Un pasaje de un amor(o viceversa)

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Nunca como aquella vez me costó tanto dejar Lima y pegar la vuelta a Madrid. Tal vez lo peor de todo, fue que no estaba seguro si irme pronto era una digna forma de huir o solo la exteriorización del fundado temor que tenía de recaer y ver de cerca las todavía firmes huellas de algunos pasos que prefería olvidar.

Igual, pensaba para mis adentros, que en la arena de mi vida había tenido de los dos: los recordables y de los otros también.

Decir que desde mi refugio madrileño a pocos extrañé no sería mentir. Ni hablar. Aunque algunas noches, he de confesar, me sorprendí llorando escribiéndole correos electrónicos a mi madre que of course luego nunca le enviaría. Líneas en las que siempre le repetía que lamentaba muchísimo el no haber podido estar nunca a la altura de su amor. También en esas nostálgicas noches, y cual si fuera mi canción preferida, me daba vueltas el rostro de Zoé: la más linda mujer que vieron mis ojos. Mujer a la que conocí y olvide de la más extraña forma que se puede conocer y olvidar a alguien.

Desde que partí, cierto es, que casi nunca quise volver y entonces mis reencuentros con Lima solo se limitaron a las pocas veces que mi casa editora conseguía presupuesto para organizar aquel Concurso al que le debo mi actual estabilidad emocional y económica. Ese mismo que logró cambiar mis noches solitarias en un clase mediero barrio de Lima, siempre tras una pantalla escribiendo sin mayor notoriedad, a una decente vida de escritor, obligado a cuando menos un libro por año, pero en el piso de un lujoso edificio en la Calle del Pez, Madrid. Con vecinos "almost famous", como no.

Por eso, y en honor a que la gratitud no es otra cosa que la memoria del corazón, siempre que tenía algún libro por presentar, y me hacían el honor de nombrarme jurado de esa suerte de lid de egos—que es en lo que se convierte cualquier concurso literario en Lima—gustoso aceptaba el regreso y he de jurar que lo hacía por mas cosas que solo pasajes, viáticos y un Hotel cinco estrellas. Cosas que ahora mismo no podría precisar con exactitud pero que existen, existen.

Aquella vez llegado a Lima no me provocó, como si otras, ubicar a la hermosura—y entiéndase hermosa, como linda y no como una bonita cualquiera—que logro transformar, por primera y única vez, mi timidez en audacia. Pretexté, recuerdo, que sería difícil hacerlo más aun si solo conocía donde solía trabajar por esos años cuando casual o fortuitamente—que, parece, pero no es lo mismo—la conocí.

Por eso, y no muy a mi pesar, decidí abdicar en la idea de buscarla.

Instalado ya en el Hotel sabía que aun cuando quisiera ver a muchas personas, que igual no era el caso, no tendría mucho tiempo para hacerlo. Y no era posible, en tanto solo gozaría de unas pocas horas antes de almorzar y otras tantas por la noche, tras la presentación del libro.

Pensando con quien podría almorzar recordé a uno que solía ser mi mejor amigo, antes que su novia no viera con buenos ojos la influencia que, según ella, podía ejercer sobre él: Matías. Felizmente “matu”, que así le decíamos de cariño en la Universidad, pudo escaparse unos minutos para departir conmigo. Aunque, a decir verdad, todo fue muy rápido lo que rescato del reencuentro es que un rato pudimos hablar, mientras bebíamos una botella de un añejo Navarro con el que intenté agasajarlo.

Fue, entonces, cuando me estiró la mano para despedirse que me apresure en ponerle mi libro, la edición de tapa dura, en el pecho y empujándolo le dije que me había dado mucho gusto verlo, pero que vaya nomás y que obvio no le de mis saludos a la patrona.

Enseguida, nos reímos y lo vi entrar a su auto e irse.

