Dalma (2)

Genaro estaba lo suficientemente alejado de mí como para no darme cuenta que algo le estaba pasando. Parecía estar tratando de escabullirse de todo. Lo sentí mal, y me sentí mal. Ver su gesto de no haber gozado de una buena noche lograba hacerme sentir lo mismo. Pasa que sabía a qué se debía ese rostro desencajado y esas ganas de no tener ganas de nada.

En eso pensé que debía respetar si, acaso, él quería tomar distancia hasta de mi. Pero—siempre hay un pero— ¿tenía por qué estar lejos de mi? Yo sé que, por más que a veces no lo entienda, que le es difícil aceptar que él es yo y yo soy él. Que vivimos tiempos intercalados de una misma vida. Que él escribe lo que yo pienso y que yo pienso lo que él escribe. Por eso, es que sentí que él debía de confiar un poco más en mí. Si, total, sus alegrías eran las mías y sus tristezas lo mismo.

Al fin de cuentas, yo solo quería mostrarle lo que le escribí a su nueva musa, a ella. Decirle, además, que esta vez me toco amanecer a mí; contarle que, tal como él, hoy me senté en su lugar de siempre a escribirle a ella. Porque también la conozco, y muy bien. Quise hacerle entender que lo sé todo de ella, porque también viví todo eso.

Y ya sé, que tiene todo el derecho de molestarse por mi osadía de intercambiar los roles. Por no respetar que él escribe y yo vivo, que el imagina sus sueños y yo apenas es que trato de hacerlos realidad. Pero reconozco que él es el artesano de las letras y yo solo trabajo para que pueda gozar distendido de esos momentos de excelsa genialidad.

Finalmente que entienda que sobre todo me disculpo por haberme enamorado de la misma. Acaso que comprenda o, de algún modo, termine por aceptar que fue precisamente él quien me enseño a también necesitarla. Pero sucede que yo no soy el escritor que se crea ilusiones y vive de ellas. Yo tengo necesidad de decírselo, o sea, que ella lo sepa, así él no esté de acuerdo con eso.

Ahora bien, ojala que cuando se entere no piense que quise perjudicarlo y que esté seguro que solo intente ayudarlo. A él y a mí. Que quise escribirle siendo un poco él, siendo un poco yo, y que de esa suma resulte algo tan explosivo, como provechoso para los dos. Por eso, es que no lo dude y a riesgo de que ella sienta raro el texto (porque yo no daré vueltas y diré lo que haya por decir) le escribí este extraño texto…

No contestaste mi llamada, cosa que fue, absolutamente, lo previsible. Lo concreto es que debo decirte que yo estaba especialmente preparado para eso. Y esto es tan así, que mientras oía los timbrados te imaginaba del otro lado complacida de saber que si te estaba llamando a esas inoportunas “horas” lo más seguro era que estaba borracho, y no precisamente solo de amor, y en ese estado ya sabias en quién estaba pensando.

¿O será, acaso, que solo quiero creerme eso, porque me coloca en una mejor posición frente a ti?

En todo caso, si fuese como pienso, cuánta razón tuviste. Y, la verdad, lo siento. Es que me temo que una botella de vino (confieso que, en realidad, fueron dos) me dio toda esa valentía que no suele habitarme casi nunca.

Pero ya, de acuerdo, estaba digamos… ebrio. ¿Y eso qué? Tampoco es que iba a decirte nada inadecuado o algo que no sepas. A lo sumo te iba a contar que en ese instante andaba soñando despierto e imaginándote acurrucando mi alma el resto de mis días.

Aunque, ahora que lo pienso, tal vez eso sea justamente lo que no querías oírme decir.

En fin, sigo contándote que ahora mismo que lo estoy repensando digo que no, que creo que igual hubieses adorado el armonioso sonido que hubiese despedido mi voz al pronunciar el puñado de letras que conforman las palabras “te quiero”. Y no precisamente porque también me quieras, sino porque te gusta gustar, te encanta encantar y te enamora la idea de enamorar.

Lo que me gustó, sin embargo, de esa experiencia es que pude convencerme que a veces es bueno dejarse llevar, esto es, perder un poco el equilibrio. Presiento que toca reconocer que en ocasiones me resulta muy aburrido ser siempre yo, aunque a veces pareciera que lo disfrutara tanto. Salir entonces, como salí ayer, de mi mismo ha sido algo pleno. En realidad, pienso que quizá fue la oportunidad de encontrarme a mí mismo, o sea, con esa otra parte que también soy yo.

No hay caso. En eso ultimo lo enrede todo, lo sé.

En definitiva, ¿sabes lo que pasa? Sucede que cuando te pienso ni yo logro entenderme. Tengo la impresión que me vuelves indescifrable hasta para mí mismo. Sera por eso que ahora mismo escribo y, sin embargo, siento que no llego a ningún lugar.

Tanto tiempo escribiendo (y encima creyéndome que lo hacía bien) para llegar a esto. ¡Qué vergüenza me puedo dar en este minuto!

