Permiso para no asentir (El caso Bryce)

No se puede negar la existencia del silencio cómplice, pero: ¿Que hacer cuando quien recibirá las acusadoras balas de la indignación es el mismo al que le profesamos una profunda admiración?, no lo supe hasta ayer, cuando recordé aquella vez que un “distraído” hizo suyos algunos escritos míos y, la verdad, no lo hubiera querido recordar, ni saber nunca.Entendí que servía de poco hacer caso omiso a lo que me había venido exigiendo mi consecuencia y entonces debía dedicarle algunas líneas a esta encrucijada de la que culposamente, lo sè, preferí tomar distancia.En fin, sucede que el paso del tiempo hizo que pasemos de razonables indicios-que entiendo nunca fueron tales -a una innegable certeza y, debo decir, que comprobado ya el delito no quedan ya mas ganas de seguir engordando la vista. Y que lastima se trate de un notable novelista y colega ademàs.Pero, como, una es dejar sentada una posición y otra subirse al carro de la siempre hedionda envidia que, en este caso, carcome a los que el ángel del talento ha dejado desamparados, no provoca juzgar sino mas bien reflexionar sobre el caso en cuestión.Sin dejar de decir que, sin duda, fueron precisamente las escuetas explicaciones-que Bryce deslizo sobre el caso- las que lejos de absolverlo pareciera fueron a darle en la yema del gusto a sus acostumbrados, y menores es cierto, detractores. Pasa que ni Martín Romaña, ni siquiera en su exagerada vida, se hubiera podido dar maña para plantear como turbio lo diàfano.Sucede, que la apropiación de obra ajena existe, ya lo que se discute es solo la voluntariedad del agente (Bryce) en la comisión del acto. Y esto, es mucho decir ya que aquellas esperanzadoras y minúsculas dudas, que aun subsistían, parecieran haber quedado desvirtuadas en el mismo hecho, que no se ha encargado de negar el medio, que haya sido precisamente Bryce quien les envió dichos textos para su posterior publicación como suyos.Si bien, es cierto, que configurada la acción impropia esta, en su condena, no debiera conocer ni hacer distingos entre un desconocido y un autor famoso., también cabria preguntarse si acaso alguno de los altisonantes afectados asume, en realidad ,como afrenta los hechos o es solo que al verse, de algún modo “homenajeado” por un excelso literato, encuentra en tal alharaca la tan ansiada vitrina que logre, por fin, exhibirlos a un nivel al que solo colgados de la bien ganada fama de Bryce Echenique podrían acceder.Es decir,¿No será acaso que lejos de sentirse indignado, a alguno de los “despojados” le urgía hacer pública su denuncia, porque se trataba de la única forma de lograr aquella notoriedad que la tibia calidad de su obra le seguía negando? Me queda claro que me asiste el derecho al menos de dudarlo. No obstante, cierto es, que generalizar la motivación de los afectados al hacer pùblica su denuncia seria una actitud aun mas ligera que la que tuvo el novelista- al que todos sabemos le sobra brillantez-al tomar lo ajeno para hacerlo pasar como propio.Tal parece, a juzgar por los hechos, que todo se ha resumido a dos bandos ambos de tendencias bien marcadas: unos que, dedo acusador de por medio, han saltado hasta el techo condenando al plagiario, y, por otro lado, otros que han preferido que su silencio responda por ellos. Lo que es a mí, estando hasta hace poco más cerca de los segundos, no me ha parecido justo plegarme al "cargamontón", pero tampoco entiendo como una travesura menor lo sucedido. Es decir, pasado el estupor no queda más que repudiar –venga de quien venga-cualquier tipo de sombrío artilugio que haga pensar que una obra, cualesquiera sea su nivel, le pertenece a otra persona distinta a la de su autor.Esto, sin embargo,esta lejos de intentar mancillar el indiscutible talento y la elegancia literaria de la que hace gala Bryce en su vasta bibliografía.Entonces, a lo hecho pecho que errar es de humanos y de genios... también.