A poco de terminar la tarde enrumbé a la fastuosa presentación, la misma que transcurriría sin mayores sobresaltos. Nunca pensé, ni acaso en mi mejor sueño, que tras algunos años y libros también, era ya muy respetado por una gruesa y creciente masa de los únicos que importan: los lectores. En reciprocidad, es que los últimos minutos los utilice para departir con ellos y contestar desde interesantes interrogantes hasta alguna inverosímil que pretendía conocer que estaba exactamente pensando cuando escribí un párrafo que ni yo recordaba haber escrito. Lo cierto, es que lo oí, asentí con la cabeza y luego mentí un poco. El, sin embargo, quedo fascinado y yo me retire sintiendo un poco la culpa que suele producir decir lo que otro espera oir y no lo que se quiere decir.

Cuando restaban pocas horas para abandonar Lima se me ocurrió visitar a mi madre. Ella lloro un poco al verme sin dejar de felicitarme por mis libros, que puntualmente le enviaba ya que si de alguien herede el amor a la literatura, sin dudas, fue de ella. Emocionado mirándola recordé cuando de niño tomaba sin permiso sus libros para hojearlos nomás. Antes de irme, y mientras la miraba, me quebré y la abracé como antes, le dije que la quería casi más aun que a mis libros. Pero como todas las pocas veces que lloré esta no sería la excepción no deje que me viera así y raudamente tome mí auto y secando mi llanto maneje de regreso al Hotel.

Ya dispuesto a largarme de Lima, mientras empacaba en el cuarto las pocas cosas con las que siempre viajo: algunos libros de lectura ligera, varios discos de Dave Matthews Band, algo de ropa y la Laptop

Una de la que solo conocía el nombre: Morgana.

Tal vez, en esta parte debería aclarar que nunca asistí a ninguna premiación, obviamente sin contar la de Morgana, en la que no sea yo el premiado, entre otras cosas porque una es ser jurado y otra un sobón cualquiera.

Sonaba fuertísimo en el cuarto “Ruby Tuesday” de los Stones. ¡Adoro a los Stones!

Horas después, llegado al Aeropuerto solo me esperaba, para variar, mi agente de Lima con casi todo listo, y digo casi por el par de horas de espera antes de subir al avión. Horas que estoicamente pasé tomando cafés y fumando los últimos “limeñisimos” cigarros de la cajetilla y digo bien que se trataban de los del estribo ya que nunca me llevé ninguno porque un fumador nostálgico, like me, prefiere no tener insumos que puedan acrecentar la melancolía que, a veces y solo a veces, me ataca al recordar, desde tan lejos, a mi terruño, a mi lugar.

Transcurrieron pues treinta y tres minutos, tres cafés, tres cigarros y tres temas del disco El Regreso del genio Calamaro—y cuando ya me había leído entera la única revista peruana que se ocupa, o al menos dice hacerlo, del inexistente jet set limeño—hasta que mi agente irrumpió para la presentación oficial de la citada Morgana. Giré mi cabeza en exactos 165 grados, y mientras dejaba el cigarro en el cenicero, la observe detenidamente por unos segundos, digo mejor, la recorrí de pies a cabeza y me detuve en el llamativo estampado de su camiseta: Absolutely Bitch!

Entonces, fruncí el seño, es verdad. Pero, confieso, que me reí en silencio. Pasados esos segundos y mientras la invitaba a sentar pude notar que no dejaba de mirarme y que tenia claro que su fija mirada conseguía intimidarme.

No obstante, no niego que me gustaron ambas: Ella y su mirada.

-2-

— ¿Eres tan altivo, impenetrable y poco sociable como se comenta? —preguntó Morgana recién llegada del baño de la modesta clase ejecutiva que pagaba, a duras penas, nuestra no tan modesta casa editora.

