Vives en mí [# 01]


No importa si no venís conmigo,
Este viaje es mejor hacerlo solo,
Yo te voy a recordar todos los días,
Porque un amor así nunca se olvida.
(Andrés Calamaro)

Nos habíamos separado durante mucho tiempo hasta el día en el que aparentemente sin ninguna razón decidí o, digo mejor, decidimos que era un buen momento para volver a vernos. Fue, entonces, que nos citamos pienso que más que para solamente hablar de cualquier cosa, acaso también con la no tan secreta intención de repasar nuestro tiempo en lejanía.

A lo largo de ese tiempo de voluntaria distancia, consciente de que algo en mí iba cambiando, volví a salir con Francisco que era, a la sazón, el chico que había sido años atrás mi mayor sueño. Pero, lo cierto, es que ya no fue lo mismo. Conforme pasaron los días, me sentía otra: Ya no era la misma que antes le había profesado devoción, ni el mucho menos aquel chico interesante y enigmático de aquellos años.

—No está resultando, ¿Te diste cuenta?—le dije con pena, pero sincera, a Francisco.

—Y ahora me lo vienes a decir...enterate que terminé la relación con una persona muy especial para volver a salir contigo, ¿Lo sabes no?—me dijo dueño de un gesto adusto.

—No te quejes tanto que yo hice lo mismo, pero es que pasa el tiempo y me sigo convenciendo que las cosas ya no son las mismas que antes. Siento que nuestros momentos, y nosotros, somos otros. Es más, pienso que deberíamos replantearlo todo—le dije poniéndole el urgente punto final a la historia con Francisco.

No había nada más que decir.

De ahí en más poco nos vimos, casi nulos fueron nuestros encuentros. Aunque me produjo cierta pena lo poco que me costó olvidar la historia que mi cabeza cobijó desde siempre como el amor de mi vida. Lo peor, para mí al menos, era que sabía perfectamente que eso se debía en gran medida a aquello que me costó una vida reconocer: lo tenía a él incrustado en mi cabeza. Entonces, pensé que tal vez no fue la mejor decisión mandarlo todo a la mierda y la peor fue, sin duda, volver a salir con Francisco.

Como en algún momento les sucede a casi todas las personas experimente por la época de sentirme una reverenda cojuda por siempre tomar las decisiones equivocadas. Por haber conspirado contra mí misma. Porque, si bien era cierto que Francisco es un chico de buenos sentimientos, culto y honesto, lo era también que me hacían falta esas malditas— sí, malditas— cosas que solo tenía él. 

Después de analizarlo, entendí que el hecho en definitiva era que había un resto que podía existir, rodearme, tal vez quererme, pero igual seguir siendo justamente eso: el resto. Y que como él había solo una persona: él. Entendí, además, que Francisco era solo un Francisco más habitando el mundo y solo eso. Era solo un nombre dentro de una historia tan fallida como antigua. En cambio a él no le puse nombre jamás ¿Para qué? Si él se llamaba como todo, si siempre fue mi todo.

Claro, que no todo fue jolgorio y entonces no estaría demás decir que lo nuestro fue siempre amor y odio, eso lo tuve siempre demasiado claro. No lo deseábamos, ni lo admitíamos del todo, pero presentíamos que amábamos por igual nuestras aristas dulces y furiosas. Me gustaba mirarlo, ante una determinada situación que me molestara, con el gesto de “te odio huevon, te vas a arrepentir de esto” instalado en el rostro y verlo preguntándose por dentro hasta donde llegaría o si solo quedaría en una mirada más de odio intenso.

Amor y odio, como ya dije.

Por un lado lo admiraba como a nadie por tantas cosas y por otro lo odiaba como a pocos por otras. Por ejemplo, cuando presumía con eso que mi vida era otra luego de su aparición. Es que no lo tenía que decir a pesar que era cierto. Eso creaba dentro de mí un estado de indefensión que me sabía mal, muy mal. Por cierto, he de reconocer que nunca fui inmune a mi propia fascinación, a esa que me generaba, entre otras tantas cosas, oírlo hablando a gran altura de cualquier tema.

