Tu dulzura y mi diabetes [ 6 ]

Se trataba del mediodía gris de un domingo cualquiera. Sonaba altísimo The Killers en esa desordenada habitación. Soplaba un inusual fuerte viento. No se sentía frio pero lo incesante de este conseguía golpear bruscamente la ventana cerrada de ese desprolijo cuarto. Mientras eso, ella echada parecía dar vueltas de campana en su amplia cama. Era Andrea sufriendo los estragos de la resaca de más que una simple noche. Eran los de su vida misma, y ella lo sabía.

Pesaban sobre ella los cercanos, aunque borrosos, recuerdos de la noche anterior que la había literalmente gastado en una salida de reencuentro con quien hacía ya algún tiempo atrás había hecho las veces de su enamorado: Francisco.

[Lo cierto, es que desde que Andrea decidió ponerle fin a esa relación él siempre había buscado el mínimo pretexto para estar cerca a quien no había dejado de amar. Y serian, justamente, las semanas de desconcierto por las que ella pasaba las que abonarían en su firme propósito de esos días: verla nuevamente y batallar por reconquistarla.]

Esa tarde Andrea repetiría las mismas acciones varias veces: levantarse, dar algunos pasos sobre la alfombra gastada que cubría su habitación, y volverse a acostar. En una de esas ocasiones había pulsado la función del equipo de sonido que le permitiría oír muchas veces seguidas: “Read my mind” y esto, tal vez, en el intento que esa canción terminara siendo no una invitación a otro, sino a ella misma a intentar traducir lo que decía su mente y así poder decidir lo que habría de hacer con su vida horas después.

Procuraba saber si había hecho bien, o no, al haber aceptado salir de vuelta con Francisco. Y fueron, justamente, el transcurrir de esas horas, y no precisamente la canción, las que le dieron el tiempo, y la sabiduría, necesaria para reflexionar en que si antes las cosas entre ellos no habían funcionado esta vez todo le decía que no tendría por qué ser distinto todo.

En eso, tomaría su teléfono móvil.

— Amiga, estoy cagada—se le oyó decir alterada a Andrea.

— ¿Qué fue? ¿Qué te pasa?—preguntó del otro lado alarmada Úrsula quien era, a la sazón, nada menos que su mejor amiga y confidente.

— Espera que hay una novedad, cállate. Te cuento que anoche casi sin quererlo me vi con Pancho y tácitamente creo que acepte volver con él, la cague otra vez— dijo amargamente Andrea.

— Mira, piénsalo bien porque yo te conozco y sé que es ese tal Marcos quien te tiene hecha mierda. Que terca eres carajo ya te dije que ese imbécil no te quiere y yo creo que Pancho al menos sí. Entiéndelo de una buena vez— dijo entre molesta y preocupada su gran amiga.

Andrea oyó atenta todo lo que Úrsula tuvo para decirle y decidió, de pronto, viajar en sus adentros a fin de encontrar respuestas, razones, o lo que sea que la ayudaran a tomar, por fin, una firme decisión que esperaba luego pudiese mantener en el tiempo.

Pensando en eso empezó por recordar las cosas que le gustaban, y las que no tanto de Pancho. Por un lado, le venía bien que tuviese un lindo automóvil en el que sacarla a pasear, y del que podría alardear entre sus amigas de la universidad. Tampoco le resultaba un simple detalle que complaciera todos sus deseos y que siempre haya bastado que ella dijese alguna de sus muchas inquietudes-- como el lugar exacto donde quería ir a comer, bailar o a tomar un trago-- para que el carro, y ellos, enrumben hacia allá y que, además, siempre, y en todo momento, le dijera lo linda que era y que no concebía su vida sin ella para vivirla con él.

Buscando algunas cosas más que de él hayan logrado cautivarla llego a la conclusión que esas nomás eran, apenas tres. Solo tres, pero todas de peso,pensó buscando darles el valor que sabía de sobra no tenían para así conseguir desinstalar a Marcos de su cabeza.

Sin embargo, pensando en aquellas cosas que no le cuadraban tanto de Pancho vinieron a su mente una retahíla de ellas.Todas no menores, pensó luego de analizarlo. Por ejemplo, siempre había detestado como solía vestirse (lo que no tan discretamente, y de alguna manera, siempre se lo había hecho saber) es decir, odiaba su look entre nerd fashion y zonzo nice. Es más, siempre había querido tirarle al tacho o, peor aún, quemarle todas sus camisas de rayas verticales, sus pantalones de drill exageradamente, y cuidadosamente, planchados, y, cómo no, también sus jeans súper azules y el reloj de octogenario que solía usar.

Por otro lado, si bien le acomodaba lo dócil de su carácter también siempre le había decepcionado que no tuviese armas para discutirle casi nada. Le resultaba incomodo que no exista ninguna dosis de aplomo en sus actos.

Pensó, finalmente, que no se vuelve donde nunca se estuvo y que así quisiera no tenia forma de rescatar a Francisco del baúl de sus olvidos.

—Ya sé que tengo que hacer—se dijo mientras sonreia leyendo la pàgina web de Marcos.


[ Can you read my mind? ]