Y no tenia ella porque saberlo, ni yo porque contarlo, pero escribir entre ocho y diez horas diarias agota muchísimo pero sigue siendo el único cansancio, además del que sobreviene luego de largas horas de sexo, que logra, aunque cansado, colocarme en un estado de felicidad extrema. Era, entonces, esa mezcla de cansancio y tedio la que me obligaba, ciertamente a placer, a permanecer en casa confinado solamente al recuerdo de mis amores pasados siempre con unas copas de un Navarro y la música que antes ya había elegido de fondo.

— ¿Me creerás muy curiosa?, ¿No? —me dijo, mirándome, la guapísima Morgana.

Silente la seguí escuchando en su vano intento de hurgar en mi vida. Porque así como resalto su inquietante curiosidad, es a su favor que también puedo afirmar que no me sentí un personaje reacio a ser cuestionado, sino más bien un interrogado a placer. Lo poco que respondía parecía encantarle y justamente esa era la idea. Mirándola ya casi sin oírla, y solo pensando para mis adentros concluí que algunos escritores poseemos esa innata curiosidad que no es más que la búsqueda interna y externa de una buena historia para luego escribirla.

A ese momento ya no me cabía duda alguna que Morgana era una incipiente, pero prometedora escritora y que el premio de trabajar escribiendo en Madrid, como lo fue para mí en su momento, le seria de mucho provecho a su carrera.

— ¿Te enamoraste alguna vez a primera vista? ¿Te permitiste alguna vez una aventura? —preguntó insistente Morgana.

La mire sonriendo y le dije que, obviamente, mi vida universitaria había sido algo mas licenciosa que la que llevaba por esos días en los madriles. Confieso que la curiosidad de Morgana llevaba a mi mente por terrenos que tenía algún tiempo sin pisar y como si se tratara de un documental sobre mi vida le conté algunos detalles de mi travieso pasado y de la noche cuando, maravillado por la belleza de una mujer— la de Zoé —creí estar enamorado a primera vista.

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Fue hace algunos años cuando si algo tenia clarísimo era que capear el temporal que sobreviene tras una ruptura amorosa no se trataba de una labor precisamente temporal, sino mas bien la larga, tediosa y hasta cliché: lucha entre la razón y el corazón. Más también sabía que se trataban de caminos totalmente transitables aquellos del desamor. Soplaban pues los siempre inquietos vientos universitarios y aunque se me podía ver rodeado de mucha gente, la verdad era que a pocos los consideraba dignos de mi amistad.

De esos tiempos, no logro olvidar aun el extraño dolor que significo para mí cuando in situ pude comprobar que estudiar Literatura no siempre suponía codearse de lindas niñas con quienes gozar de conversaciones interesantísimas y tan abiertas, de preferencia no solo de mente, como para que libando alguna buena cosecha, acabar luego horizontal y textualmente "fundidos" por algún sentimiento que no se pareciera mucho, o casi nada, al amor. Y ojala quede claro que igual no estudiaba Literatura por eso, o al menos no solo por eso, sino porque era la única salida para pulir, siquiera en algo, mí prosa de esos años.

Al recordar esa época no podría omitir que la casa de Matías, reitero mi mejor amigo, fue escenario de las más variadas y recordables noches de bohemia algunas que suelo, por higiene mental, evitar recordar.

Aunque, a fuerza de ser sincero, he de reconocer que se hablaba mucho de poco ahí y las conversaciones siempre terminaban en el mismo tema: el amor. Es en ese tema, que me quedaba claro que Matías compartía conmigo aquello de no creer en ninguna definición de amor que implicara algún compromiso de lealtad que luego una víbora disfrazada de mujer no sabría respetar—de más estaría decir nuestra opinión sobre las que creíamos las variantes mas tontas del amor tales como: el amor a primera vista, a distancia, por Internet y demás adefesios— es por eso que siempre teníamos cuidado de no repetir en demasía a las invitadas al “kioskito de la felicidad”, léase, entiéndase, la casa de Matías.

