Mosquita muerta [2]


Aun en ese trance,  Gabriela bajó la tapa del inodoro y se sentó a darle vueltas al asunto. Fue después de anidar una serie de raros pensamientos que decidió vomitarle de una buena vez toda la verdad. Así, de cuajo. Ya poco le importaba que Sebastián, al enterarse, era seguro que iba a sentir una mezcla de odio y pesar por el hecho de ver magullado su monumental ego.

Estaba pensando-la, eso sin duda.  

Pasados unos minutos, el ligero viento que ingresaba por algún recoveco del recinto hizo que instintivamente sus manos recorrieran sus piernas. Y, entonces, volvió ese irrefrenable impulso que tenía ya algún tiempo de visitarla. Cerró los ojos. Acto seguido, fue su diligente memoria táctil la que tomó las riendas del momento por algunos húmedos segundos. 

En ese momento Gabriela, por alguna razón, se sintió bien de albergar dentro de ella esas nuevas sensaciones. Al rato, esto mismo le infundió cierta intranquilidad.  

Volviendo al tema, en teoría lo engorroso del asunto radicaba en el hecho que para decir la verdad, así sin anestesia, forzosamente habría de involucrar a esa otra persona a la que por ningún motivo quería ver dañada. Lo que era, en efecto, un contexto devastadoramente intrincado.

Desde luego, no se equivocaba. Porque el hecho de tener que abrirse lo suficiente, a efectos que Sebastián se enterase que ya solo lo veía por costumbre, la ubicaba en medio de un laberinto de dudas. Sin embargo, a este punto ya solo titubeaba en la forma menos dolorosa de quitarse esa pesada cruz de encima. Decirle, además sutilmente, que cuando él la abrazaba y ejercía presión sobre ella ya no le movía ni medio pelo y que en la mayoría de los casos solo lo complacía por lo buena gente que había sido siempre con ella.

Así, lo penoso para ella era constatar que acostarse con él ya se trataba más de un acto altruista que sexual.

Él siempre anda embalado y dejarle las alforjas llenas me hace sentir cruel,  le había comentado a Carla en medio de una conversación telefónica pasada.

Justo antes de abandonar el baño ingresó un mensaje a su teléfono móvil. Al ver al remitente, pensó que estaba esperando recibirlo. “Amor, no puedo dormir…hace frío, te necesito”, se podía leer en ese texto.   

Tras abrir y cerrar el mensaje, recaló en aquello de revelar su secreto. Entendió que decírselo iba a minar de grietas su ya endeble relación o lo que quedaba de ella. No obstante, ya no cobijaba la idea de flaquear. Aunque, claro, para eso debía sortear la dura valla que suponía referirse puntualmente al tema de la existencia de otra persona en su vida.

Lo cierto, es que iba a costar desembucharle a Sebastián que no estaba saliendo, como él creía, con el dueño de la Inmobiliaria MDA, o sea el robusto personaje que solía cortejarla por esos tiempos. Además de esto, Gabriela sabía que lo volvía todo más complicado el hecho que él jamás podría imaginar a quien había empezado a  frecuentar.

En suma, todo apuntaba a que de todas maneras iba a tener que contar detalles de esa noche que de un solo tirón lo cambió todo.

Ese sábado salieron, como otras tantas veces, en búsqueda de buena música y generosas dosis de alcohol. Entonces revisando entre algunas opciones un bar de Barranco terminaría siendo el lugar elegido. Ellos, Santiago y Sebastián, los mejores amigos desde siempre. Esa noche también acompañados por ellas. Ellas, Claudia y Gabriela conocidas y desconocidas hasta para ellas mismas. 

Mientras Sebastián manejaba, el resto cantaba un tema de Christina Rosenvinge, sobre todo ellas, cosa que extenderían incluso hasta el momento mismo de estacionar. Un aire de bonanza parecía estarlos envolviendo. Bonanza, es decir: felicidad. 

Empezaba así una noche distinta, muy distinta.

1.55 a.m.

Mesa llena. Santiago secaba vaso tras vaso. Gabriela, algo nerviosa, bebía mientras trataba de explicarse porque no podía mantenerle la mirada. Sebastián, discretamente observaba a la novia de su amigo y sonreía pensando que la suya estaba más linda. Claudia, no hacía más que mirarla y pensaba lo bien que acompañaba esa ceñida falda a las formas perfectas que tenia frente suyo.

4:57 a.m. 

A Claudia las circunstancias que mostraba la noche la hicieron sentir como si se le hubiese aparecido la Virgen. Ya que lo avanzada de la hora y el penoso estado de Santiago harían pasar inadvertido el inèdito arranque de confianza con Gabriela al momento de pedirle que la dejara llegar a dormir a su departamento. Al siguiente minuto, y sin siquiera dejarla responder, Claudia llamó a su casa para comunicarle a sus padres el lugar donde descansaría. Su madre, aunque dudosa por la evidente voz de ebria de su hija, no pudo más que a regañadientes autorizar aquello con lo que, a las claras, no estuvo de acuerdo. Será debido a eso que al colgar se sintió algo desconcertada por ese segundo que los imaginó (a Claudia y Santiago) entregados a la exploración de sus universos sexuales. Es que no le creyó que dormiría con una amiga y la primera imagen que le vino a la mente fue la de ellos en medio de un polvo memorable. Pensó, además, que de nada le servía haber empezado a querer a Santiago e inicialmente confiar en sus buenas intenciones con su hija, si igual era hombre y era obvio que no solo con los ojos la iba a devorar. Apenas segundos después, en su descargo, creyó que ese sentimiento que la invadió era solo el legado de la férrea y castrante educación del colegio religioso al que asistió. Avergonzada optó por sacar esos pensamientos “pecaminosos” de su cabeza. 
    
