Días de Abril [02]


Miércoles 4.00 p.m.

Sorprendido. Esa, pienso, sería la palabra que mejor describiría cómo quedé al ver que había recibido en mi teléfono móvil sendos mensajes de texto que consignaban su nombre como remitente. Y esto, claro está, porque no era algo a lo que ella me tuviese acostumbrado. A eso se debe que cuando los abrí, lo hice con cierto recelo. Temí lo peor, es cierto. Felizmente, al cabo de un instante al leerlos, caí en la cuenta que no tenía nada que preocuparme. Esto es, en el primero me decía que había leído la primera parte de este relato y que no le molestaba estar casi en la seguridad que es a ella a quien me refiero en estas líneas. Lo que sí, en el segundo mensaje, se encargó de dejarme en claro que de ser ese el caso que se tratase de ella no le gustaba en absoluto el nombre que ostenta la protagonista de este texto.

Lo cierto, es que tras leerlos no me quedó otra cosa que usar la misma vía para, de alguna manera, absolver sus crecientes inquietudes acerca del relato. Enseguida le respondí llenándola de vaguedades y no contento con eso después mentí cuando le dije que estaba próximo a entrar a una tan urgente, como inexistente, reunión de trabajo.

Acepto que escribí mucho, pero no dije nada.

— En fin, ya lo sabes de todos modos. Nos vemos en unas horas—pude leer en su tercer y último mensaje. Ahí es que pude inferir que algo ofuscada la habían puesto mis ralas respuestas.

Unas horas más tarde.

En general, siempre he pensado que me llevo bien con mi ciudad, salvo con algunas cosas que detesto a morir. Cosas como, por ejemplo, el tráfico infernal en horas determinadas. Y esto deja de ser un simple detalle si digo que ahora mismo ando atrapado en medio de tal caos vehicular que parece, o es casi seguro, que otra vez llegaré tarde a clase.

Por eso, para un poco cambiarle el sabor al momento tengo los audífonos puestos y esta retumbando mis oídos Hands Down la canción de la banda que nos une aun más: Dashboard Confessional. Sí, los del disco inconseguible en Lima. Ese que por ahora solo se lo he prestado, pero el que, por supuesto, se lo voy a obsequiar. Escuchándola, me causa gracia que lo alto del volumen, mezclado con la distancia que tomo de la realidad externa cuando pienso en ella, me produzcan una increíble sensación que es casi tan hermosa como esa canción y como ella misma.

Sin embargo, también hay algo que me mantiene inquieto, o más bien ansioso, pienso si acaso me dirá alguna otra cosa del texto. Estando en el caso en que así ocurriese no se como carajo tomare eso que tenga para decirme. En eso, me digo que nada nuevo ocurre si son solo las mismas mil huevadas que siempre me pasan por la cabeza las pocas veces que alguien me interesa más allá de lo normal.

Entonces, preso de una confusión tan extraña como molesta me acabo de preguntar que es lo “normal” para mí. Luego pienso que lo normal es que no sepa que es lo normal para mí. Poco después, desciendo lentamente del taxi, saco mi cajetilla y enciendo el primer petardo de la noche. Y esto, lo hago reparando en lo paradójica que es la vida, ¿O debo decirle destino?, que ahora me ha querido ver feliz volviendo a vivir la ilusión de estar ilusionado con el amor.

Mientras divago en eso, pienso que tal vez debería intentar ingresar sigiloso por la puerta de atrás del aula. Lo que, al parecer, vengo logrando porque casi nadie ha notado mi silencioso arribo. Me ubico rápidamente, al tiempo que la busco en su lugar de siempre. Ahí está. Acaba de voltear a saludarme. La miro, sonrío como siempre con los labios cerrados y siento que otra vez todo empieza a cobrar sentido.

Con la mirada acabo de recorrerla entera, de pies a cabeza. Ella no lo sabe, pero me gusta hacerlo siempre. Es que adoro sus jeans gastados, y no precisamente por el uso, sus medias de dos colores, que siempre van en perfecta armonía con los colores de la ropa que lleva puesta y sus siempre vistosas, y lindas, camisetas.

En medio de esto, acabo de concluir que debería contarle la tontería que pensé desde la noche que la vi por primera vez, o sea, que de haber sido mujer es seguro que me vestiría con el buen gusto del que hace gala ella siempre. No sé porque, pero creo que tal vez le gustaría saber que me encanta como se viste.

Cada cierto tiempo la voz chillona del profesor me obliga a prestarle al menos un poco de atención. Displicente, lo reconozco, decido observarlo hacer su más grande esfuerzo para que se noten sus supuestos dotes de eximio orador. Por eso, o para eso, intercaladamente suele posar su mirada por milésimas de segundos en cada uno de nosotros: sus alumnos.

A la espera de mi turno, en el tema ese de la mirada, se me ocurre echarle una mirada inquisidora de esas que cualquiera quisiera esquivar siempre. Pensándolo mejor, decido abdicar de mi estúpido cometido. En eso me doy cuenta que lo estoy mirando sin verlo en realidad. No obstante, es solo por este segundo que mantengo la mirada, pero me queda claro que estoy en otra cosa. Sucede que sin pensar en las consecuencias acabo de escribirle un mensaje que acabo de enviar a su correo:

8:12 p.m.

En este instante, al verte, he vuelto a sentir como sigue persiguiéndole a mi cabeza una inédita escena en la que, te cuento, aparecemos sentados casi a ras del piso de un lindo bar, de mesas bajas y sillones amplios, bebiendo Chilcanos, leyéndonos poemas de Benedetti y escuchando Don’t Wait de Dashboard….

Ahora bien, a fuerza de ser sincero, digamos que ese terminaría siendo desde siempre un escenario ideal para mí, pero la gran diferencia es que ahora te incluye a ti. Pasa, queridísima, que esa recurrente imagen cuenta ahora contigo para que hagas con ella lo que mejor sabes hacer: hermosear la existencia de todo lo que te rodea.

Y aunque con alguna mediana regularidad me tenga fe, la verdad es que contigo no estoy seguro si bastara solo con eso. Pero, en vista que hoy he sentido asomarse a mi buena estrella y que, además, mis miedos me han deseado suerte es que me atrevo a escribirte este puñado de palabras que, ojo, son exactamente lo que parecen:

Instalada estas en mi cabeza sin posibilidad alguna de desalojo. Por eso, es que si acaso podría pedirte algo, eso sería: sea de donde sea que hayas llegado, procura no irte sin saber si efectivamente este no es tu lugar.

Solo eso, apenas eso.

[Posdata.-A menos que ni haya brillado mi buena estrella, y mis miedos no hayan tenido razón alguna.]




[Hands Down con Michael Stipe de R.E.M]