Nueve es extraño y la extraña. Ella, en
cambio, no es extraña y apenas en contadas ocasiones confiesa extrañarlo. Nueve
la ama y detesta a la vez. Ella, todo parecería indicarlo así, lo amó incluso hasta
en el preciso instante que decidió incorporar otro guarismo a su vida. Precavida,
eso sí, suele ventilar que no lo odia pero,
a su vez, que le tiene sin cuidado el hecho de anidar un creciente desinterés sobre
él.
Nueve, asaltado por la misma vieja
nostalgia, cuando escucha esa canción nunca la interrumpe y espera que finalice
para repetirla una y otra vez. De hecho, mientras la escucha, evoca sus caras
felices de cuando la oían cada que llegaba un nuevo mes con su nombre. Ella,
por su parte, tiene ese tema depositado en cuanto sitio posible le permita poder
oírlo en cualquier momento y lugar.
Nueve cuando se refiere a ella y a lo que
fue su relación, suele decir que no le
preocupa haber intimado con la palabra “olvido” pues siente que su estela de ser
un número indeleble en su recuerdo le otorga otro lugar y, por ende, otra relevancia.
En definitiva, insiste que no pone en duda su capacidad de generar recordación.
Aunque esto, ahora que lo ha pensado mejor, tiende a variar y entonces a regañadientes parece
haber empezado a asumir el hecho de haberse convertido para ella en solo una olvidable
fecha del calendario de su vida pasada.
Nueve, atrapado en ese trance, la piensa e
inmediatamente monta en cólera cuando
repara en que quizás realmente lo ha olvidado. O al menos que así se lo haya
hecho creer a medio mundo. Debido a eso, putea en demasía cuando cae en la
cuenta que al oír nombrarlo (así: nu-e-ve) ya ni medio pelo logra moverle.
Nueve, sin embargo, sabe que su imagen
sigue estando en todos sus momentos. No
obstante, está recién camino a entender que cuando ella revisa la hora, cuando mira el
teclado de su computadora y cada vez que un nuevo mes vuelve a mencionarlo, es
cierto que se configura su aparición, pero
ya sin ningún significado para ella.
Nueve no entiende que es solo un número y
nada más. Es terco y en ocasiones se aferra a pensar que aún es importante en
su vida. Lejos está de hacerse a la idea de una ruptura definitiva y debido a
eso es que el desarraigo le resulta tan doloroso.
Lo mejor está siempre por venir, leyó—y
no quiso entender—alguna vez por ahí.
Nueve, melancólico por antonomasia, a pesar
de todo cree estarse complicando cada vez menos con su lejanía. Intenta asumirlo,
al tiempo que refleja todo ese sentir en sendas líneas. Por añadidura, sus días
transcurren entre vodka, cartas urgentes y la misma canción. La de Fabiana, como
no. Eso hasta ese día gris que luego, como era
de suponerse, le daría paso a una ligera pero constante llovizna. Esa tarde Nueve
sintió estar tranquilo pero invariablemente pensativo. Le daba vueltas la idea que
ese sería su último día de soltera. Ocurría, pues, que aquella que con la afirmativa (y un dulce
beso) lo hizo nacer; esta vez con esa misma respuesta le confirmaría su olvido. E imaginarla en ese exacto momento del “si” frente a algún altar lograba colocarlo en la intemperie de sus emociones. En la nada misma. Entonces, algo afligido vinieron a
su mente sus tiernas palabras cuando le dijo que con él se habían suscitado dos
hechos inolvidables en su vida. Coligió, desde el pasado, que ella se refirió
puntualmente a la primera y última vez que se enamoraba así tan intensamente
de alguien.
Eres el mejor y el definitivo, le dijo.
Lo que cierto, o no, le oyó decir a ella con los ojos brillosos y llenos.
Ahí lo tuvo decidido. Esta vez no iba a
acobardarse y no desistiría de su delirante cometido. Faltaba apenas media
hora. Al menos así decía la invitación que pudo leer por una amiga en común a la que aun suele
frecuentar. Además, por si fuera poco, era nueve de marzo.
Partió.
Nueve da algunos pasos en medio del
silencio y estratégicamente procura buscar un lugar que le permita divisarla en
todo su esplendor. Lo encontró, y entonces siente como si estuviese en medio de
una burbuja, o sea, totalmente aislado del mundo. Ya para ese momento ni lo
mórbido del asunto le haría abdicar de empezar a escribirle.
“No sé por dónde empezar. Tal vez, y solo tal vez, lo primero debiera
ser que ni verlo me logra convencer de lo que mis ojos están viendo. Y lo siento si en esto, como en mi amor, soy
todo lo redundante que detestas sea siempre. Pero qué carajo importa ahora eso
confrontado con la ensalada de nada de la que estoy siendo mudo testigo.