Ahora bien, como nuestras historias en el aspecto sentimental tenían algún punto de encuentro, entender que Matías solo buscaba divertirse, y cuidar que no hagan lo mismo con él, la verdad no me resultaba difícil. Menos aun sabiendo que Belén, su adinerada ex-novia, en un supuesto viaje de dizque carácter estrictamente “laboral” a Miami, había disfrutado de algunas sesiones amatorias con un gandul, de fama de donjuán, al que tiempo atrás de lo sucedido lo veíamos siempre sentado en la puerta del único negocio surtido de la zona: el de Pablito.

Por eso, es que cada vez que Matías se deprimía por ese desengaño me encargaba de repetirle que mi experiencia me decía que ni en el escenario del peor final de un amor existía un hoyo tan profundo del que no se pueda salir. Insistía que yo era la prueba viva, de una muerte que antes me había dedicado a anunciar, la mía, la que no solo nunca había ocurrido, sino que pasado el tiempo hasta podía sonreír contando esa oscura etapa de mi vida.

Sobre Belén y su infidelidad le dije que para el caso importaba poco que haya sido ella quien le confesara su deslealtad, ya que no existía pecadora que no sienta luego la tentación de probar otra vez el sabor de lo prohibido.

Porque, tal como reza el dicho popular: “la tramposas nunca se plantan, solo descansan”.

Y, entonces, busque convencerlo que así ella se desviviera jurando que al gandul no lo vería nunca más, púes se había convertido en un ilegal mas de Miami, igual ella no era de fiar. Le dije, además, que sea cual sea nuestro punto de observación del tema, eso era así y punto.

De hecho, pasábamos poco tiempo en la Facultad y esto porque elegíamos solo los horarios de los mejores profesores, quise decir también los más permisivos, sobre todo los que eran ya escritores con algún, mínimo es cierto, renombre—ahora mismo estoy recordando que uno de aquellos se dedica desde hace no muy poco a relatar mi pasadísimo mal comportamiento en las aulas, pero anyway igual lo quería al Maestro—pero, obviamente, recuerdo que solo se trataban de solo lauros locales.

Lo cierto, es que llegábamos tempranísimo para mirar bien a quienes nos llevaríamos por la noche a casa. Pensábamos que el día era un buen filtro pues aquella que resaltaba de día luego por la noche, y tras el forzoso make up, era un hecho que literalmente mataba. Pero, como no todo es la estética o sea, un bonito rostro o una linda figura, la elegida también debía saber hablar—porque ¡carajo! que haría una burra estudiando literatura— y bien.

Por otra parte, para nosotros, un par de noctámbulos recalcitrantes, la verdadera vida comenzaba y terminaba siempre de noche pero, obvio, no todos los amantes de la noche tenemos las mismas insanas costumbres.

En nuestro caso, una buena noche de diversión no consistía en ir a los lugares de moda, sino pasaba por una buena conversación, mejor si esta podía suscitarse ante la atenta mirada de una bella mujer y siempre empuñando una copa de algún fino licor.

-4-

De la noche cuando conocí a Zoé solo recuerdo que fue un arrollador impulso el que me obligo, sin motivo aparente, a salir de la casa de Matías en búsqueda de alguna destartalada combi que me llevara muy rápido a ninguna parte. Recién subido es que pude ver, en el asiento final, la razón de mi inusual prisa: ella. Ahí fue que la mire sin poder creer que por fin algún Dios se había acordado de mí—sin importarle que me auto defina como "agnóstico creyente"—y me había enviado un ángel a la que había sentado entre dos descuidados tipos que no sabían, pero lucían iluminados por la luz que ella irradiaba. Fue Iluminado también por aquella beldad que recordé la “predica” que equivocada, o no, igual solía propugnar en las bohemias en casa de Matías. Decía que: "En el ring del amor uno no gana, o al menos no debería, ganar por puntos, sino ganar o perder por knock out" y, entonces, convencido camine hacia ella y me senté frente a quien hasta sentada dejaba ver sus formas perfectas.

