She & Him # 01


Esa mañana había amanecido algo inquieto y como nunca antes había sentido la urgencia de hablar con aquel al que, bien o mal, había empezado a reconocer como su padre. Y eso, aun a sabiendas que solo lo había visto apenas dos veces en su vida. Pensó que pese a eso en esas ocasiones ese viejo hombre le había inspirado cierta confianza. La que entendía solo podría haberse visto configurada por temas de sangre y la sapiencia que estaba seguro le había heredado.

Lo cierto, es que secretamente lo admiraba por la vasta cultura e inteligencia que había derrochado durante esas dos aisladas noches en las que oyéndolo pudo comprobar que su personalidad llevaba mucho de esa persona a la que no estaba seguro si alguna vez podría nombrarlo y sobre todo sentirlo encajar en la palabra "padre".

Sin embargo, buscó su número y sin tener en cuenta diferencias horarias llegaría a dar con él.

— ¿Te jode que te llame? Solo dime si te jode—preguntó huraño sin mediar saludo.

— No, solo me sorprende, pero no dudes que me alegra sobremanera oírte.

— A ver, desde ya te digo que no sé bien porque lo hago pero pensé en contarte lo que me pasa aunque siga quedándome claro que no sabes ni mierda de mí y por eso mismo que, tal vez, tu opinión resultara siendo como la de cualquier otro. Pero a pesar de eso, y de ti, igual hoy inéditamente he sentido ganas que conozcas algo de lo que me ocurre a riesgo que quizás eso mismo habrá de importarte un carajo.

Después de oírlo, su padre le dijo que era muy osado su comentario pero que ciertamente sentía como lógico que pensara de esa manera. Sin quejarse mucho intentó convencerlo que sea como sea que hayan ocurrido las cosas entre ellos siempre, y aun desde su lejanía, había estado al pendiente de la agitada y complicada vida de su único hijo. Impaciente lo conminó a no dar más vueltas y, por fin, le contara a que debía la feliz ocurrencia de poder oírlo.

—¿Te acuerdas de lo que te conté aquella vez que hablábamos de mis textos y te dije que eran mi vida misma?

Despojado de alguna solemnidad, y buscando parecer algo así como cualquier buen amigo que solo le desearía lo mejor, le respondió que sí, que recordaba con precisión todo lo que quiso contarle esa noche sobre sus escritos. Insistió en que orgulloso había leído todos sus cuentos, poemas y relatos cortos. Continuó diciéndole que aunque, tal vez, no bastara, igual pensaba que lo había logrado conocer un poco más desde sus líneas. Le dijo, además, que le gustaba mucho la pasión y fineza que exponía su prosa.  

—Así todo eso que dices haya sido solo para quedar bien, te lo agradezco igual, pero sigues sin referirte puntualmente al tema que abarco más de la mitad de aquella conversación—le dijo ansioso.

Esas palabras obligaron a su padre a ir directo al grano. Entendía que sabía a que quería llegar y que eso mismo le terminaba dejando un buen sabor. Porque conocer un poco mas, así sea solo por ese contexto, a su hijo no hizo mas que emocionarlo. Lo tomó como un pequeño triunfo sobre esa muralla que nunca estuvo siquiera cerca a traspasar.

Entonces, le recordó que esa noche todo se había disparado cuando le dijo que en sus textos había mucha historia de amor que aunque de gran calidad, y buen desarrollo, reflejaban también poca concreción y que parecían haber sido en todos los casos fallidos intentos y que eso era lo que no lograba entender.

Es más, aterrizó la idea que esperaba que eso mismo responda solo a las ansias de auto asumirse como un escritor maldito y que no sean la historia de su vida.

—Es una película repetida en tus cuentos que cuando parecía estar todo muy bien algo pasaba y eso parecía siempre estar vinculado contigo—le dijo sintiéndose entrometido su padre.

—Continua, por favor—respondió dueño de una voz casi imperceptible.

