Canchita


Sábado. Siete de la noche.

Luces apagadas y ese ambiente lucía solo iluminado por la luz del televisor. Echado en la alfombra comiendo canchita viendo por milésima vez mi película favorita: Days of Summer. Esto sin el menor atisbo que luego decidiría abandonar el encierro voluntario al que me quise someter por esos días.

Durante ese luto, no solía salir ningún fin de semana. Simplemente, porque se me hacía cuesta arriba dar un paso fuera de mi hogar para a cada paso, literalmente, toparme con parejas tomadas de la mano prodigándose ese sentimiento del que justamente carecía por esos días: Amor. Al menos, el que me interesaba (es decir, el de ella) se había esfumado cual humo del último cigarro de cualquier cajetilla. Y, claro, dejando impregnado su olor en todos mis rincones y despertando, cómo no, desenfrenadas ansias dentro mío.

No había caso, se había marchado. Así, dejándome en claro que no pegaría la vuelta jamás. Es más, hasta poco prudente esa última noche se encargó de decirme, con cara de odio, que nunca la había merecido y que estar a mi lado fue nada más que tiempo derrochado. Evidentemente que me chocó oírla, pero igual la dejé hablar. Obviamente, en la firme creencia que lo que decía poco, o nada, tenía que ver con lo que verdaderamente había acontecido en nuestra relación. Por eso, que para nada me interesó desmoronarle alguno de sus trillados argumentos y con eso conseguir debilitarle el mejor ensayo de pretexto para largarse de mi vida.

Sin embargo, pasados los días, no niego que me encontraba sumido en una especie de gris desolación; la que recargada parecía haberse desplegado en su mayor esplendor justo sobre mi desorbitada cabeza. 

Nueve y cuarenta de la noche.

— Habla, ¿qué haces?—dijo Belén, con una voz más ansiosa que la usual.

— Nada. De hecho, vengo haciendo exactamente hace días eso mismo: Nada.

— Te cuento que estoy, para variar, en la misma situación. Me siento tan dispersa—dijo pareciendo estar extremadamente sensible Belén.

— Si pues, amiga, así están las cosas no way—le dije pensando en ya colgar. Y esto, pues no podía fumar, beber mi trago y hablar por teléfono a la misma vez.

— Hoy cambia todo mi querido camarada. Cámbiate ya mismo que nos vamos a ver a mi banda preferida, esa de la que siempre te hablo y a la que aún no te da la gana de oír—dijo Belén segura del poder de convencimiento que tenía sobre mí.

La terminé de oír y, al fin de cuentas, juro que lo sentí como solo un buen intento de huirle a la pena, solo que con un mal anzuelo. O, al menos, así lo sentí. Y lo explico, ella sabía bien que no había escuchado ninguna canción de esa banda de, para mi gusto, nombre raro pero con personalidad: Gaia. O,bueno, sí, pero solo desde el celular de un compañero de trabajo, pero la verdad que no le había prestado mayor atención.

Por otro lado, lo cierto es que no había que ser demasiado perspicaz para darse cuenta que su propuesta de todas maneras tenía una doble lectura y eso, pienso, hasta ella lo sabía. Una, la ya expuesta. La otra, y principal para ella, se fundaba en que su mejor iluso recuerdo de amor seguramente no se iba a perder el ver a su, también, banda favorita. Entonces, me sabía mal que sea precisamente mi lugarteniente la que me quisiera llevar—so pretexto de distendernos—a asistir al reencuentro de su pasado-presente. Y no es que se tratara de celos lo mío, sino que ya sabía que en ese mismo instante, tras verlo, que empezaría a correr la película de siempre: Volverían, dos días bien y dos meses(o más) de dolor inmenso para ella.

Y no es que tenga que ser justo el amor, pero al menos tiene que ser amor.

Es que siempre fue así su amor o nuestros amores, a decir verdad. Y entonces tras el reinicio solo quedaba asegurarse de tener preparada ingentes cantidades de canchita para luego sentarse a ver, otra vez, las bizarras repeticiones de las películas de nuestras historias de siempre.

—Nunca te pido nada, ¿dale vamos? Yo pago las entradas y entérate que es bien cerca a tu departamento—dijo Belén sabiendo que ya estaba cerca de darle la afirmativa.

Fue en ese espacio de tiempo que pensé: que aún así como estaba (jodido internamente) igual debía acompañar a mi camarada, que no la podía dejar sola. Ella, sin decírmelo, parecía estar tan entusiasmada con ese reencuentro. Le dije que sí, que iríamos también pensando que el solo hecho de salir a distraerme (o despejarme que parece, pero no es lo mismo) no iba a estar del todo mal.

