She & Him #02


Estaba claro, clarisimo. Hablaba del personaje más temerariamente volátil aparecido a lo largo de toda su vida afectiva: ella. Por eso, es que reparaba en la idea que en realidad se trataran de dos: ella y su circunstancia. Las dos conviviendo en un solo cuerpo. Dos mitades individuales, pero enclavadas dentro de una misma persona. En eso, recordó la frase que más le gustaba de Ortega y Gasset para reafirmarse en aquello que una es la persona y otra su realidad circundante. Entonces, pensó que ella en buena medida era el resultado de lo bueno y malo (por decirlo de alguna manera) que la circundaba, pues eso mismo formaba parte de la otra mitad de ella misma.

Sin asomo de cansancio siguió transitando sobre los recovecos de ese contexto al que solía describir como una especie de soledad acompañada. En tanto, el padre seguía sin salir de la mayúscula sorpresa que le producía oír a su hijo describiendo la especie de laberinto donde parecían estar atrapados él, su corazón y todo su ser.

Ella lejos de ese momento, y de todos, no tenía como enterarse del extraño hecho de haberse convertido, al menos por unos minutos, en la protagonista de la primera conversación mutuamente invasiva entre padre e hijo.

Tras escucharlo por varios minutos, el padre le dijo que podía tomar o dejar lo que estaba por decirle, pero que se lo diría igual porque sentía que algunas luces le podrían dar sobre esa intrincada situación.

—Mi experiencia en el tema me enseñó que en el amor si uno actúa de buena fe y con sinceridad no hay posibilidad de empate, porque solo es posible ganar o perder—dijo culposo el padre teniendo claro que en el pasado siempre había creído en el empate, en el hueveo adrede, en el cero a cero o en la siempre nociva mediatinta.

— Entiendo, pero... ¿Por qué me estás diciendo todo eso que parece estar en chino salido de tu boca? — le preguntó iracundo.

Es ahí que el sexagenario pareció farfullar por la prisa que llevaba por vomitarlo todo sin que aparezca una pausa que consiguiese desdibujar de alguna manera lo que pensaba y quería decir. Todo esto sin darse cuenta que era justamente su exacerbado ímpetu el que lejos de acercarlo a alguna claridad parecía confabular contra su improvisado discurso. Sin embargo, categórico lograría aterrizar la firme idea que esperaba que no se dejara avasallar, como él en su momento, por el miedo a fracasar en el intento.

— Creo que no me equivoco, si digo que cuando al amor le das cara honestamente a veces perder es ganar—dijo convencido el padre.

Sus sesudas palabras intentaban explicarle que aquella que quiere de verdad no se marcharía sin haber dado lucha y que si la mujer a la que se refería acabó tempranamente por rendirse, entonces no era que acabase de descubrir que ella no era la que él pensaba, sino que quizá nunca lo había sido. Jamás. Y de estar en ese caso, entonces sería justamente ese el momento de ya no darle vuelta a la hoja, sino de quemar el libro.

Un simple ejercicio de sumas y restas te debería dar la repuesta. Entiende que la que no se juega por ti, juega contigo. Es así, y punto—directo dijo el padre.

Eso último conseguiría instalar en la conversación un vacío lleno de silencios. Él, entre nervioso y pensativo, sintiendo lo seco de sus labios secos procedió a humedecerlos recorriéndolos con la punta de su lengua. Tras eso se mordió el inferior mientras posaba la mirada fija sobre la caja de un disco que tenia frente a el. Era un disco de Serrat, pero era la nada misma porque no lo veía a pesar de haberle clavado los ojos. La miraba, sin verla, tomándose un tiempo para pensar. Nublado por dentro seguía dándole vueltas a todo y a nada. Es más, esto precipitaría un fugaz viaje a sus adentros, el que luego decidiría abortar para seguir atendiendo lo que le seguía diciendo su padre.

A los minutos, intuyendo el padre que estaba próximo el término de la charla pronunciaría sus palabras finales, es decir las que creía más importantes y que pensaba serian algo así como el colofón perfecto de su plática. Le dijo que, obviamente, antes de cualquier cosa debería de tener en cuenta que nunca habría que quedarse con cosas por decir o hacer, porque de no hacerlo el paso irrefrenable del tiempo terminaría pasándole la factura que penosamente consignaría el alto costo por pagar ante el repetido reproche por no haberlo entregado todo.

— Todo, es decir, alma, corazón y vida.

— Ese es un vals de tu época y muy bueno.

— La vida es una canción que nunca te vas a aprender, con que la llegues a tararear armoniosamente quédate contento.

Hablaron unos minutos más hasta que se despidieron prometiéndose una futura cháchara sobre la decisión que habría de tomar mas temprano que tarde.

Tras terminar de oírlo llegaría a la conclusión que todo terminaba girando en torno a tres seres muy parecidos, hasta iguales en algún punto. Un trio que compartía, entre otras, algunas tristes características, o sea, eran egoístas, dispersos e indolentes.

Una muy joven, que siempre creía tener la coartada perfecta para ser usada cuando alguna situación urgía de alguna mentira que pareciese verdad. Aquella que tenía como fin máximo supervivir en la cabeza de quienes había logrado se enamoraran de ella. Tenerlos cerca y lejos a la vez. Ni calientes, ni fríos, sino tibios. Es que lo suyo, era alimentarse al ver desplegado en ellos su lado dulce y querible de buena mujer (que, a pesar de todo, lo era) para que eso mismo consiguiera ser el contrapeso necesario para cuando apareciera contra ellos su lado más oscuro, hiriente e indolente. Y así no sentirse mal, al menos no tanto. Por otro lado, un padre que aprendió tardíamente de sus errores y que en su momento prefirió acumular conocimientos antes que regar sentimientos. Ese mismo, que tras largos años hablaba con pasmosa naturalidad de jugarse por lo que se quiere y no jugar con personas. Corre dijo la Tortuga, estoy seguro que le cantaría Sabina a este contexto. Y él que tenía suficiente queriendo (y no) a los antes mencionados. 

— Vane, lo llame a ese huevon. Y, la verdad, que no me lo creo.

— A ver enfermito, para ti un huevon con esa entonación solo podría ser tu viejo. Me cagaste con eso, pero ¿Para qué?

— Es que necesitaba contarle de mí, de ella y no sabes… increíblemente hablar con él me ha hecho sentir mejor.

— No sé, no sé, pero si como parece te dijo que debes de seguir con eso que sabes bien no tiene pies, ni cabeza, entonces comprobare que sí que es verdad que es un terrible huevon y que tienes a quien haber salido. Están quemados ambos.

— Que hablas cojuda, si jamás me dijo eso. Pero, olvídalo ya mismo. Es decir, elimina todo lo que te acabo de decir. Es más, te dejo para que sigas sintiendo el frío de tu infierno.

Después de fumar el décimo cigarro la oscuridad se apodero del lugar. Encendió la luz y decidió escribirle un texto que explicara su actuar y su terrible apego a la indefinición. Escribiéndolo, sintió como extraño: el hecho que siendo habitual que pasara la mayoría del tiempo escribiendo, a pesar de eso nunca antes le hubiese enviado un solo correo. Ni uno. Rarísimo, pero cierto. Más aun en la seguridad que le había escrito muchísimo convirtiéndola en la musa de líneas que luego depositaria en su página virtual de relatos cortos. Ya otros, la mayoría, decidiría atesorarlos con especial recelo a la espera que algún día su añorada cercanía la tuviese al lado leyendo todo lo que inusitadamente, o no, había logrado inspirar y arrancar de sus adentros.