En eso, el viejo hombre siguió diciéndole que de esa noche recordaba que fueron justamente esas palabras las que había sentido lo habían logrado desarmar, y a la vez dejaron que la conversación ingresara a otro nivel más llevadero y de aparente, aunque tibia, confianza. Le confesó que ilusionado lo había oído explayarse sobre su vida afectiva a pesar que en esa parte también asomaron los valederos, y duros, reclamos que le hizo enrostrándole el hecho de no haber sabido de su existencia durante tantos años.

Fue durante esos minutos que su padre lo oyó acusándolo de que parte, o todo, lo nocivo de su personalidad no había sido otra cosa que su gran legado. Sin pausa, le hizo saber que había pasado la mayoría de su vida preso de un egoísmo que lo hizo sentirse más allá de todo y de todos. Insistió en que esas eran cosas que sabía bien no existían en ninguno de los miembros de los que consideraba su única familia. Le dijo, ya con voz entrecortada, que su padre de crianza nunca fue, no es, ni será así y que entonces siempre se había sentido desacomodado sin poder entender el ser como era y que eso solo lo pudo comprender el día que pudo confirmar que todo eso le había venido de otro lado, del suyo.

Lejos por unos minutos de sí mismo, y de lo pensativo que había quedado por lo que acababa de oírle, su padre decidió volver a lo que iba, al meollo del asunto. Le dijo que prefería huir de ese espinoso tema para que el lograse entender que de alguna manera intentaba ayudarlo. También, recordó de esa noche que le consultó el porqué de que siendo cierto que algunos de sus textos lucían plagados de un amor en su más hermosa expresión ninguno haya conocido siquiera un buen, o mal, final. Fue en ese momento que lo notó casi silencioso y dubitativo.

Concluyó, entonces, que en los escritos que había leído en su página asomaba mucho “rompecabezas” que aun pareciendo estar con las piezas completas le daba la impresión que aun no lo había logrado armar.

—Buen punto ¿Pero recuerdas que te dije sobre eso?—le preguntò a su padre. 

—Sí, claro, me hablaste de lo duro que siempre se te hizo decidir porque siempre aparecieron más caminos que uno solo y que hasta descontento siempre continuaste con el más amable y nunca transitaste por aquel que presumías iba a ser muy difícil. Y que eso se lo achacabas a esa misma desidia que hizo luego que todo eso que asumías como "ideal" igual acabara por terminarse.

—¿Y si esta vez decidiera tomar el camino más difícil, sin importarme que ese mismo no me brinde seguridad alguna?—preguntó inmerso en el caos de enfrentar a esos demonios que siempre lo azuzaban por dentro.

Su padre seguía sin saber que era lo que esta vez se mostraba tan difícil del contexto al que se refería y del que no desmenuzaba nada aun. Pocos segundos después, recordaría solo para sus adentros que una de esas noches su hijo(en un arranque de sinceridad) le dijo que había conocido a una mujer que, aunque de menor edad, había logrado sorprenderlo, y mucho. Agregando que estando todo lindo, igual no podía negar que subyacían algunas dudas sobre ella y su actuar. Sobre todo por las inverosímiles mentiras que insultando su inteligencia ella le había no solo dicho, sino esperado que terminara creyéndolas.

Es ahí que sin pensarlo su padre categóricamente afirmaría que no había mentira más fácil de configurarse como tal que la que oye aquel que busca creer en lo que sea. Pero, también le hizo saber que a veces, y solo a veces, hay mentiras que por inocuas solo trastocan la forma y nunca el fondo. Y que, tal vez, la edad de la susodicha podría disculpar, de alguna manera, su actuar. Sentenció, que si alguna decisión habría de tomar que esa misma no se base en el hecho de erigirse como el adalid de la honestidad, sino porque los ratos de verdad de ella no alcanzaban para volverla una mujer creíble.

—Muchos indicios no suman necesariamente una certeza, pero me llenaste de generalidades sin referirte a un hecho individual y la verdad ya  no sé de qué estamos hablando ¿De qué dudas tanto?— preguntó su padre. 

—No sé pues, de todo. Es que hace apenas horas se me hizo durísimo oírla y verla divagar sobre eso que pienso a estas alturas ya no debió haber dudado y mucho menos poner en tela de juicio—respondió con voz que evidenciaba cierta molestia y tristeza.