mentalmente intentando formarse una idea de lo que estaba ocurriendo en ese instante. Trataba, vanamente, de negarse la estruendosa verdad que le acababa de repetir cada gota de sudor que húmedamente la habían recorrido minutos atrás.

[Si algo quedaba claro hasta ahí, era que su cuerpo ya había reaccionado. Ella todavía.]

En eso, estiró el brazo derecho y deslizó la sabana sobre sus satisfechos cuerpos. En esa fracción de segundos pudo reflexionar que justamente había sido su actuar— y goce—los que le habían dado una respuesta que no esperaba asumir tan pronto, al menos no del todo.

Evidentemente la estaba consumiendo no entender el por qué de las cosas. O no querer entenderlo que para el caso resultaba siendo lo mismo. En ese instante se recordó en esa misma cama disfrutando niveles altísimos de un placer intenso que así, se dio cuenta, solo podía suscitarse con él.

Cerró otra vez los ojos.

Lo que siguió a esto fue la retahíla de nuevas imágenes que continuaron apareciendo desordenadamente por su mente. En una de ellas se pudo ver llegando demasiada ebria a esa misma habitación mientras velozmente (y en el camino a ella) despojándose la ropa en medio del frenetismo de la irrefrenable pasión que tenían instalada esa noche. En ya otra imagen, se vio nerviosa mientras su actual novio la presentaba a su familia. Recordó, además, que no la miraron ni bien, ni mal, solo con algo de desconfianza.

Fue mi cara de culpable la que me cagó, se dijo para sus adentros mientras sonreía.

Ya la última imagen la ubicaba en su cuarto echada. Tenía los brazos cruzados atrás de su cabeza, con la luz apagada y pensaba en el buen dúo que hacían en la cama ella y su pasado anterior, o sea, él. Ahí, justamente, y cual acto reflejo su mano derecha acusaría cierta levedad y descendía en búsqueda de esos sabores solitarios y furtivos que tanto le gustaba disfrutar. 

En eso se volvió a parar sintiendo que el mecanismo que articulaba sus sentimientos había colapsado y que, tal vez, era el momento de marcharse. Con esa idea en mente, salió de la habitación pensando en cambiarse, pero antes de eso decidió servirse un vaso de agua helada buscando refrescar su momento. A ella y a sus ideas, para ser especifico. 

Con el vaso ya servido, y viendo una cajetilla de cigarros en esa mesa, encendió uno y puso su disco preferido: uno de Iván Noble. Dejó sonar su canción preferida a un volumen moderado, pero luego no pudo evitar cantarla ya con menos cuidado en el ruido que producía su emoción de casi gritarla otra vez en el mismo lugar donde la descubrió.

“Y tus manos no me escuchan, y mis labios no quieren ni verte. Un minuto antes de dejar de quererte. Y mi olvido no te olvida” Esa, la parte de la letra que más le gustaba de esa canción, estremeció por unos minutos el lugar. Inevitablemente, y algo asustado por la bulla, él se despertó y frotándose los ojos saldría a darle el encuentro.

Ella, viéndolo llegar, solo atinaría a sonreír y antes que pudiese pronunciar palabra alguna se encargó de contarle la felicidad inmensa que la embargaba de haber vuelto a verlo,  de comprobar la buena química en el tema sexual que seguían teniendo y por haber vuelto a cantar su canción emblema en donde la escuchó por primera vez.

Sin dejarlo decir nada, cogió su cartera, miró su celular (que ya registraba doce llamadas perdidas) y se apresuró en encerrarse en la habitación para cambiarse e irse. Lo último que  hizo fue mirarlo de lejos, mover la mano derecha en señal de despedida y partir sin decir nada sobre lo ocurrido.

"Un minuto antes de dejar de quererte" fueron las últimas palabras que se oyeron en ese lugar.