Morriña [El Diario de Paula]


Paula, pienso, podría encajar perfectamente en cualquier definición de mujer común. Tal vez, lo único diferente en ella sería que reconoce estar dotada de una fuerte tendencia a añorar el pasado. Es, quizás, por esto que pareciera disfrutar de estar un poco anclada en esos años donde está segura fue más feliz que en su presente. Sucede que, a grandes ratos, siente que no le gusta casi nada nuevo y que prefiere todo lo que vivió, gozo, oyó o leyó en años anteriores a estos que corren.

Y no es que a sus casi treinta no se haya dado una lógica evolución en su vida, ni hablar. No sería justo afirmar eso. Nada de eso. Bastaría con decir que es socia de la sede en Lima de una importante firma internacional de auditoria. Es, justamente, ese contexto favorable el que le permite gozar de una apacible vida que, dicho sea de paso, la exime de pasar sobresaltos, al menos en lo que se refiere al tema económico. Por eso, cada que puede, y su cuerpo y mente así lo precisan, suele viajar en búsqueda de conocer otras culturas y pensando también, por qué no, en darle un giro de 360 grados a su vida. No obstante, siempre vuelve a casa a enfrentarse nuevamente con esos mismos fantasmas que la vienen acompañando desde siempre.

Paula, como cuando niña, hasta el día de hoy escribe a puño y letra un diario donde procura dejar un registro de sus momentos más importantes. Lo cierto, que al pasar las hojas se puede ver la elegancia que despliega su escritura, lo interesante de sus relatos (que lucen como cuentos cortos) y la redundancia en un tema: el amor. O, dicho mejor, en la constante tentativa inacabada de amar y ser amada.

Sin embargo, y como no todo era amor en su vida, durante la primera noche que pasó en su nuevo departamento de soltera se sirvió un trago, prendió un cigarro, abrió su diario y escribió:

A ti mi nuevo hogar,

Acabo de llegar y ya te adoro. Eres mi espacio, solo mío. Contigo voy a compartir mi soledad y la convivencia con esos ángeles y demonios (vinieron conmigo mis recuerdos). Y, sí, he de contarte que aquí —o en un sitio parecido a este—estoy segura que hubiese vivído con él. Sí, con él. Pero, no importa, pues como todavía lo llevo dentro, entonces vamos a ser dos lo que te habitemos: Yo y su recuerdo. La burra siempre por delante, obvio.

(....)

Paula disfruta mucho de la música en general, pero mucho más de aquella que la logre depositar exactamente en situaciones vividas o que le traigan de regreso a las personas que siente ha amado especialmente en su vida.

De ellos, es que siempre se permite individualizar del resto a tres: José María, Marcelo y a Leopoldo, su último novio.

Ahora bien, es de Leopoldo del que más suele hablar; es su recuerdo preferido y ella lo sabe. Y no por ser el más reciente, sino por lo intenso de lo que vivieron. Debido a esto, es que disfruta contándole a todo quien se le cruce en el camino la forma cómo se enamoraron, terminaron, volvieron y el momento justo cuando se fue a la mierda esa relación.

Lo real, es que fue puntualmente el frenetismo de esa pasada relación lo que siempre consiguió desbaratarla. Odiaba reconocerlo pero fueron, precisamente, esas idas y venidas las que la mantuvieron siempre atenta a lo que pasaba con él y su pasada historia. Un amor extraño, pero a la vez vehemente. Y es por esto que, todavía, se sabía aferrada a ese sentimiento.

Pasaron algunas semanas hasta que llegaría el día que lo cambiaría todo. Esa noche le ocurrieron muchas cosas: volvió a darle cara a su nostalgia y media ebria llegaría a casa a escribirlo todo en su diario.

Sábado, noche, mi nostalgia y tú.

Acabo de llegar de una reunión a la que no pensaba asistir, y que nadie dude que digo la verdad. Es que antes de eso no contaba con que mi buena amiga G, aquella que estudió conmigo en la Universidad, me llamaría repetidas veces apelando (sin temor a fallar, me diría luego) a mi súper ego para repetidas veces decirme que en el lugar donde se encontraba habían algunos muchachos que esperaban conocerme pues me habían visto, y leído, en su Facebook.

—Les he dicho que vendrás, no me cagues—me dijo sonando todo lo convincente que esperaba ser a mis oídos.

Estaba en pijama y me daba tanta flojera salir, pero luego pensé que ese mismo personaje había estado en momentos trascendentales de mi vida y que no podía desairarla. Al menos, no así como así. Recordé que siempre nos solíamos contar todo pero, claro, sin entrar en detalles en casi nada. Contradictorio, o no, así fue siempre.

—Ni hablar, tengo que ir— me dije. Igual y que me digan una vez más lo linda e interesante que soy, estaría buenísimo—seguí diciéndome, como siempre tan altiva y soberbia.

Lo que vino luego, es que entre aburrida y malhumorada por tener que cambiarme, igual decidí partir hacia el lugar. Y esto, digo la verdad, sin ninguna otra razón que no sea solo la de cambiar de aire, tomarme unas buenas copas de algún fino licor y, sobre todo, para no quedar mal con G.

Lo que ocurrió es que llegué y de inmediato me sentí entremezclada con caras en exceso desconocidas para mí. Había un buen ambiente, eso sí. Muchos melómanos y demás personas que decían haber visto y leído los lindos escritos (así dijeron, lo juro) que suelo depositar en el visitado Facebook de G.

—Buen gusto al menos tienen—soberbiamente, nuevamente, pensé al oírlos.

Gente que fue muy cariñosa conmigo, la verdad.