No parece, lo sé, pero hay cosas que jamás quise entender de su personalidad. Las odiaba y punto.

Detestaba su soberbia y se lo dije siempre. Sin embargo, mal que bien, lo que él decía sabían   mis adentros que era la pura verdad. Me irritaba verlo tan seguro cuando decía que mi vida sin él no sería la misma. Era muy osado para decirme en mi cara pelada que podía buscar, si quería, a mi supuesto amor de adolescente porque eso ya no existía desde que él había aterrizado en mi vida.

Por eso, y por tantas otras cosas más que me disgustaban, lo deje. Sí, yo lo deje. Él no a mí, yo a él. Aunque, a ver, a ver, a quien le estoy mintiendo ¿A mí? Lo único cierto es que lo deje porque notaba poco compromiso de su parte y eso es algo que lo exteriorizó de la peor manera cuando le hable de matrimonio, de hijos, en suma de una vida en común. En ese momento se quedo en silencio mirándome y rehuyó el tema. Después de eso, decidí extirparlo de mi vida.

Pero, como siempre, nuestro amor una vez más había comprado boletos de ida y vuelta y como dije sin ninguna aparente razón--tras encontrarnos casualmente en un bar-- retomamos las llamadas hasta que una noche decidimos citarnos en el lugar de siempre.

Aquella noche llegue y me ubique en el segundo piso del café que conocíamos de cabo a rabo porque ahí mismo se habían suscitado momentos muy importantes para los dos. Gratos e ingratos, la verdad. De pronto, cuando lo vi aproximarse tenia la misma mirada indiferente de otras ocasiones, pero a medida que se acercaba su gesto iba mutando y eso me dio cierto alivio en medio de esa difícil situación. En eso, no me aguante, me pare a esperarlo llegar y cuando lo tuve cerca lo abrace efusivamente y pude sentir como su cuerpo se desparramaba encima del mío.

Los minutos transcurrieron hablando sobre temas distintos a nosotros. Recuerdo que por el miedo a que tocara algún tema que lograra ponerme en aprietos hable demasiado y estratégicamente termine por largo rato abundando en detalles sobre mi trabajo y familia.

Él, obviamente, se dio cuenta y espero una pausa en lo que le contaba para decirme eso que quería y no quería oírle: que no me había olvidado y que me amaba mucho más de cuando me largue--sin darle media razón--de su vida. Sigo contando que me emocione oyéndolo aunque la verdad trate que no se notara que por dentro saltaba de felicidad con cada palabra que pronunciaba siempre mirándome fijamente. Entonces, viendo la escena fue que llegamos a la conclusión que no existía etiqueta para nosotros y que no nos importaba colocarle una a nuestro querer. Entonces, pienso, que quedo más que claro que éramos simplemente, o complicadamente, solo yo y él. Sí, la pareja de las historias bizarras. La que nadie, salvo nosotros a veces, quería ver junta nunca más. Los locos de mierda que podían llegar a decir sin pizca de vergüenza que se podía querer simultáneamente a más de uno o una. Aquellos que aun acompañados, pero sin ellos, lucían solos, penosamente solos.

Esa noche, sin embargo, volvió a repetirme eso que nunca hubiese querido oírle.

— ¿Te dije que pienso que voy a vivir poco?—me dijo.

—No digas eso ¿Otra vez con esa tontería?—le dije sorprendida.

—No estoy hablando tonterías, tengo claro que hubo un tiempo de excesos en el más amplio sentido que se le pueda otorgar a la palabra y que por ese mismo hay una factura que inevitablemente habré de pagar—me dijo con un gesto inmutable que saltaba entre la risa y una extraña quietud.

—No lo veo así. Pero, digamos que te entiendo e igual ahora se me ocurre preguntarme ¿A qué viene todo esto justamente hoy?—le dije presa de una naciente intranquilidad.

