Abriendo caminos [ Not For You 10 ]


Las dudas que habían venido postergando que marcara el número de Vero desaparecieron la noche que abandoné en malas condiciones otro de esos pichangueros almuerzos de reencuentro que suelen organizar mis queridísimos amigos del colegio.

Lo cierto, es que salí con la firme decisión que pese a mi estado, o por ese mismo, era un buen momento para llamarla. Otra cosa, no sé bien porque pero el pisco gustándome como me gusta es el único licor que me hace sucumbir, o mejor dicho me caga mal. Lección que aprendí tras algunas faenas etílicas que me hicieron tenerle el respeto que le tengo. Entendí que no me llevaba muy bien con ese destilado y ya solo quedaba aceptarlo con alguna cierta entereza.

Sin embargo, aquella vez me provoco darle batalla y pudiendo beber lo usual opté por pedir: primero un pisquini, luego un piscopolitan, tras este unos chilcanos, y cerré con aquel vaso que me enviaría directamente, y sin escalas, a la shit: el tumbador capitán.

De esa tarde, recordando, puedo verme sentado en un conocido restaurante observando la borrosa imagen de una mesa llena de algunos de mis amigos de mi etapa escolar y sus parejas. Mientras las observaba, a las novias de mis amigos, una voz por dentro me decía: “viste que ninguna es tan linda y mucho menos tan inteligente como Vero” y es ahí que sonreí con los labios cerrados para que nadie confirmara que aun seguía siendo el mismo desequilibrado mental de siempre.

—Gracias—le dije al mozo que, diligente, me interrumpió para depositar en la mesa el siguiente trago que había pedido.

En eso, decidí sacar de mi billetera aquel arrugado pedazo de papel que me había dado Caro y fue mirando los números de teléfono de Vero que pensé si llamarla algo ebrio estaría bien o no. De pronto, empezó la juerga y todos bailaban al son de un merengue de Juan Luis Guerra. A mí no me dieron ganas de dancing y partí a comprar una cajetilla de cigarros.

A los minutos

—Pensé encontrarte esta vez ya con planes de matrimonio o, tal vez, de hijos—me dijo Tricia hasta hoy una de mis mejores amigas, pero la mejor de mi pasada época colegial.

— ¿Así? Mira tú. ¿No será que ahora que estas envuelta en ese rollo crees que eso mismo termina siendo el natural destino final de todas las personas? No te olvides que no soy, ni pienso, muy distinto a ese al que solías discutirle casi todas sus ideas.

— Huevon ya olvídate de eso, cuéntame ¿con Claudia terminaron mal no? Nunca más la volviste a traer.

—Ni bien, ni mal. Se terminó y punto. Eso sí, créeme que si un día nos encontráramos en algún lugar no dudo que un abrazo cariñoso nos vamos a dar.

— ¿ Estás solo? — preguntó antes de secarse otro pisco sour.

— Sin pareja, pero no necesariamente alone.

— No entiendo.

— A ver, licuadito como para bruta.

— Imbécil, ya cuenta nomas que te mueres por hacerlo.

— Ja, sucede que salgo con alguien que estando conmigo sigue estando sola y viceversa.

— Siempre hablando enrevesado no huevon ¿Está o no contigo?

— ¡No sé, carajo! Lo que sí, es que pienso que de la suma de dos soledades que deciden acompañarse no resulta necesariamente un amor. Sucede que ando en un momento en el que mi felicidad no huele necesariamente a mujer.

— ¿Te volviste cabro?

— No, es solo que no me he casado, no tengo hijos y esto no significa que no crea en el matrimonio, ni mucho menos que me desagrade la idea de tener hijos.


Terminé diciéndole que ella sabía de sobra que siempre he creído en el amor, pero en uno distinto. Ese que se aferra a la idea que el destino ajusta coordenadas para que dos personas se conozcan. Seguí diciéndole que me gusta seguir creyendo en la sintonía que pueden llegar a sentir dos personas ante el solo hecho de encontrarse frente a frente. Y en ese caso, si existe (sin existir, en realidad) ese mágico enlace así tarde mucho tiempo en ocurrir, el resto terminará cayendo por añadidura.

— El tiempo pasa y ya no estás para esas huevadas—me dijo alterada.

Al final, lo que me dijo lejos de disuadirme me acercó más a apresurar esa decisión que días antes había tomado: llamar a mi mejor pasado y no para volverla presente, sino para tras conversar poder construir un futuro aun mejor. Obviamente, ya sin ella y su recuerdo.

Entonces me despedí, tomé un taxi y marqué, por fin, su número.

— Vero soy yo—le dije seguro que reconocería mi aguardentosa voz.

Un ensordecedor, y prolongado, silencio se oyó del otro lado.