Y así, fue que sentí la necesidad de apelar a mi inexistente espíritu de conquistador.

—Disculparas la osadía pero he subido, te he visto y como nunca antes he sentido que debía conocerte y que si no lo hago luego no me perdonare no haberte siquiera hablado—dije muy serio ante su extrañada mirada.

Mi impulso se traducía irremediablemente en más palabras…

—Déjame decirte que muchas veces en los dizque sitios usuales de encuentro conoces personas a las que luego quisieras no haber conocido nunca, como también otras veces ante un encuentro casual e inusual solemos negamos a cruzar palabra por el solo hecho de no estar en un lugar socialmente aceptado de encuentro y yo hoy no quise que nos negáramos el placer de conocernos—apresurado dije.

Acto seguido ella dirigió su mirada alrededor seguramente sorprendida por mi abordaje tan inusual. Eso, supongo, porqué no quería ni darse la pausa para pensar lo inoportuno que sabía era mi actuar.

Ya cuando lo extensa de la misma parecía invadirnos, y como no podía permitir que mis silencios hablaran mal de mí, seguí ansioso en lo mío.

— ¿Vives por la zona? —pregunté.

—No, solo trabajo por aquí—dijo ella.

Aun cuando la conversación aparentemente transcurría sin sobresaltos igual caí en la cuenta que ella casi no me preguntaba nada, sino que respondía mi interrogatorio nomás, y pensé que eso podía tratarse de una señal inequívoca que mis ganas no bastaban y quizá, pero solo quizá, debía callar y dejar de ser inoportuno.

¡Cuando por fin!

— ¿Cómo te llamas? —preguntó ella.

Y esas palabras llegaron como sangre para sed de vampiro.

—Gustavo—emocionado respondí.

—Como Bécquer, ¡El de las rimas!-exclamó de inmediato ella.

En ese momento a pesar de haber oído el mismo comentario los últimos veinte años, igual sonreí como loco o como enamorado que para el caso terminaba siendo lo mismo. No podía creer que oyéndola estaba cumpliendo mi mayor sueño: hablar de literatura con la mujer más linda del planeta.

Era pues demasiado para mi prejuiciosa forma de pensar y casi sin mediar pausa le conté.

—Recuerdo que leí por primera vez a Bécquer cuando de niño quise saber la razón por la que mi padre pretendió inmortalizar ese nombre en mí y en este instante que te veo ando en la absoluta seguridad que de todas sus rimas mi preferida es la Veintitrés.

—No la recuerdo, ¿Que dice esa?

—Solo te puedo decir que ningún puñado de palabras que pueda decir jamás serian tan precisas como aquellas para esta ocasión—dije sonando algo lanzado.

— ¿Qué haces en la vida? —curioso pregunté

— No entiendo a que te refieres, si a qué hago en la vida o a que hago por la vida—me dijo asombrada por lo que ella supuso se había tratado de un error de mi parte.

—Creo haberme expresado bien, pues uno hace poco o nada por la vida y algo si en ella, al menos es mi caso, pero, claro, no espero que compartas mi pensar.

Y tras la pensativa pausa que asomo luego de mis sesudas palabras, cambie rápida y estratégicamente de tema.

—Es asombroso que pareciera que hayamos viajado por horas que te conociera muchísimo y lo cierto es que ni siquiera se tu nombre.

—Me llamo Zoé.

Confieso que puse cara de primera vez y ella lo sabía.

— Zoé significa vida en griego.

Y estaba tan ensimismado por su encanto que a mi altísimo ego, que presume de saberlo casi todo, no le importo en demasía desconocer que podía significar ese nombre, para mi rarísimo. Ya con algunos datos generales en el bolso ahora tocaba saber si tenía pareja, pero como ser tan directo podía resultar contraproducente, me valí del viejo truco del comentario que afirma y a la vez pregunta.

—Y tu novio ¿No viene por ti?-pregunte.

