Seis


Desde que no está me he negado a volver a escribir. Tengo miedo de mí. Miedo a lo que pueda salir de ese negado reencuentro con la escritura. Hoy, sin embargo, es seis y es un lindo día para volver. Para volver a pisar nuevos pasos. Sí, nuevos.

Y viajar, a veces, es también volver.

Es extraño, pero siento que todo marcha, aparentemente, bien. Todo, es decir, las cosas parecen estar en su lugar. Salvo por un detalle: ella. Por eso, y sólo por eso, es que hoy seis de mayo del 2,017 estoy aquí dentro de la universidad de Buenos Aires, o sea en el mismo lugar donde, una fecha igual a la de hoy pero hace dos años, aconteció una especie de lunática ceremonia que buscaría sellar alguna clase de compromiso entre nosotros.

Nos esperaban varios años de estudios y eso, como es de suponerse, nos mantenía algo inquietos. Ella lo percibió así y esa noche, de seis, quiso regalarme algo que alimentara mi alma el resto de mi existencia. Por eso, además de lucir hermosa, lo tuvo todo minuciosamente planeado. Todo comenzó cuando me obsequió el libro que me faltaba de Foster Wallace. Ese que lucía resaltado en la mayoría de sus páginas con dulces y hasta inmerecidas anotaciones: “Amor, sé que te gustará esta frase, estoy segura de eso”, “ésta parte tú la pudiste escribir y hasta hubiese quedado más linda”, entre otras. Después de eso, comenzó a recordar en voz alta cómo nos conocimos y todo lo que tuvimos que dejar atrás para conseguir estar juntos.  

En eso, y ya con los ojos llenos de amor, le dije que nunca había luchado por nada en la vida y que recién conocí el significado de ese verbo cuando ella llegó a mi vida. Era verdad que unas horas habían sido suficientes para por primera vez vivir la experiencia de ser invariablemente feliz. Con nadie había sentido el temor que te da ubicarse cerca de la felicidad completa y empezar a imaginar en qué momento se desmorona todo.  

Ahora en Buenos Aires y ya lejano a ese momento debo decir que me gusta estar aquí, a pesar que ya no conozca a casi nadie. En eso estoy pensando mientras leo los saludos que han dejado conocidos y desconocidos en mi facebook. Noto que mucho no han cambiado las cosas por aquí, la universidad luce ese mismo entrañable aire de abandono abrigador de siempre. Eso pienso mientras escucho una y otra vez la misma canción. Esa que siempre logra traerla de vuelta a mi mente. Esa que suelo oír en Lima, solo que, en la mayoría de veces, ya con algunas copas encima. Aunque, claro, escucharla (es decir, la canción) sentado aquí mismo es una experiencia distinta.

Muy distinta, ahora lo sé.

Otro elemento a tener en cuenta, es que ha pasado mucho tiempo desde que dejé de saber de ella. Esto en razón a que cuando se produjo el desenlace solo atiné a regresar rápidamente a Lima. Pretexté que extrañaba en demasía a mi único sobrino, pero básicamente lo que argüí fue que igual podría estudiar allá. Digamos que lo que quise, en realidad, fue librarla de mi presencia. En ese momento, entendí que no es una frase cliché aquella que reza que uno siempre desea la felicidad de quien ama independientemente si la misma no se da con uno mismo. Es real. Tuve claro que su proveedor de felicidad no era yo. Todo lo contrario.

Lo cierto, es que de pocas noticias pude enterarme desde Lima, casi nada. Esto debido a que ella furiosa una noche se había encargado de bloquear todo posible acceso de mi parte a cualquiera de sus redes sociales. Esa noche, también de seis, se me ocurrió enviarle, por inbox de facebook, el archivo de esa canción de Silvio Rodríguez que grabó para mí con su voz, y tocando, además, ella misma la guitarra, como regalo por alguno de mis cumpleaños. Y ya sé que desafina y se pierde en los acordes, pero igual siempre lloro oyéndola. Por eso se lo envié. No quise molestarla, lo juro. Estaba desolado y no sé qué parte de mi cabeza entendió que lo iba tomar a bien. Y para colmo de males, además, le inserté este fragmento del tema: 

Y decirte que todo está igual, la ciudad, los amigos y el mar. Esperando por ti, esperando por ti. 
      
Luego de eso nunca más volví a saber de ella. Lo último, quizás, fue que estaba muy enamorada de un jovenzuelo de alma caritativa y, como no podría ser de otra forma, muy creyente del dios de los católicos.

No obstante, siempre me ha gustado pensar que ella me recuerda más de lo que quisiera. O al menos me aferro a la idea que eso es así. Ahora es que pienso que si alguna vez la tuve pues la perdí, y eso es culpa exclusiva mía. Lamentablemente para ella, la condené a una enfermedad terminal a la que siempre preferí verla como alguna clase de amor.

