Resistir [1]


Resistir. A veces, la clave de todo está en esa palabra. Esto depende de cómo sea interpretada. Oponerse o combatir, nunca será lo mismo que tolerar o sufrir. Pero todas son acepciones posibles de la misma.  

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Pasó poco tiempo hasta que su egoísmo le exigiría volver a verla. Para ese momento era evidente que necesitaba oír su voz diciéndole lo que sea que esperaba consiguiese rociarlo de alguna calma. Por esos días, todo, incluido el tiempo, jugaba a su favor: ya habían transcurrido algunos meses desde aquel enojoso entuerto que oscureció su relación. Lo que, como es lógico,  trajo consigo que aquel leve resentimiento le de paso a una cierta armonía que le permitía, ante la urgencia, recurrir a ella. Porque, salvo excepciones muy puntuales, casi siempre recurría a oír sus sesudas palabras solo cuando estaba al borde del precipicio. Parecerá extraño, por tratarse de dos personas en algún punto muy cercanas, pero por esos días Rodrigo solo buscaba a Leticia en el momento justo antes de irse al carajo. Por eso esta vez, como casi todas las anteriores, verla le aseguraba que con ella llegaría esa cuota de comprensión que siempre le urgía recibir. Esa misma que esperaba lograra desalentarlo de cometer algún nuevo despropósito. 
  
Viernes 7:00 p.m.

—Vaya, hasta que, por fin, se dignó a aparecer el Señorito—contestó socarronamente Leticia. 
—No bromees. Estoy hasta las huevas, de verdad te digo. Necesito hablar… por favor dime hora y lugar, pero tiene que ser hoy mismo—con voz imperativa, dijo Rodrigo. 
 —Uhm…no hay forma queridísimo, a no ser que me busques en una exposición de fotos a la que asistiré. Es en un bar, dale, ahí nos vemos si bien sabes que te cae a pelo, borrachín—sentenció Leticia, sintiendo un temblor por dentro presagiando una respuesta negativa.   
  
Ella quería verlo y no le importaba que tras esa aproximación casi siempre resultara solo un favorecido. Porque, a decir verdad, luego de esas reuniones siempre él fue el único beneficiado. Ella, en cambio, apenas se contentaba con creer que, de alguna forma, ambos siempre necesitaban estar el uno frente al otro. Obviamente, ya no como la singular pareja que algún día fueron, sino solo como dos personas que se conocían y decían quererse muchísimo. Bueno, a Leticia, al fin y al cabo, le gustaba aferrarse a la idea que eso era cierto.  

9:00 p.m.

Esa noche, desde un taxi hablaban por teléfono y Rodrigo le iba adelantando algunas respuestas sobre temas distintos al que quería tocar al verla. En ese sentido, le confirmaba que aún su novela no estaba lista y que seguía en el mismo largo proceso de siempre. Al rato, recordó que nunca tuvo los cojones de confesarle que detestaba que le haga siempre las mismas preguntas. Seguramente a eso le achacaba el hecho de nunca haberse atrevido a decirle que algunas de sus interrogantes siempre las había tomado como infelices intromisiones en su vida, en sus tiempos. Al segundo después, cavilaría lo estúpido de ese pensar, si él mismo fue siempre quien se encargaba de detallarle todo sobre su vida. Y quizá sea que, después de todo, ese era el momento de entender que, tal vez, eso mismo era lo que la ubicaba en un lugar desde donde se sentía exenta de restricción alguna al momento de penetrar alevosamente en su vida.  
    
Volviendo al encuentro, ella, también en ruta, sintió incomodarse al tener que responder sobre cómo marchaba la relación con su esposo. No obstante, Rodrigo solo hizo esa pregunta por mero compromiso y sin ninguna intención de indagar en su actualidad sentimental. Lo concreto, era que pese al tiempo transcurrido, o por ese mismo, ellos esa noche se iban a hacer muchas preguntas sobre el acontecer de sus vidas. En cuanto a eso, Rodrigo parecía vivir en el eterno intento de abarcarlo todo. Todo, es decir, en cuanto al tema del arte en general. Estaba pintando al óleo, en ocasiones "pinchaba" discos en un bar, tomaba fotos y sobre todo escribía. Ah, y extrañaba con amor, dolor y odio a B. Que de eso, o para ser preciso de ella, era lo que quería hablar con Leticia. Ese día, el de la llamada, Rodrigo sintió que no estaba dispuesto a resistir. Ya no.

Leticia, por su parte, trabajaba como fotógrafa profesional, permanecía aun casada, era una entusiasta activista en la defensa de los animales y se auto-definía como melómana. Ah, y lo usual era oírla arrepentida de haberse casado con J. Aunque ese, como era de esperar, no iba a ser ni por asomo el tema de la conversación. A Leticia, J la conoció en un concierto de Lifehouse en Miami y quedó inmediatamente prendado de ella. Al poco tiempo, lo dejaría todo para mudarse a Lima y casarse con ella. De esto, queda claro, que a Leticia no le disgusta esta vez ser quien maneje los hilos de todo. No está enamorada de J, pero adora la tranquilidad de ser amada y que no exista duda alguna de eso. Resistir era casi una consigna para ella. 

Leticia, así lo cree Rodrigo,  desde siempre ha sido la pieza clave en el rompecabezas de su cabeza. La única que podía traducir sus continuos desvaríos y con ello hacerlo sentir un poco menos desequilibrado. A la que nunca amó, pero a la que siempre necesitó tener cerca a él. Lo real, en buena cuenta, es que tras la ruptura Leticia jamás hizo caso a los consejos de sus mejores amigas y dejó de ver a Rodrigo. Ni siquiera los tuvo en cuenta y siempre se dio un tiempo para encontrarse con él. Verlo, para ella, era como el esperado reencuentro con esa parte de su pasado que, a pesar de los años transcurridos, aún la acompañaba. Porque, evidentemente, ella todavía anclada en esos tiempos solía recordar los meses de esa relación como los mejores de su existencia. Debido a ello, nunca se reprochó de creer que la música, las películas, el sexo, los libros y las juergas con él resultaban ser tan inolvidables como irreemplazables. Por eso nunca se permitió el espacio para desacreditar su recuerdo. Al contrario, si era lo suficientemente necia como para no recordar que fue Rodrigo quien la hizo vivir la peor noche de su vida. Sabía, y procuraba olvidar, que él la mandó a la mierda mediante un simple texto de su página web. Un golpe bajo, evidentemente. Lo que, como es lógico, la sumió en un grado de tristeza hasta ahí desconocido para ella.

Eso no se hace, solía repetir Leticia mientras secaba sus lágrimas que incesablemente le recorrían el rostro.  

Permaneció apesadumbrada apenas unas semanas. Luego, cierto es, que más pudo el amor que el rencor. Es decir, al verlo en lugar de recriminarle su actuar evitó tocar el tema. En tanto, Rodrigo esa vez, muy borracho, amagaría pretextar una excusa tan inverosímil como estúpida. Leticia no lo dejó concluir y, ni bien iniciado, cerró el tema diciéndole que estaba todo bien. Agregando que no había razón para recordar cosas feas. Lo que sí, y  muy a pesar suyo, es que siempre anidó un profundo resentimiento al leer esos textos en forma de cartas de amor, dirigidas a no sabía quién, que Rodrigo solía escribir en su página de Internet.  Resistir, en su caso, seguía siendo buena idea.