De una noche buena en Nochebuena.

12:00

Tras el estruendo producido por artificios pirotécnicos, sumado al clásico anuncio salido desde nuestros televisores, es que salíamos desganados de nuestros cuartos los que segundos antes lucían, como nuestros corazones, sus puertas cerradas. Al vernos, tímidamente apenas cruzábamos miradas mientras descendíamos lentamente, como sin ganas, hacia la primera planta de mi casa.

En el trayecto, y en medio del silencio, amagábamos sonreír inmersos en un gesto tan vacío como esa especie de ritual que luego habríamos  de forzosamente cumplir: sentarnos a la mesa, abrazarnos agradeciendo los muchos regalos que abriríamos y vernos haciendo nuestro mejor intento para que pareciese que aun nos importaba mantenernos como eso que sabíamos de sobra hacía ya años habíamos dejado de ser. Lo cierto, es que por muchos años fuimos apenas el recuerdo de eso mismo que un día existió y que nunca más volveríamos a ser: una familia feliz.

Entonces, decir que los pocos recuerdos de lindas Navidades son tan lejanos como borrosos solo sería la más fiel, y dolorosa, descripción de aquella aciaga realidad.

Y así, tuvieron que pasar largos años para que le volviera la emoción a mi alma en esa fecha.

(…)

Era diciembre y a pocos meses de conocerla ya la estaba empezando a adentrar furtivamente a mi casa. Entrabamos siempre tarde llegados de algún lugara veces en mal estado, es verdaden búsqueda de alguna otra blanda razón para amarnos más aun. Ya otras noches veíamos películas, escuchábamos música o continuábamos con el constante saqueo al que sometíamos al surtido bar de mi padre.

[Por ese año mi familia ya era una mierda, no existía como tal. Ya años después entendería que hubo cosas que nunca pudimos comprar y por eso mismo tuvimos que vivir igual aquello triste que fue la soledad (acompañada) de vivir siendo cuatro entes que sabíamos bien ya no concatenarían nunca más. Dicho mejor, juntos pero solos]

Sin embargo, ella buscaba emocionarse con la Navidad, no sé si por ella o por mi, pero al menos hacia el intento de empaparse del clima de fiesta y de toda su parafernalia. Ya poco importaba que ambos supiéramos que mucho por lo que estar emocionados en  esa fecha no teníamos. El caso es que terminaba enterneciendome verla alentándome a celebrar, al menos, el hecho que se trataría de nuestra primera Navidad juntos. Buen apunte, me dije. Si, total, eso digno de celebrarse era que nos teníamos el uno al otro.

— ¿Por qué no regalarnos una linda navidad? —interrogó mirándome tiernamente.
— No entiendo, explícate— le dije fingiendo no saber a qué se refería.
— Digo que podríamos vivir distinta esta fiesta que se yo... ponerle algo más de ganas y estar    de verdad felices.
— Siempre estoy feliz contigo y esa noche supongo que no será la excepción.
— Lo sé, tonto, pero es que en esa fecha hay un tema muy presente que es el amor que no es otro que ese mismo con el que nosotros convivimos a diario. Hazme caso y hagamos de esta Navidad la mejor.

Enseguida le vi los ojos brillosos y nos quedamos en silencio. En ese momento me sentí mal por el egoísmo de no haberme dado cuenta que su alma la estaba pasando peor y, sin embargo, intentaba correrle a la pena y solo esperaba que le tome la mano para emprenderle la huida a la tristeza .

Quizá haya sido que, después de todo, ella tenía muchas menos razones para sentirse bien ante la llegada de la Nochebuena. Es decir, su madre seguía viviendo en Estados Unidos, su padre hacía ya algún tiempo, no mucho, que había fallecido en un accidente automovilístico en Italia y entonces eso, como es lógico, lograba ponerla muy triste, demasiado triste.

Fue, entonces, que intente explicarle la suerte que tenia al saber que exista un resto de su familia que vivía que muy al pendiente de ella. Le dije, ademas, lo agradecida que debía sentirse al tener una hermana que no cesaba de demostrarle lo importante que era para ella.

— Yo hubiese matado por tener una hermana así—dije sincero.

Ella, mientras me oía, no dejaba de derramar lágrimas las que cuidadosamente me encargaba de secar. No decía nada, solo me miraba y me abrazaba. Muy pocas veces la vi así, es cierto. Porque, a decir verdad, ella fue siempre la inyección de vitalidad y alegría que necesitaba mi alma melancólica y triste. Era lo que se dice mi contraparte y fue precisamente con ella que aprendí que se podía ser feliz y hacer feliz a la vez.

— Entonces, ¿vendrás a casa en Navidad?
— Si, claro. Y la vamos a pasar bien, no superficialmente bien, sino bien de verdad.