—No tengo— respondió algo incomoda.

No tenia duda que mi curiosidad había abierto una herida que ella ilusamente creía ya cicatrizada. Tanto así que me contó, sin yo habérselo pedido, detalladamente su pena de amor.

No pude quedar menos que sorprendido cuando me entere que el protagonista de esa historia no era otro que el desaparecido donjuán—el mismo amigo “dadivoso” de Belén—que en ese momento supe respondía al nombre de Rodrigo. Me contó además que lo había conocido casualmente cuando durante su hora de almuerzo iba por agua importada a la tienda de Pablito.

Después me enteraría que Rodrigo a diario la esperaba sentado en el primer escalón de la entrada al negocio para decirle lo bien que combinaban el color de su uniforme con su hermosura.

— ¡Era muy guapo el puto! —exclamó llena de rabia.

Escuchándola atento entendí que Rodrigo tras haber logrado ganar su confianza comenzó a frecuentarla y con esto no tardo mucho tiempo en nacer el idilio. Y, la verdad, ella se enamoro con poco y perdió mucho.

Me quedo claro que fue con un “préstamo” de Zoé, que Rodrigo supuestamente usaría para pagar deudas de una universidad que no había pisado jamás, que el donjuán de barrio compro su boleto a Miami, obviamente sin la más mínima intención de regresar.

Entre mi sorpresa y extrañeza por lo que me acababa de enterar, y mientras el viaje continuaba, noté que ya casi llegábamos a su destino—el mío ya había pasado sin que pudiese darme cuenta—y si bien seguía anonadado por su belleza, manejaba ya todo con más calma.

Y esto, no por sentir algún tipo de rechazo de su parte, sino porque luego de oírla me había quedado clarísimo que no debía engancharme a pesar que tenía ya algunos minutos de estar enamorado de todo lo que era ella. Pensé que si bien ella decía sentir repulsión por Rodrigo aun le faltaba el largo y difícil tránsito del odio a la indiferencia.

Conociéndome repare en que ser paciente no había sido nunca una de las características de mi personalidad.

Cuando Zoé estaba cerca de bajar y asomaba ese silencio que antecede a las despedidas le pregunte si me quería dar su número de móvil a lo que ella de inmediato accedió. Lo anote, me despedí y decidí bajar antes que ella.

Pasaron algunos largos meses sin marcar su número.

Durante un almuerzo en casa de Matías decidí salir en búsqueda de cigarros a la tienda de Pablito. Ya casi por llegar pude ver entre los productos en exhibicion la cara de Zoé al parecer conversando con alguien. De inmediato, me escondí para evitar el mal rato de tener que explicarle porque nunca la había llamado.

Espere que abandone el lugar para luego hacer mi ingreso a la tienda.

Pablito notando mi interés me contaría que Zoé casi a diario angustiada le preguntaba si había noticias de Rodrigo.

—Ese vago siempre tuvo suerte con las mujeres—dijo Pablito.

Conversando con él me entere que la lista de las que habían caído en las redes del gandul era extensa y variopinta. Pablito quien era, a la sazón, la aduana de cualquier chisme digno, o indigno, de ser contado en la zona. Me dijo, además, que era vox populi que Belén una noche que iba por cigarros para Matías ahí mismo, en su negocio, había conocido al gandul.

—Para mí que a la solo simpática Belén su dinero la hacía lucir hermosa a los ojos del vago de mierda ese—sentencio Pablito.

Esa historia decía que los furtivos encuentros de Belén y el vago se irían incrementando tanto como el dinero que ella gastaba solventando sus caprichos.

Pero, como tan tonta no era, jamás le entrego dinero en efectivo .Ella pagaba todo pero el vago ni una moneda suya pudo tener entre sus manos. Esa situación, hizo que Rodrigo buscara abrir nuevos horizontes y así fue que se acerco cada vez más a Zoé, ella si muy hermosa, pero no precisamente adinerada como Belén.