A los pocos minutos, llegamos, aún no había acceso, esperamos conversando y bebimos algunas latas de cerveza que quisimos arrebatarle a la refrigeradora de mi departamento. Ella, algo nerviosa, miraba vigilante cada rincón del lugar a la espera (aunque ella lo negara abiertamente) de ubicar en algún recoveco a su azotador eterno. En cambio, mi mirada seguía pérdida, casi inerte y apenas recibía un ligero viento. Ese mismo que no había sentido durante los días de mi encierro abso-luto.

Lo que siguió fue que ella pagó las entradas tras lo que le dieron por el valor de su entrada, más un adicional, el último disco del grupo. Fue feliz al tenerlo entre sus manos, lo recuerdo nítidamente.

Entonces, entramos, bebimos algunas otras cervezas y vimos a la banda telonera. Lo cierto, es que me sorprendí al oírlos tocar una hermosa canción ("Medicina") de una genial banda de antaño: Huelga de Hambre. Un lindo recuerdo, sin duda.

En eso, entre luces intercaladas irrumpió en el escenario Gaia. Mucho gusto, les dije para mis adentros. Es que lo real era que no los ubicaba por caras, ni por nada. Lo fuerte del sonido inicial hizo que mi mirada obtuviese la firmeza que no tenía hasta ese segundo. Belén, en cambio, cantaba y saltaba: Estaba viviendo lo que ella luego le denominaría su “momento Gaia”. Complacido estaba de ver feliz a mi camarada, por eso sonreí compartiendo, de alguna forma, el éxtasis que ella parecía vivir.

De pronto, todo bruscamente pareció cambiar. Su rostro mutó y me miró con cara de “ya vengo” y la vi marcharse tomada de la mano de una persona a la que no logrando identificarla ya sabía de quien se trataba. Era él, obvio. Entonces lo esperado acababa de ocurrir:Se habían encontrado. Ahí fue que me quedé solo mientras el vocalista cogía una guitarra electroacústica y se sentaba a cantar algunas otras canciones que ya sabía que tampoco iba a conocer.

En ese momento pensé: "¿me quedo o me voy?". Decidí quedarme. Y fue la mejor decisión que pude haber tomado, ahora lo sé.

Terminó todo y me quedé con al menos tres canciones favoritas, pero una de ellas se instaló, cual tatuaje eterno, directamente en mi alma.

A la semana siguiente.

Más temprano que tarde Belén aterrizaría en mi departamento para contarme que no obstante mantenía vivas las fundadas dudas sobre el actuar de su domador, todavía las aguas se mantenían quietas. Pero que, sin embargo, podía reconocer el sonido del silencio propio de aquella tensa calma que sabia le antecedía al inevitable(y recurrente) desastre de eso a lo que prefería llamarle amor. Sobre lo mío, le conté que también había retomado conversaciones con la maldita y que aparentemente, sin habérnoslo dicho, estábamos volviendo a intentarlo.

En suma, otra vez ambos le habíamos puesto play a nuestras mismas películas de siempre.

—Ya sabía, lo intuía, si siempre nos pasan las mismas huevadas—me dijo Belén dibujando una tierna sonrisa en su rostro.

Después de eso, nos dimos un interminable abrazo solo interrumpido por Belén para sacar de su bolso el disco de Gaia. Al ver esto, me alegré y exigí oírlo de inmediato.

—La que te gusta es la número siete, no me lo tienes que decir, lo sé—dijo Belén mirándome como retándome a que le conteste.

Sonaba repetidamente "la siete" hasta antes que ella decidiera sacarlo del equipo. En eso, me pidió un lapicero y en la parte posterior de la carátula del disco escribió: “Por siempre estar en todos mis momentos, en las batallas ganadas, en las perdidas, y porque ahora tenemos otra razón que nos hermana, el disco es tuyo camarada”. Leí lo que escribió, vi brillar sus ojos y sentí que sí, que me había tocado vivir mi “momento Gaia”.

Emocionada, intempestivamente desvió su mirada consiguiendo llevar también la mía directamente hacia al recipiente repleto de canchita que teníamos frente a nosotros.  Mirándonos sonreímos cómplices.

 
[La siete:"Tourette & Estocolmo"en vivo-vídeo registrado por el Blog]

 
[Jorge Alvarez La Roja(guitarrista de Gaia) comentando este Post]