De espaldas a mí [2]


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—Te digo, desde ya, que tengo novio—dijo presurosa.
—Sí, lo sé, aquel que apenas podía estar de pie y se acaba de ir—dije pareciendo muy enterado de la situación.
— No, te equivocas. Ese es, o era, un buen amigo lo triste es que necesitó estar muy borracho para decirme lo interesado que dice había estado desde siempre en mí—dijo muy suelta supongo por la desinhibición que suele producir el alcohol.

Enterado de todo, me atreví a decirle que me resultaba difícil creer que nunca haya percibido el menor atisbo que le hiciera saber que lo tenía "loquito" por ella. Aunque, claro, que el tema importaba poco y solo me quedaba estirarlo para poder seguir mirándola fijamente a los ojos mientras me contaba eso que poco, o nada, me interesaba. 

—Y lo que más me sorprende de todo es que hemos sido amigos toda la vida, o sea, el conoce de mis amores, desamores y no sé en qué momento se confundió. No lo entiendo, la verdad —me dijo teniendo instalado un gesto que denotaba molestia y pesar. 
—Pero, a ver, algo lo debe haber llevado a abrigar la secreta esperanza que también lo amaras—dije pareciendo todo lo sesudo que no soy.
 — Ese algo te aseguro no tuvo que ver conmigo, imagínate que hoy que otra vez he peleado con mi novio lo llamé para contarle, siempre le contaba todo a él —dijo posando sus ojos en los míos con un aire de confianza que, quizás, no debió haberme tenido.
—Pero, dime ¿había bebido tanto alcohol alguna vez? —pregunté sintiéndome el psicólogo que ameritaba la ocasión.

Después me contaría que cuando lo llamó, para contarle sobre su riña, él de inmediato le propuso ir por un whisky “matapenas” a la discoteca de moda.

Al parecer, según entendí, él tuvo con antelación todo planeado. A eso, pienso, responde el hecho que previamente sugirió tomar en su departamento. Imaginando la escena, lo puedo ver nervioso esperando el momento justo de decirle su verdad. Y mientras  eso, fingiendo escuchar con atención cuando le contaba del novio al que esperaba dejar pues sentía que no lo quería, que jamás lo había amado. Y ya, luego, el alcohol lo ayudaría a vomitar verdades, entre otras cosas.

Tras eso manejo ebrio, y notoriamente molesto porque justo en el momento en que pensaba   declararle su amor ella tomo su bolso y lo conminó a partir hacia la discoteca. Ya fue dentro  de la misma que le dijo que la amaba desde que la conoció y que ya no podía callarlo más. Es más, le sugirió que deje al marino renegón de su novio y que se casaran.

— Lo último que te diré de ese tema, es que elegantemente lo mandé al diablo y felizmente me hizo caso y se fue— dijo mirándome con un gesto de palabra final.
— Esperemos que el exorcismo al que se sometió lo ayude a seguir adelante—comenté cerrando, por mi bien, ese espinoso tema.
— Cuéntame, ¿eres de venir mucho por acá?—preguntó curiosa.

En ese momento pensé que decir que si me haría ver muy interesante, divertido, habitúe de sitios exclusivos pero, también, podría pensarse que soy un cazador buscando cualquier tema que compartir con la más linda del lugar, solo para besarla y luego olvidarme. En cambio, si decía que era la primera vez que caía por ahí podría pensarse que era un ganso, aburrido, pero, a mi favor, podría también pensarse que soy poco de asistir a sitios así y que, tal vez, podía ser que sea un escritor que le escapaba de cuando en vez a su habitual encierro creativo. 

—He venido más de las veces que las que mi buen gusto en la elección de lugares hubiese querido, eso lo tengo claro—respondí mientras nos reíamos.

— Me llamo Mía y ¿tu?—me dijo. 
— Genaro— respondí de inmediato.

Esa noche la terminamos bailando, bebiendo, y riéndonos de todo. Cuando mejor la pasábamos me dio la mala noticia que el cansancio la obligaba a marcharse, pero que la había pasado genial y que yo le había parecido muy gracioso.

Algo es algo, pensé.

 Tras eso, me ofrecí a llevarla justamente antes que ella me contara que ya había llamado a su chófer y entonces no era necesario, pero que de todos modos me agradecía por el amable detalle. Los nervios se apoderaron de mí ya que casi se estaba despidiendo y no tenia forma de saber si la volvería a ver.

— Debo decirte que he estado muy feliz créeme que conocerte ha sido un placer, pero que limitar el mismo a solo estas horas, la verdad, me sabe a poco— dije queriendo que me diga que nos volveríamos a ver, que anote su número telefónico o, acaso, su dirección.
Lo siguiente fue que me pidió mi número de teléfono y yo, la verdad, lo sentí como aquella promesa de premio consuelo que nunca te darán. No le creí. Volví donde mis amigos quienes desparramados en muebles compartían caricias, y algo más, con un par de chicas de aparente ligera moral. No los interrumpí, y renegando de mi suerte tomé un taxi y me fui. Sentado en el asiento trasero del vehículo no paraba de pensar que es lo que había hecho mal sin poder explicármelo.

Que idiota hablé mucho y dije poco, pensé desconsolado.

— Despierta “Gena” tienes una llamada—me dijo mi madre mientras me zarandeaba sin cesar.

Cuando caí en la cuenta que ya me había despertado, volteé, mire el reloj y alteradísimo pregunté quién carajo llamaba a las nueve de la mañana de un sábado.

— Es una chica, no pregunté su nombre pero anda rápido y contesta que no sé si ya colgó— dijo mi madre mientras arreglaba la catástrofe que era mi cuarto.

Con un ojo abierto, y sin pensar en nada, caminé lentamente hasta el lugar del teléfono. Cuando escuche su voz la reconocí de inmediato, abrí el otro ojo y me sentí el hombre más afortunado del mundo y aunque la emoción y los nervios me hicieron decir muchas tonterías, igual quedamos en encontrarnos ese mismo día.