Sueltos en Plaza


No sé hasta ahora si más pesaba la culpa o el hecho en sí de no tenerla, lo que sì es que fue el catorce de febrero más triste que me ha tocado vivir. Esa noche retumbaba en mis oídos la hermosa voz de Natalie Merchant cantando Space Oddity de Bowie; al tiempo que, entre triste y rabioso, apretaba fuerte una lata de cerveza que me apresuraba en terminar en las afueras de un elegante Hotel de San Isidro. Tenía muchas imágenes pasando por mi mente, oía su voz, olía su perfume, tristísimo estaba convencido que no había parte de mi que no la añorase.

No sabía bien porqué pero presentía que ella llegaría y si no fuese el caso igual pensaba que estaba en el lugar correcto para estar un poco con ella, sin ella. Para eso bastaba recordar las noches que habíamos pasado oyendo sus canciones, de los besos, palabras y caricias que quisimos compartir con su música de fondo y de lo mucho que soñábamos ver juntos a nuestro trovador preferido: Alberto Plaza.

En eso cuando apareció, y ya no con la mirada y sonrisa de aquella noche en que besándonos se reveló ese no tan secreto amor que abrigábamos desde cuando solo nos podíamos ver de lejos, nerviosos nos miramos y sospecho que un poco intentamos esconder la alegría que sentíamos de vernos. Tomé un poco de aire y traté de evitar que la humedad que se iniciaba atrás de mis ojos conociera la luz y delatara que estaba a punto de empezar a morir o a vivir, que en este caso parecía ser lo mismo.

— Hola, ¿como estas?—dije nervioso
— Pensando, reordenando mi vida, pero la verdad es que no muy bien—dijo casi sin mirarme.
— Pensé que tal vez no vendrías—dije suavemente casi susurrando.
— Casi no vengo pero a pesar que se que las canciones inevitablemente me van a poner muy triste igual quise venir a oírlas y también a ver de lejos lo que tuve cerca, a ti—dijo mirándome fijamente a los ojos.
— Es increíble que esas canciones que un día nos unieron hoy sonaran en medio de esta separación—dije intentando que bajara la guardia y me dijese algo que consiga aliviar, en algo al menos, el dolor que suponía su alejamiento.

De pronto, en medio de la rala charla que manteníamos, caímos en cuenta que nuestros boletos decían que no tendríamos una ubicación cercana y aunque si bien estaríamos a solo algunas filas de distancia, igual no podíamos entrar juntos, y entonces eso suponía una despedida más en nuestras vidas. Mientras me indicaban por donde debía entrar seguía mirándola y sin despedirme con un gesto le hice saber que la noche aun no terminaba para nosotros. Entre y casi ni oí a quien amablemente me indicaba el lugar de mi asiento yo solo quería saber donde estaría ella, ya el resto era lo de menos.

Desde mi ubicación lo tenue de las luces y la gente de pie no me permitían verla, en eso recordé que en la puerta de ingreso a la sala estaban regalando, a modo de degustación, vasos llenos de una cerveza nueva. Salí pensando que tomar una, o dos, o tres de esas conseguirían menguar mi ansiedad.

— Sabia que aquí lo encontraría Señor—me dijo riéndose
— Sí, yo también, acuérdate que somos igualitos, cortados y recortados por la misma tijera.
— ¿y ahora que?, al menos podríamos brindar por que ya no tenemos nada porque brindar—farfulle entre serio y jocoso— y es que muerto el perro se acabo la rabia, ¿no? — seguí diciendo disfrazando mi afirmación en una pregunta.

Ella solo atino a mirarme sin decir nada para luego caminar de vuelta a la sala dejando desairada la pregunta. Justamente cuando reingrese se apagaron todas las luces y empezó el recital. Las canciones transcurrieron y en más de una asomaron algunas lágrimas evocando a la persona que tenía tan cerca y lejos a la vez. Al final, en la última canción cuando algunos se acercaron al escenario yo decidí hacer lo mismo y fue ahí que al pie del mismo que la pude ver iluminada por una luz que barría la sala. Y claro que me sentí bendecido que cada cinco segundos esa mágica luz me dejara verla en todo su esplendor y no puedo decir otra cosa que lucia hermosa y con un gesto de estar emocionada y melancólica al mismo tiempo. Esperando que salga por tercera vez a ofrecer una ultima canción vimos encenderse las luces de la sala que era, como no, un aviso inequívoco que todo, ahora si, había terminado. Pasados unos minutos cuando salía de la sala me preguntaba si lograría encontrarla, si lograría verla una vez más. En ese momento me sorprendí de verla al pie de la escalera mirándome esperando que baje.
Esos pocos segundos que pasaron hasta que descendí transcurrieron mientras me creaba mil teorías sobre lo que se venia; abrigaba la esperanza que me dijese que no podía vivir sin mi y que fuéramos a algún romántico lugar a celebrar que nuestro amor estaba de fiesta, aunque pensaba que también existía la posibilidad que me reciba con un apasionado beso y no haya necesidad de decirnos nada mas.

— Te esperaba—me dijo y tras eso vi como su lengua recorría sus secos labios. Estaba nerviosa y yo lo sabía pues ella solo hacia eso cuando alguna situación la mantenía inquieta.
— Gracias, la verdad que jodido es todo esto, juro que nunca me he sentido tan triste, siento que puedo ver mi alma y que esta luce apagada, casi sin vida—dije gesticulando y agitando los brazos al aire desfogando molestia y dolor.

Salimos del Hotel y caminamos rodeando un hermoso parque. No hablabamos cuando ella cruzo su brazo al mío mientras miraba fijamente a ningún lugar. A poco de llegar a la Avenida le pregunte si se quedaría conmigo, si al menos esa noche podríamos compartirla juntos. Me dijo que no era lo más adecuado, que no quería arriesgarse a retroceder en una decisión ya tomada. Mientras estiraba la mano a la espera que se detenga algún taxi, me dijo que tal vez un día se podría arrepentir de haber terminado con lo nuestro, pero que a ese momento no pensaba en volver conmigo. No dijo que nunca lo haría pero no había necesidad yo ya sabia-- mientras se alejaba mirándome en el taxi-- que se iba para siempre y con ella mi vida, así de difícil.