A Santiago tanto alcohol le había pegado muy mal y estaba en un horroroso estado. Tanto que bailaba y cantaba arrastrando esas palabras en inglés que no sabía pronunciar. El ridículo se había apoderado de él. Eran uno solo. Sebastián, por su parte, solo lo observaba y  le celebraba todas las estupideces que hacía y decía una tras otra. Estaban ambos muy ebrios. Solo que uno era el clásico borracho calmo que no jode y solo ríe de cualquier estupidez y el otro era el involuntario encargado de la cuota de bobadas de la noche. Abrazados se decían cosas al oído y fisgoneaban entre los escotes de las meseras del bar.

En eso, los dos amagaron pedir la palabra y terminaron proponiendo un brindis por el éxito del negocio que ambos habían iniciado apenas un año atrás. Ese que pagaba todas las cuentas de sus interminables de sus noches de farra. Ellas, ya algo  ebrias, se miraron raro y también estrellaron sus copas celebrando el suceso de la empresa de sus hombres. Porque pasar de tener apenas la cochera de la tía favorita de Sebastián a abrir dos locales era, como no, algo que los enorgullecía. A ellos y como era de esperarse también a sus novias. 
  
En opinión de ambos, la vida les estaba mostrando su mejor cara. Esa misma que los había visto madurar y volverse todo lo responsables que nunca fueron.   A ese momento quedaba claro que ya no eran aquellos desorbitados jóvenes universitarios para los que vivir resultaba ser un gran festín eterno. Atrás había quedado su época altamente toxica. Lo que sí, espaciadamente se sometían a noches de ingesta desbordada de alcohol y de alguna que otra droga en ciertas—pocas, es verdad—ocasiones.

De vuelta a esa mesa, al estar ellos muy empalagosos ellas tomaron cierta distancia y se ubicaron en asientos contiguos. Por alguna razón que ninguna de ellas lograba descifrar, jamás habían intimado demasiado en sus vidas. Eran lo que se dice unas conocidas con solo cierta frecuencia de verse. No obstante, esa noche si hablaban de todo y nada. Surcaban muchos temas y hasta una de ellas evacuó una trivial confesión. Todo esto a causa de las copas de ese trago raro que eligieron beber y que logro volver más placentera todavía su conversación. Lo que se dice el  alcohol las había conseguido hermanar y hasta algo más que eso. Claudia se mostraba feliz y abiertamente despreocupada de la hora. Gabriela, en cambio, de cuando en vez le repetía a Sebastián que ya era suficiente de tragos. A lo que él respondía mostrándole la segunda  botella de vodka aun con más de la mitad de contenido. La velada transcurría entre miradas extrañas, acaso provocadas por el inusual estado de Claudia y las pocas ganas de evitarlas de Gabriela.

En el camino de regreso todos estuvieron extrañamente en silencio.

—Amor, me voy a quedar en casa de Gaby, así aprovechamos y más tarde los cuatro vamos por un cebichito y unas cervezas para cortarla—irrumpió diciendo Claudia.

Hubo acuerdo. Lo único singular fue el semblante de Gabriela ante esa solicitud a la que obviamente no pudo negarse. Presa de una extrañeza, no exenta de temor, pensó que su departamento de soltera estaba hecho un desastre y también en que eso no era lo que más le preocupaba del asunto.

Llegaron y cada una se despidió con un beso de su respectivo novio. Claudia dejó a Santiago tendido y abrigado por su misma casaca en la parte trasera del auto. Gabriela algo preocupada le pidió a Sebastián que la llamase apenas llegara a su casa.

Lo primero que hizo Claudia al ingresar al departamento fue tirarse encima del único mueble que mostraba ese recinto. Reía de todo mientras hurgaba entre algunos discos que lucían desparramados en ese pequeño rectángulo de madera que hacía las veces de mesa de centro del lugar. El ambiente no era muy grande, sino más bien de medidas acordes para ser habitado por una sola persona o a lo sumo dos.

Una vez habituada al lugar comenzó a pasar revista con la mirada, ahora sí con atención, a los objetos del lugar. Encontró que había libros por todos lados y que sobre un mueble mediano destacaba una foto de Gabriela y Sebastián donde se  veía a una pareja inmensamente feliz.

— ¿Acaso no es linda? Es nuestra favorita— le dijo al notar que Claudia observaba detenidamente la foto. 

Mientras seguía la inspección visual, Gabriela entró al baño evaluando un poco la situación: ella algo ebria y no queriendo parecer estarlo y la otra una borracha buscando parecerlo aun mas, sin contar que se habían mirado de un modo notoriamente extraño durante muchos pasajes de la noche.

Siguió pensando. Y aunque prefirió no dudar de ella, si lo hizo respecto a Claudia pues tenía presente que ella fue quien inició el juego ese de coquetearle abiertamente.  
    
Claudia, entretanto, sin ponerse de pie comenzó a sacarse el jean y a extenderse sobre el modesto largo del mueble. Tuvo sed. Gabriela se miraba al espejo buscando penetrar esa mirada que tenía en frente y ver algo más que un maquillaje corrido.  Apagó la luz.
  
Al cabo de un instante, Gabriela salió del baño y encontró el lugar a media luz. Acaso por la rigidez que le sobrevino a los nervios no la lograba ubicar a pesar de lo pequeño del lugar. En eso cuando ligeramente movió el cuello dirigiendo su mirada a la cocina la pudo ver en ropa interior y apenas iluminada por la tenue luz del refrigerador. La recorrió con la mirada y no se sintió mal de disfrutar un poco viéndola. Claudia sin sentirse sorprendida sonriendo le mostró el vaso de agua helada que se acababa de servir. 

Como si pudieran leerse la mente, ambas avanzaron sin detenerse.