La diferencia entre ambas la marcaría Zoé quien si le entregaría una fuerte cantidad de dinero, pensando que siempre estaría junto al gandul. Rodrigo con el dinero en las manos, no tardo mucho en irse a Miami, donde pasaría las dos primeras semanas dilapidando el préstamo. Tras eso, cuando se vio desesperado, y jugando su última carta, le enviaría sendos correos electrónicos a Belén, quien seguía con Matías pero no había podido olvidar al vago. En esos textos fue que Rodrigo se encargo de minarlos de mentiras tales como que la amaba y quería que vuele a Miami en su búsqueda.

A los días, la locura se apodero de Belén al leerlos tanto que llego a la conclusión de que así se lo negara repetidas veces estaba jodidamente enamorada del ocioso.

Lo que siguió, fue la retahíla de mentiras que ella tuvo que inventar y decir a sus padres y a Matías, para poder, no sin antes verificar que contaba con la liquidez del caso, tomarse el avión en búsqueda de la nada. Rodrigo la espero en el Aeropuerto, se encargo de brindarle a Belén buen sexo por algunas noches para luego sacarle todos sus dólares y dejarla tirada como a una cualquiera.

Pasaron pocos meses hasta que todo daría un giro inesperado.

Matías retomó la relación con Belén, que obvio le tenía prohibido frecuentarme, y no miento si digo que tampoco tenía muchas ganas de verlo.

De pronto, cuando mejor escribía gané un importante concurso, convocado por la filial limeña de una afamada editora española, cuyo premio al primer puesto consistía en un viaje con trabajo incluido en Madrid.

Esa noche que me entere del triunfo, me bebí todo lo que encontré sonriendo pensando las caras de aquellos que poco confiaron en mi talento.

Un día antes de partir.

Estaba en la despedida que me organizo en su casa una de las antiguas invitadas a casa de Matías y mientras en orden extraía de mi móvil los pocos números que me pensaba llevar, llegue al de Zoé y a pesar que sabía que luego no tendría forma alguna de recuperarlo, igual lo borré sin asco.

No obstante, poco tiempo pasaría hasta el día que me arrepentí de haberlo hecho.

-5-

Había ya casi terminado de contarle y la cara de Morgana me decía que estaba a la espera de aquel final feliz del que no había gozado mi historia.

De pronto, una voz nos anunciaba que estábamos ya sobrevolando Barajas a punto de aterrizar en Madrid.

—Gustavo ya casi llegamos, ¿No me pedirás mi número? ¿No soy tan linda como Zoé? —preguntó Morgana.

La miré extrañado por la pregunta y le dije que era hermosa, pero que si bien las piezas del rompecabezas de mi vida afectiva podían aun estar dispersas, lo cierto era que completas estaban.

Entonces nos abrazamos y a pesar de compartir editorial nunca más nos vimos. Trabajar en distintas sedes ayudo en eso, es verdad.

Transcurridos algunos años confieso que ni pizca de asombro me produjo enterarme que Morgana había ganado un importante premio literario con su obra basada en la vida del ya por esos años prontuariado Rodrigo. Menos aun me tomo por sorpresa leer, en una entrevista que una acuciosa periodista le hizo, qué ella confesaba que alguna vez a bordo de un avión se había enamorado en tiempo record y a primera vista de un hermético escritor del que rehusó revelar el nombre. Y que era yo mismo.

Pasado algún tiempo de esto, y dada la continua exposición que mi nombre tenía en los medios, Morgana pudo conseguir uno de mis números telefónicos.

Entonces, pensando en no complicar mi apacible vida no le contesté y esto también porque, además de conocer sus intenciones, me quería evitar el mal rato de explicarle que si bien era cierto que me había convencido de la existencia del amor a primera vista mucha más credibilidad tenia para mi aquel que tiene por costumbre viajera aparecer en combis y nunca en aviones: el amor pasajero.