¿Alguna vez te pasó el no poder
identificar (o, digo mejor, sentir) la real intensidad de un profundo dolor
emergente? Ese que sientes te deja el corazón estrujado pero no percibes manifestarse
aún del todo. O, al menos, no como una aflicción que sea efectivamente todo lo
desgarradora y lacerante que debiera ser. No, no lo sentiste. Ok, buscaré esa canción
y sigo. La encontré y es perfecta hasta para este momento en el que escribiéndote me siento un lunático de
mierda.
Continuo y reflexiono en lo raro que es todo
esto. No veo, por ejemplo, a nadie parecido a mí ahí contigo. No lo puedo
creer. No. Es como si, de pronto, todo se hubiese tornado en un incontrolable y
creciente desastre.
¿En qué parte me desapareciste de la
película? ¿Por qué ese doble que pusiste al lado tuyo no parece ser ni la mitad
de mí?
Pero, a ver, todo esto me obliga a
aclarar que aunque, por lo general, me comporto como una persona normal, esto
es, no juzgo a nadie y mucho menos permito que lo hagan conmigo. Ahora bien, es esta
situación la que me viene superando. No entiendo un carajo. Es más, ahora mismo que
entro en razón, siento que con saña podría decirte que eres la peor basura del
universo. Y sabes que mentiría. Jamás, ni hoy, he creído eso. Aunque, a este
punto, reconozco que me jode seguir pensando que eres la mejor. Porque no eres
la mejor, pero tampoco la peor. Eres, hace ya un buen tiempo, tan solo la pieza única del añoso
museo de mis afectos.
¡Carajo ya sé que es: es esta canción la
que hace que se desborde el feeling, que
cagada!
Anyway. Sí, en fin.
Por otro lado, como es fácil que supongas,
me siento inopinadamente invadido por tal desazón que quiero pensar que son los
nervios los que me hacen sonreír en silencio. Igual, al fin y al cabo soy
jodidamente bipolar, lo sabes. Otra cosa, y
también en ese sentido, sabrás disculpar que no esté vestido
adecuadamente para la ocasión. Pasa que para mí, esta ni siquiera es una
ocasión. Es una ocurrencia, y tuya. Otra más. En lo que a mí respecta, tal vez
la última.
En ese tema, recién estoy cayendo en la
cuenta lo mucho que desentona mi sinceridad con tus invitados. Será por eso que acabo de sentirme
todo lo no invitado que, efectivamente, soy. Aunque eso, y espero sepas comprenderlo, me
importa dos carajos.
Estoy aquí y punto. Que se jodan todos.
Todo se sigue suscitando y lo que empiezo
a sentir es indescriptible. Es una rara mezcla de todo. Es tan extraño que
figúrate que hasta una mínima—es verdad—dosis de furiosa felicidad acaba de recorrer
fugazmente mi cuerpo. Estar aquí lo ha exasperado todo, tanto que estoy tardando en encontrarme con esa mediana destreza con las palabras de la que habitualmente suelo presumir.
Será por eso que en este segundo me acabo
de preguntar qué diablos hago aquí y me he resp0ndido que he venido a
confrontarme con eso que acostumbro decir siempre, o sea, que te olvidé y que ya no me importas ni mierda. Y de repente no
sé por qué (o si, y no me interesa) pero me noto muy grosero hoy. Por si no te diste cuenta, inéditamente la
palabra que más he usado en este texto es “mierda”. Y hasta eso es una mierda hoy.
Mientras escribo, acabo de notar que ya
algunas avispadas, y las hipócritas de siempre, se acaban de percatar de mi incómoda
presencia. De alguna manera sé que me miran y en silencio celebran el verme a
mí aquí y a ti allá. Y, claro, si siempre se sintieron las grandes eruditas,
olvidando (convenientemente, obvio) que
sus vidas solo conocen de sonoros fracasos en ese tema que supuestamente dicen
dominar: el amor.
No
obstante, no me detengo y sigo escribiendo. Total, si antes siempre lo hice, no
veo por qué hoy tendría que dejar de hacerlo. Porque entérate que escribirte es
algo que, amén de este infausto momento, espero seguir haciendo hasta cuando
estos ojos (que hoy ven tu insegura sonrisa) decidan cerrarse para siempre.