Sin asomo ya de pena, quedamos en que inmediatamente termine la siempre aburrida, sosa y triste cena navideña en mi casa partiría raudamente a la suya. Ella, en tanto, aguardaría por mí para cenar juntos. Y así, es que tuve que argumentar un fuerte dolor de estomago para comer lo menos posible en mi casa.

12:30

Todo salió de maravillas, mejor imposible. La cena estuvo como siempre muy aburrida y todos estábamos tan callados que cuando terminé lo poco que comí e hice mi anuncio de retirada nadie se animó a sugerir mi permanencia. Hubo buenos regalos, eso sí.

Acto seguido subí corriendo a mi cuarto, cogí mi mochila y salí disparado a su casa. Recién llegado toqué el timbre, me abrieron y pude ver a esa parte de su familia(a la que me referí líneas arriba) cenando felices. En eso, cuando apareció, la vi bellísima, la olí exquisita y la abracé con tal fuerza que siento que fuimos uno solo en ese eterno instante.

A los segundos, ella me invitó a pasar a una sala contigua donde había preparado todo para nosotros. Me sorprendí, digo la verdad, al ver la mesa llena de las pocas cosas que ella, y solo ella, sabía me gustaban para comer y beber. Brindamos con vodka con zumo de naranja y cenamos un pollo embadurnado en una deliciosa salsa agridulce. Todo esto preparado por ella y vaya que pensé que fue un hermoso detalle. Mientras esto, no dejaban de sonar, una tras otra, nuestras canciones preferidas. Después, luego de cenar, quisimos oír burlescamente sendos villancicos, bailamos un poco y quisimos cerrar la noche actuando un poco. Y cuando digo actuar, no es que haya sido propiamente eso, sino a que nos gustaba jugar a interpretar roles distintos a los nuestros.

Estábamos muy locos y nos divertía saberlo.

Lo real es que era todo tan perfecto que no podía creer el estar tan feliz un veinticinco de diciembre. Y fue en medio de esa emoción que le pedí que me escuchara y que, por favor, me dejara terminar antes de decirme algo. Lo concreto, era que necesitaba aterrizar algunas de esas muchas sensaciones e ideas que sobrevolaban sin pausa mi cabeza a ese momento.

— No sé, pero hoy siento la pena de no poder decirte, o de alguna forma hacerte saber, lo feliz que me haces. Pasa que siento ese dolor que, a veces, te da ser inmensamente dichoso. No encuentro la forma de explicarte que no solo nunca tuve una Navidad así, sino que nunca fui más feliz que hoy. Y eso también me da miedo pues no sé como hago para no temerle a eso que llaman destino, ese mismo que, tal vez, un día nos querrá ver separados. No sé como hago para entender que a pesar que desfallezcamos haciendo nuestro mejor esfuerzo un día puede que tenga que solo recordar esta noche y seguramente llorar como ahora mismo, pero ya sin ver tus llorosos ojos mirarme envueltos en ese amor que amo amar.

— Que lindo eso, gracias. Ahora, déjame decirte que aunque yo crea, y sea seguro para mí, que siempre vamos a estar juntos también es cierto que hay momentos, gente y sentimientos que serán eternos porque no nacieron por obra de nadie y por eso mismo jamás morirán. Lo que siento por ti no nació al verte, solo te encontró. Y, entonces, solo morirá cuando nos dejemos o con nuestra muerte.

La escena, tan estremecedora como tierna, nos tenía ahí con los ojos hinchados y rojos de tantas lágrimas de tristeza y alegría derramadas. De pronto, decidimos que salir a caminar era algo que nos haría bien. Ella fue por su bolso con lo que yo me quedé esperándola bebiendo lo poco que restaba de vodka en mi vaso. Salimos y caminamos de la mano casi sin decirnos nada. No hacía frío pero un ligero y susurrante viento pareció envolver nuestro silencio. Habiendo llegado al centro de un parque inmenso ella detuvo el paso, se recogió el cabello, encendió un cigarro y me miró con ganas de decirme algo.

— Te diste cuenta que, a veces, basta con querer sentirse bien. Hoy ha sido una noche maravillosa y por eso es que debo agradecerte. Por esta Nochebuena, por esta buena noche.

Con la emoción a flor de piel nos quedamos viendo como, poco a poco, iba amaneciendo y con eso llegando a su fin nuestra primera Navidad juntos. Ya cuando la dejaba de vuelta en su hogar se me ocurrió decirle mis ultimas palabras. 

—Lo lindo de hoy es que hiciste posible eso que jamás creí volvería a mi vida: que coincidan, por fin, mi Nochebuena con una noche buena.