Mírame cuando regreses



La música sonaba y el sueño no llegaba cuando Rodrigo cerró la lectura de su libro preferido de Cortázar. Enseguida se sintió algo inspirado y pensó que esa noche podría volver al teclado y atribuirle toda la culpa de esto a las melancólicas notas de ese tema de Ismael. Quería escribir por escribir, algo así como darse una palmada de hombro. Quizá también buscando despejar, en algo al menos, los crecientes comentarios sobre lo volátil de su estado mental de esos días. Escribir y tras esto imputarle directamente si acaso alguien leyera con extrañeza el textoa esas desgarradoras líneas de Ismael la alevosa culpa de todo. Incluso, de ser necesario, abundar alegando que esa nostálgica melodía, y una botella de whisky, se convirtieron en decisivos engranajes para que fluyeran (y parecieran tomar cierto armonioso sentido) las palabras que en su página de relatos cortos publicaría.

Asomaba, pues, como un feliz destino el lograr que importe poco que parecieran ser líneas de por si perturbadas y que a priori se presentaran como inentendibles. Incluido, obviamente, quien era ese tal Ismael. Lo que si cobraba relevancia era que quedase claro que había sido él, y solo él, quien irrefrenablemente le había traído, sin mayores escalas, esa  idea de vuelta a su cabeza.

Se sintió, como es lógico, sumamente turbado. El estado ideal para retomar eso de crear universos, pensó.   

A veces, como en esta ocasión, evitaba leerse y escribía sin pausa. Las muchas pitadas de su marca preferida de cigarros, el aterrizaje de los mismos en el cenicero y el tránsito de recargados vasos a su boca eran los únicos intermedios posibles en medio de aquel, quizá delirante, cometido.

Pasados algunos minutos, recordó los párrafos en donde aparecía preguntándose y respondiéndose cual orateNo pudo resistirse. Los leyó.

No me he rendido y así lo parezca ten la seguridad que no es el caso en absoluto. Es más, hoy que creo he tenido cierta inmediación contigo puedo jurar que sentí que ese tu espacio vacío sigue estando vacío, pero también que continúa siendo tu espacio.

En tu mundo, dale, reconóceme breve pero intenso. Que en ese país yo te veré larga e invariablemente intermitente.        

En rigor, pienso que no me he olvidado que cuando decidiste emprender ese largo viaje prometí evitar ejercer algún tipo de intromisión sobre ti. Sin embargo, me aferré a tu promesa de volver pero, esta vez,  en forma de verdad. En razón a eso es que jamás me pregunté nada que pudiese devenir en inconveniente a mi paciente espera.

Ahora bien, esta vez que en algún sueño he creído ver como tus labios sonreían sin parar, estoy feliz hasta por ti. Ese temblor de voz que no existió y las palabras que no quisiste susurrar en mis oídos me dicen claramente que no alucino cuando creo que estas próxima a llegar.

¿Parezco estar demente no? ¿Pero esa, acaso, no ha sido siempre nuestra mejor circunstancia? 

Fue en ese momento que confirmé que no habías cambiado mucho y por eso, desde ya, celebro la suerte de saber que siempre coincidiremos en tantas cosas. Mucho más que las otras veces que apareciste por aquí.

Es un mágico azar eso, creo.

De hecho, de eso un poco hablan las historias que Ismael ha escrito y puesto música. Y, ojo, no es que me exima de culpa, todo lo contrario. Si te escribo es para repetirte y repetirme que no pienso desfallecer en tu espera. Solo que hoy he querido deslizar algunas palabras que ojala  te alienten a apresurar, al menos un poco, tu arribo.

Pero, por otro lado,  siento que a mi favor debo decir que hay algo en sus letras, hablo de las de Ismael, que logran direccionarme hacia caminos ya andados y vislumbrar aquellos que es seguro habré de andar. Agregar, además, que con suma facilidad consiguen situarme en escenarios imaginarios en donde, por ejemplo, estás tú. 

Sí, tú. 

En ese tema, he de decir que reencontrarte en mi mente ha sido mejor de lo que esperaba. Viene convirtiéndose en un estupendo aliciente esto de verte sin verte, conocerte sin conocerte y esperarte sin esperarte.

No me entiendes, yo tampoco.  

Pero no te falta razón si acaso eres del pensar que parezco apresurado y que mi ansiedad sigue midiendo la distancia que aun nos separa. Lo que sucede es que me conoces y sabes que viviría adelantando las manecillas del reloj si supiese la hora exacta de tu llegada.

Entonces eso que pareciera ser un sueño descabellado no es tal, pues destella dentro mío esa complicidad que no sabes qué tenemos y es en razón a esa que no hubo forma de no verme seducido de traducir eso maravilloso en letras buscando que sean todo lo eternas que, tal vez, no logremos ser nosotros. Aunque lo vamos a intentar, eso ni lo dudes. Con fuerza, con pasión y con verdad.

Y si otros pensaran que sigo pensando en aquella burda imitación de ti que pasó hace poco por aquí, al carajo con ellos. A mí solo me importas tú y lo que vendrá contigo. 
    
Por eso acuérdate que cuando llegues no vamos a hacer lo que hacen todos, ni hablar. No aspiraremos a ser distintos, solo verdaderos. No nos vamos a atar para luego desatarnos. Lejanos a ataduras, buscaremos unificar nuestras libertades. No vamos a jurar ante nadie algo que luego habremos de negárselo a todos. No creeremos en otro compromiso que no sea el de ver nuestras almas felizmente bifurcadas para siempre.

Cuando aparezcas no voy a pretender que seas como quiero, solo que seas la que yo quiero.

Ese día, parafraseando a Ismael, me levantaré decidido, me acercaré a ti—mientras sentiré que algo en mi pecho se tensará y romperá—y  te diré “¿Cómo estas? Cuanto tiempo, ¿Te acuerdas de mí?” porque nunca, nunca será tarde para nacer de nuevo, para amarte.

No pasó mucho tiempo, casi nada, antes de que Rodrigo se enfrentara a una situación igual, o  muy parecida, a la que solía imaginar todo el tiempo. Apenas al día siguiente estaba sentado mirándola pero sin dar síntoma alguno de estar interesado. Sin embargo, la oyó hablar de sus pocas ganas de que apareciese alguien nuevo en su vida. Es más, insistió repetidamente en que amaba su libertad de esos días.

Rodrigo ni se inmutó.  

El análisis de ese escenario  le arrojó que de las cuatro personas de esa mesa solo ella le era desconocida. Coligió, entonces, que era ella. Que ella, era ella y que había cumplido su promesa de volver. Ya con distinto rostro y nueva piel. Y preguntarse de donde había salido le importaba un carajo.  

—Y, cuéntame, ¿a qué te dedicas? 
—Escribo relatos cortos. Y te escribí ayer ¿lo leíste?