Rebelde con causitas II

Dear C,

Ayer tuve un susto fortísimo amiga. No imaginas, fue terrible. Ocurrió que acabada de entrar la tarde recibí la llamada del hermano menor de mi padre, quien desde un Hospital me comunicaba que mi padre estaba internado por fuertes dolores al corazón. Entenderás, que no dudé en pensar lo peor y esto, entre otras cosas, debido a que mi papá esta ya lejos de ser un mozalbete. El caso es que en voz baja, y en pocos minutos, este familiar sin abundar en muchos detalles cumplía con informarme que lo habían ingresado aproximadamente a las dos de la madrugada y que antes no me había avisado dizque para no “molestarme”, ¡Plop!

– Idiota –pensé al oírlo.

Lo cierto, es que lo que viví sospecho que no es algo para lo que alguien se pueda considerar preparado. Nadie lo esta, creo. De hecho, la seguidilla de sucesos se había iniciado con una simple llamada en la que me decían que mi padre estaba internado con alguna dolencia en el corazón y, tal como te contaba antes, inmediatamente pensé en una desgracia. O, mejor dicho, en dos posibles escenarios: uno, en el que mi padre yacía muy grave en una cama, mientras la medicina estaba haciendo lo suyo para intentar recuperarlo y otro, el más horrible, aquel en que mi padre tenia ya algunos minutos de haber fallecido y solo estaban intentando suavizarme la trágica noticia hasta que mis ojos llegaran a comprobar la penosa realidad. Y, la verdad, le di 50% a cada posibilidad, aunque también es cierto que durante el trayecto hasta llegar al Hospital me resistía a perder una sola persona querida más (si recuerdas mi queridísimo abuelito murió hace casi dos años) Ni cagando, me dije.

Recién llegado al Hospital de lo poco que me pude enterar por el hermano de mi padre es que ya le habían realizado algunos análisis que parecía habían terminado por descartar lo peor, pero que igual había que esperar para confirmar esto cuando se pudiera hablar con el medico y que hasta eso podrían pasar largas horas.
Esas horas de tensa espera transcurrieron mientras recordaba mi niñez y todo lo que me había dado mi viejo: en lo material siempre lo mejor y en el tema afectivo lo que su carácter le dejo dar. Pensé que quizás nunca más le podría decir lo mucho que lo quería y lo agradecido y honrado que estoy de ser su hijo. Pensando en eso pude reparar en lo bueno que resultaba que a esas alturas, a dios gracias, que ya habían pasado algunos años del día que nos disculpamos (y perdonamos) mutuamente por nuestros yerros y por aquel lamentable vacío por el que paso la relación durante los años que nos dejamos de ver por causas que prefiero inhibirme de recordar. Lloré un poco también, valore cosas que antes no me dio la gana de valorar y me arrepentí de otras tantas. Hablé con ese Dios, que aun suelo creer que existe, y le pedí, a la vez que le prometía, otras tantas cosas que seguramente jamás me cumplirá y yo menos a él. Es en ese ínterin que me pude dar cuenta como mis actos me estaban convirtiendo en el mejor ejemplo de lo cierta que termina siendo esa famosa frase cliché que dice algo así como que algunos solo nos acercamos a Dios para pedirle cosas y solo cuando una situación difícil nos aprieta.

En medio de esto, entendí que, a veces, aun cuando creamos tener cierta experiencia y sapiencia parece que precisáramos atravesar por estas situaciones absolutamente limites para darnos cuenta que tan lejos estamos de lo más importante y de lo poco que hacemos para afianzar relaciones por creer que como estas, de por si, nacen revestidas de amor y se presumen eternas, no hay por que reforzarlas, ni “barnizarlas” de más afecto. Dicho mejor, de amor en forma de palabras.
Al final cuando pude conversar con el medico este me dijo que todo andaba bien y que solo se había tratado de un aviso que da el cuerpo, en este caso específicamente su corazón, comunicándole a mi terco padre que urgía cambiar algunos hábitos e incorporar otros de mejor calidad a su vida. Luego, cuando autorizaron mi ingreso corrí y al encontrarlo echado y casi dormido lo abracé, le dije que lo quería muchísimo, y derramé otras muchas lágrimas.

Al abandonar el Hospital lleguè a la triste conclusión que siempre he sido mejor amigo de mis amigos, que hijo de mis padres. Pero, felizmente en el amor siempre se esta a tiempo. Siempre.
De hecho, desde ese día— y sin habernos puesto de acuerdo— siempre que nos vemos o hablamos terminamos la conversaciones con un “te quiero mucho” y no sabes lo lindo que se siente decirlo y oírlo .

En fin, amiga ya se que ha sido un correo inusual, pero escribirte ha terminado siendo un buen pretexto o, acaso, un tierno disparador para conversar conmigo mismo, para viajar en mis adentros. Y pensar que yo solo te estaba a punto de enviar el poema de Benedetti que había quedado pendiente (que te lo envió igual), ojo al piojo con la línea catorce que se parece tanto a algo que te gusta— ¿y jode?— , ya, ya, ya sé que esta es la parte en la que, como otras tanta veces, debería decir(to myself) “No aclares que oscurece”, Ja.

Chaufa con mondongo

Genaro
PD.-¡Ah!, y como no hay luto, lo que si
hay es un five years pal’ regreso de ahí mismo, aquí mismo, ¡chan chan!


VICEVERSA

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte.

Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte.

Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte.
o sea,
resumiendo estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.
Mario Benedetti