—Escúchame nomas que siempre te he querido porque fuiste la única que entendió que nunca me ha gustado oír, sino que me escuchen—me dijo imperativo.

—No te creo, si a mí siempre me dejaste hablar –le dije casi sabiendo lo que me diría.

—Eso es verdad, es que solo a ti te he oído con atención y cariño. Antes de ti solo me importaba todo lo mío, y solo eso. Por eso siempre te dije que tú me hiciste menos egoísta o al menos en ti, o mejor dicho contigo, encontré con quien compartir armoniosamente eso terrible que son nuestros egoísmos: el tuyo y el mío.

— Tú eres el egoísta porque no te importa que me apene que me digas que piensas que morirás.

— Mas allá de si eso en serio te importara quiero que te enteres que lo sé y que además no lo veo muy lejano. Pero no te preocupes, me iré tranquilo sin llevarme nada de ti y dejándote poco de mi.

—Eres una mierda huevon me estás haciendo llorar y eso no se hace.

—No hay porque llorar, si todavía nada ha pasado y prefiero que pienses que si tuvimos antes de conocernos una vida juntos no veo la razón porque no la podríamos tener cuando ya no esté— me dijo con los ojos llenos de lágrimas.

— ¡No entiendes nada huevon! tanto tiempo para estar juntos, tanta lucha y ahora me sales otra vez con esa misma locura que crees que morirás. ¡No me jodas! –le dije alterada.

—Ahora mismo podría repetirte que eres la misma conchuda de siempre o acaso no te acuerdas que te fuiste con otro y ojo que no es un reclamo porque fue lo mejor que hiciste—me dijo volviendo mi gesto en una mezcla de pasmo y asombro.

—Me fui, como te dije, buscando la felicidad que contigo parecía no iba a tener.

—Y yo te deje ir por lo mismo amada mía.

—Tu tampoco hiciste mucho por cambiar mi opinión, es más te desapareciste sin que pueda saber nada de ti.

— ¿Y porque tendría que haber hecho más de lo que ya había hecho?

— ¿Qué hiciste? A ver dime.

—Ves que jamás comprendiste que por ti hice cosas lo que jamás por nadie.

—No hiciste ni mierda, si basto que me alejara para que te buscaras a otra y encima fuiste tan idiota de llevarla a nuestros lugares.

—Te escucho furiosa y me siento como otras veces tan orgulloso de ti. Tienes verbo huevona, hablas bien, expones claramente lo que quieres decir. Tiene, ahora, tu hablar el temple y la sofisticación que no tenía y ojala que no te joda que te diga que ya sabes de donde te llego todo eso.

— ¡Uy! Salió el todopoderoso que piensa que yo era nada antes de conocerlo.

—Puedes creerlo, o no, pero eres mi mejor y peor obra. Cuando te conocí y empecé a quererte no quise cambiarte solo aportarte eso que pretendí también tengas para amarte mas, para que ames mas. Tú eras una antes de mí y ahora casi sin darte cuenta eres otra, eres tras mi paso por tu vida, una mejor versión de ti misma.

—No me jode que digas eso si yo misma te lo hice saber así. Lo que si, es que no quiero que vuelvas a decir esa estupidez que crees que morirás pronto—dije entre molesta y triste.

—Escucha esto, antes de conocerte mucho tiempo atrás hubo un tiempo en que repetía que le tenía miedo a la muerte pero ahora ya no le temo más. Pienso que peor es para quienes ya murieron por dentro hace tiempo sin apenas darse cuenta. En mi caso yo he vivido dentro de mí y también en otros lugares. He vivido mucho y en muchos corazones. Unos muy buenos, otros regularmente buenos y en el tuyo.

— ¿Cómo es eso de “y en el tuyo”?

— Es que en el tuyo he vivido, sigo viviendo y no moriré.

No cumpliste eso último huevon.