Otra cosa, tal como si lo hubiese
preparado ahora mis audífonos me acaban de lanzar la siguiente pregunta en
forma de canción: "¿Dime que será, que será de los dos cuando pase la vida?". Sí,
es parte de esa misma canción que, obviamente,ya reconociste. Esa que en el titulo lo resume todo. La que reza
algo así: “Si tu risa escapó, si no escuchas mi voz" y esa que sé te gustaría saber que estoy oyendo
para venir a oírla conmigo. Porque hoy más que nunca, así se lea ridículo,
siento que esa hermosa letra nos sigue describiendo. A los dos y a nuestras
circunstancias. Y descuida que no me tienes que decir que nunca la dejaste de oír
y que acompañó esas noches en las que mi recuerdo, obviamente sin pedirte
permiso, le apareció a tu cabeza. Te encanta, lo sé.
En tanto sigue sonando, pienso que quizás
quedaría bien que diga que la atesoré especialmente para hoy, pero no es
verdad. Nunca la moví de donde siempre ha estado, créeme. ¿Por qué lo hice?
Tendría muchas vagas razones para sustentar dicho despropósito, pero pienso que
lo hice un poco para torturarme, para hacerme mierda y en otra gran parte para
traerte durante estos leves minutos de vuelta a mi vida. En suma, para poder recrear,
acaso solo en mi mente, un poco de lo mucho que me dejaste. Y cuando digo
“mucho” no necesariamente significa “lindo”.
Es que, a ver, ¿ahora no me vas a pedir que te cuente una historia en la
que fuiste, mal o bien, protagonista no? Si muy bien sabes que lo lindo fue muy
lindo y lo otro fue como esto que veo ahora mismo: una mierda. Y me contradigo,
lo sé. ¿Y cuándo no fue todo contradictorio entre nosotros? Pues, bien, entérate
que esta no ha sido la excepción. Tan de ilógico tiene todo esto, que hasta
acabo de sentir la irrefrenable necesidad de decirte que te quiero más que
antes. Que digo más, como nunca antes.
Pero como explicarte que no tienes que
enojarte pues puede que siga siendo el mismo desquiciado e irresponsable de siempre, pero
tienes el alivio de saber que hoy estoy siendo muy sensato al buscar cerrar
nuestro viejo capitulo inconcluso hasta este instante.
Vista así, mi presencia lejos de resultar
inentendible es algo que se puede resumir en unas pocas palabras: dejé de ser
invisible solo para despedirme, pues aunque ahora mismo no me veas, cuando leas
esto sabrás que también acompañé, sin estar de acuerdo, la peor decisión de tu vida. La peor para ti y la mejor para mí.
“Una vez más te aliviaras, me aliviaras",
sigue derramando verdades la misma canción.
A propósito de verla, acabo de pensar que
nos estamos reencontrando tu espalda y yo. Es una sensación extraña pero, al fin y al
cabo, interesante. Observo el natural bronceado de tu piel y siento que se me
escarapela el cuerpo. Luces, tengo que decirlo, exageradamente hermosa. Lástima
que aun habite en ti esa parte tuya que no te deja brillar del todo. Esa arista tuya que está pensando que estaré haciendo en este preciso segundo. A ella dile que estoy aquí amor, hablándote sin hablar, vencido,
abrazado al dolor y como siempre a su lado. Y cuéntale, además, que se andan asomando (buscando ver la luz) unas
gotas que juro no voy a dejar caer.
Time
to go!
Ahora que parece todo terminar no sé si
quiero seguir viendo hasta el final esta nuestra última función. Me voy. Antes
de eso quizás deba contarte que en este segundo acabo de redescubrir mi inmenso
espacio desequilibrado, pues se me acaba de ocurrir que luego, tal vez, nos
saludaremos y quizás lo sellemos todo con un furibundo beso muy parecido al de
aquel día de noviembre en el que nací. Esa noche de nueve”.
En el breve lapso que siguió, Nueve la
vio voltear y comenzar a lentamente avanzar en medio de la algarabía del gentío.
Él, de pie, imperturbablemente solo la observaba mientras le subía el volumen a
la misma canción.
Entonces amagó dar algunos pasos hacia
atrás sin dejar de seguirla con la mirada. Lejano al ruido de la incesante
lluvia de aplausos decidió marcharse. La gente se acercaba y él se alejaba sin dejar de oír la misma
melodía. De pronto, en esos segundos se le ocurrió pensar en lo recurrente que
fue para ambos tropezar (a placer, es cierto) en todo momento con esa misma letra. Concluyó, entonces, en que lo más seguro es que siempre fue una
especie de aciago vaticinio de aquello
que inevitablemente habría de ocurrir. Lo que se dice una suerte de temprano bálsamo.
Con los años entendió o, quizás, debiera decir lo entendimos. Que, si pues,
nada es para siempre.
Agradecimiento especial por la foto : www.rolandojurado.com
Agradecimiento especial por la foto : www.rolandojurado.com