Recuerdo que el inmueble tenía hasta tres ambientes y era muy lindo. De pronto, entré aburrida y curiosa, decidí ingresar a otro de ellos en el que estaba el dueño de casa al que en ese momento recién me presentaría mi buena amiga G. Él, en medio de la afanosa presentación, la interrumpió para decirme que le parecía un gusto el hecho de, por fin, conocerme pues había leído lo que le escribía a G, para luego afirmar que le gustaba mi estilo. Dijo, además, que tal vez debía tomar en serio eso de escribir, pues a su parecer tenía mucho talento. Enseguida le confesé que en eso andaba y que esperaba que se haga realidad eso de inscribirme en algún Taller de Escritura para principiantes.

—Igual agradezco lo generoso de tu comentario—le dije tratando de ser un poco más humilde de lo que sabía podía llegar a ser.

En eso, sonaba una canción y me quedé en silencio oyéndola. Sentí, lo recuerdo bien, que atrapaba mi atención lo real de la letra y volteé a ver la pantalla donde se podía ver el dvd en concierto de esos tipos a los que intentaba reconocer.

—¿Te gusta?—me preguntó el dueño de casa, secundado por G.
—No sé, me llama la atención la letra... cosa que no es poco—respondí.
—Espera que la pongo de vuelta—me dijo con gesto emocionado.

Lo que siguió fue que encendí muchos cigarros (y mientras bebía algo rico, muy rico) escuchándola repetidamente. Sentía que la letra me emocionaba tanto, que me hacía recordar las idas y venidas con quien siempre estuve segura se trató del amor de mi vida. He de confesar que cada estrofa me penetraba y lograba conmoverme como nunca pensé que lo haría una canción a esos momentos. Menos aún de uno de esos grupos con etiqueta de pre-fabricados que suponía tan, pero tan, malo.

Tras eso, y viéndome sentada anonadada frente a la pantalla, el dueño de casa amablemente me dio el control del reproductor de dvd para que la pueda repetir tantas veces como quisiera y así lo hice. Lo que ocurrió luego es que la oí decenas de veces en esos minutos que siguieron. No me moví de ahí por horas, solo me servía más copas y encendía, uno tras otro, más cigarros.

Unas horas después, mientras seguía repitiendo la canción, ya empecé a oír menos bulla en el lugar. Giré la cabeza y me vi sola en ese ambiente de la casa. Eso no me importó y seguí repitiéndola hasta aprenderme forzosamente la letra de esa hermosa canción.

Me taladraba la cabeza el comienzo de la letra, y eso lo tenía demasiado claro. Ya el resto de lo que decía la canción lo asumí tan solo como el final que esperaba tuviese la historia con él. Si, con él.  El hombre de mi vida: Él.

Casi al final, G vendría en mi búsqueda para comentarme que era hora de partir en razón que en esos minutos en los que yo en silencio oía esa canción el dueño de casa la había logrado convencer de partir con ella a un lugar donde yo, obviamente, no podría acompañarlos.

Sonreí cómplice, entendí, y solo le pedí oír una vez más esa canción.

—Vamos que te dejaremos en tu casa—me dijo el dueño de casa—Y no te preocupes que esa canción la tengo en mi equipo del carro porque me encanta, así que ahí la podrás seguir oyendo—siguió diciendo.

Sentado en la parte posterior del auto la seguía oyendo en silencio hasta que…

—Si te gusta tanto esa canción, y sobre todo si te ha hecho mierda, es que estás enamorada de alguien—me dijo el dueño de la casa que acabábamos de abandonar.
—Sí, obvio— le confesé.
—Amor, no hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de eso, si esta huevona habla siempre del mismo pata, tiene sus fotos en todos lados y es la única cojuda que conozco que tiene una de esas tomas puesta en medio de la sala de su nuevo departamento. Y esto, a pesar, que ya no sabe ni mierda de él—dijo G moviendo la cabeza de un lado al otro en señal de desaprobación.
—Déjala pues, si es lindo eso. Pero entiendo, por lo que veo, que él ya no está a tu lado, pero... ¿Por qué mierda no lo buscas?me dijo.
—Porque soy una huevona, un real huevona—le respondí.

A los minutos, tras oírlos hablar ya de su relación, me enteraría mientras él le acariciaba el rostro a G que él era el hombre del que tanto me había hablado y que esa noche, sin habérmelo dicho, esperaba recuperarlo para su vida.

—A ella la esperé hasta que me aburrí de hacerlo, hice muchas cosas y hasta me jure jamás volver a verla, pero ya ves aquí estamos— me dijo sentidamente el dueño de casa.

Con la moraleja aprendida y muy pensativa vi detenerse el auto del dueño de casa que acababa de visitar en la puerta de la mía. Me despedí afectuosamente pero con la cabeza en otro lado.  Acto seguido subí y, de inmediato, descargué la canción vía Internet. Oyéndola lloré un poco y decidí ir pronto en su búsqueda. Al menos solo para decirle que jamás lo había olvidado. Que seguía viviendo en mi. 

Él, esa mañana que irrumpí sorpresivamente en su oficina a regañadientes y sin casi saber por qué aceptó escucharme y volver a verme.

Lo amo.

Agregado 1.- Pasaron algunos pocos meses de esa situación y sigo dando lo mejor de mí, pero lo cierto, es que mi suerte aun se sigue jugando.
Agregado 2.-Solo sé que nunca voy a olvidar, como dice la letra de esa canción, que:
“Confieso que estando lejos, aprendí que quiero estar a su lado”.

Dedicado a él y su olvido. A su querer verdadero de aquellos tiempos y a mi amor que como El Salmón (A.C.) Nada contra la corriente.

Piensa bonito, para que todo te pase bonito, leí por ahí.