Felizmente se salvó y yo ando aquí con  apenas lo que queda de mí.    

El hecho es que, por mucho que la haya cagado, igual a la mierda todo eso pues hoy estoy aquí haciendo gala de todo ese arrojo con el que no llegué provisto a la vida y sin una ruta establecida. Como diría una buena amiga argentina: “He llegado no-más”. Es más, ni siquiera estoy muy seguro que ella siga por aquí. Igual y lo decidí todo muy rápido y solo alcanzó tiempo para pedir licencia por dos días sin goce de haberes. Lo que sí, es que este viaje no tiene que ver necesariamente con encontrarla y regresarla abruptamente a mi vida. Juro que no pasa por eso el hecho de estar aquí. En todo caso, pisar este suelo tiene más que ver con reencontrarme conmigo y volver a Lima con esa parte de mí mismo que dejé aquí. Esa parte que, de pronto, me volvió un ser incompleto.    

Por lo demás, acabo de aterrizar en mi bar preferido de Puerto Madero. Están entrando muchos correos preguntando donde voy a estar más tarde y solicitando mis coordenadas para celebrar conmigo. El tema es que solo mi buena amiga  “C” sabe que precisamente hoy seis es que quise escaparme y viajar al futuro. ¡Es una Santa! Sabe que es una locura pero no me ha criticado. La quiero pues, entre otras cosas, sé qué hace su mejor esfuerzo por entenderme. En el fondo, creo que ve en cada tontería que hago una posibilidad de texto y eso le agrada. Por cierto, esta mención le va a encantar. Ni siquiera lo dudo.   

Sigue pareciéndome linda esta canción, escuchándola siento que puedo verla cantándola a la vez que enfrascada en su eterna lucha entre mandarme a la mierda o mantenerse aferrada a la agobiante velocidad en la que transcurría nuestra relación.  

No quiero aparecer por el facebook y tener que agradecer los mismos saludos (copy and paste) que llegan todos los seis del cinco de cada año.

Feliz cumpleaños G, pásalo lindo. 

Listo, he pedido una botella de vino. Es extraño pero me parece poder olerla. Puedo sentirla, digo la verdad. Y ya sé que es una locura, una más, pero podría asegurar que ella ha estado por aquí hace pocas horas. Impregnado está todo de su olor, lo puedo nítidamente percibir. O será que soy yo mismo el único empapado de su aroma y al olerme es hasta cierto punto lógico que la vuelva a sentir. Da lo mismo, lo cierto es que ella está aquí.

Ella está en mí y punto.       

No tengo muchas esperanzas. Sucede que he llamado a F, quien fuera la mejor amiga de la relación, y además de sorprenderse con mi llegada ha sido en exceso escueta en sus palabras. Todas mis preguntas merecieron vagas respuestas de su parte. Cosa que entiendo dada la presente coyuntura. Me toca comprender que mi llamada la ha puesto en un aprieto y la obliga a consultar que tanta información debe suministrarme. Me dice que me va a desbloquear y que me contará todo por el puto facebook. De pronto, ocurre lo temido: F me está escribiendo, seguramente con malas noticias. Ya estoy oliendo las malas nuevas.

Lo poco que le ando entendiendo es que ella (ella es ella ¿Queda eso claro, no?) le ha dicho que por higiene mental prefiere no saber nada de mí. Acto seguido, y con voz débil pero veloz, me cuenta que sin aparente motivo acaba de redondear una idea sobre lo que cree es el amor. Fastidiada, según me cuenta F, le ha dicho que amar no es otra cosa que una decisión y que ella ha decidido enamorarse del simulacro inacabado de sacerdote que tiene por novio. Finalmente, me cuenta que ella ha cerrado su inesperada perorata afirmando que amar es, también, transitar caminos de calma, respirar paz y confiar a ciegas. No hay más que decir.

O, tal vez, sí. Queda explicar que escribir desde la primera persona no implicano  necesariamentehaber vivido todos los vericuetos por donde transita este relato. Uno escribe, en ocasiones, no solo de lo vivido, sino sobre aquello que le gustaría vivir.  Por lo que, en esos casos, nada termina siendo totalmente cierto ni todo lo contrario. 

Entonces, contar esta historia ha sido el mejor pretexto que encontré para volver a escribir. Y solo eso. Pero, claro, si algo de lo contado coincidiese con alguna realidad esto, obviamente, no es producto de alguna vaga casualidad.  

Igual es mi cumpleaños y este es el regalo que me quise dar.     




[Te vi, saliste entre la gente a saludar. Te vi, te vi, te vi...Y yo no buscaba nadie, y te vi]