Lo de ayer (viernes), a pesar de todo, fue algo maravilloso aunque no deja de ser cierto que la noche estuvo llena de matices distintos entre si. Salí del trabajo, pase por el supermercado para comprar el bendito sacacorchos que no tenía en mi hogar. Estaba cansado, pero igual llegue decidido a tomarme uno de los vinos que ciertos adulones se sirven obsequiarme y que por eso mismo nunca me dieron ganas de abrirlos.

Hacía tanto que quería escribir, escuchar mis discos preferidos y leer lo que otras veladas, parecidas a la que esperaba vivir, había escrito. Con la primera copa pensé inevitablemente en Andrea o, mejor dicho, en lo que me dijo cuando le confesé que ya no gustaba de ella, sino de ti. Ahora que recreo la escena, me da risa recordarla exigiendo saber de dónde habías salido y queriendo ver alguna foto tuya. Ya luego presuroso le recordé que su condición de habitante del pasado, no le permitía lanzar demasiadas preguntas menos aun sobre ti, mi presente. Ahí, tirando la puerta se fue.

Pero siguiendo con el presente, recuerdo que cuando te materializaste en mi(es decir, cuando te vi) ese hecho me produjo, de inmediato, tres impresiones: pensé que te conocía de toda la vida, que eras un ser absolutamente querible y lo suficientemente distinta como para llegar a interesarme.

Tras eso, fui más allá: sentí que tu sola presencia, o ausencia, inevitablemente luego me inspirarían tantas cosas como escribir, por ejemplo. Lo que parece trillado, si. Pero, ojo, no por eso deja de ser cierto.

De eso han pasado ya algunas semanas; días en los que intente interiorizarme con tus mundos y circunstancias. Bueno, algunos días fui poco constante y creo que eso también debería de consignarlo aquí. De todos modos, hasta cuando no goce de buenos ratos, siempre te preste mi mayor atención.

Sin embargo, estoy en la seguridad que piensas que escribí mucho pero que dije muy poco, o nada. Y tienes razón. Aunque en mi defensa, podría deslizar eso que suelo repetir entre mis íntimos: “cuando pudiendo aterrizar, o sea decir lo que pienso, siento que me faltan las palabras, es ahí cuando empiezo a preocuparme”, tal cual.

Stop!

En esta parte es que viene la parte bizarra de la película, la que te obligara a leerlo todo de vuelta. Sucede que me acabo de plantear la posibilidad de decirte que esto que escribo si bien es para ti, no lo escribió Genaro. Lo escribí yo y es en este momento que quería que lo supieras.

Ahora que sabes, y no sabes, que yo lo escribo es que, tal vez, hasta te debiera de decir que esto que escribo es para mí pero trata sobre ti. Algo así como que nace desde mí, pero también desde ti. Que existe por ti, pero sale de mí.

Quien soy, ya no importa. Igual fuimos tres siempre.

Porque si sigues ahí leyendo, y ya saliste del asombro, entérate que igual, te guste o no, te estoy regalando algo mío, una dosis de eternidad que, descuida, sé también que nunca le pediste a Genaro y menos a mí.

Ahora bien, pensándolo mejor no sé porque pero en este segundo siento que ahora mismo que estás leyendo empiezas a sentir el raro sabor de no saber si ubicarte en estas líneas y te jode, y mucho, intuir que se trata de ti, pero no saberlo a ciencia cierta.

Absuelvo tu duda: claro que es a ti a quien me refiero, ¿a quién más?

Alguna tarde dentro de esos mensajes, esos que algunos días solían enviarse con Genaro, se que él te lo comentó (que escribiría de ti), pero también sé que no lo recuerdas y descuida que eso no le hace mella alguna a lo que nos sigues inspirando.

Es cierto que, a esta altura, sigo pletórico viendo como seguimos coincidiendo en una infinidad de cosas, de enterarme que piensas como yo, que detestas lo que yo y que te llena de felicidad lo que a mí. Sera por eso que ya no me sorprende que tras que plantee una opinión, o te cuente algunas de las cosas que siempre estuve seguro eran inentendibles para el resto del planeta, tu pienses lo mismo y agregues que antes de conocerme también habías sucumbido extrañada al notar que nadie lograba comprender tu forma de pensar o de actuar.

Sé que ambos hemos reparado en esas nuestras coincidencias, lo intuyo. Ellas son justamente las que nos han puesto a pensar de donde vinimos o donde estábamos antes de estar aquí. Pero, también es cierto, que ha sido resaltar esas nuestras partes iguales lo que inexorablemente nos ha llevado a ver más grandes nuestras diferencias. Porque algunas tenemos, eso sí. Las que, creo, hemos (y digo “hemos” queriendo creer que piensas lo mismo) terminado aceptando por lo aburrido que sería ser, o pensar, igual en todo.

Wait, wait, ahora que me detuve a leer todo parece que hablara de una historia compartida y no me da la gana de aceptar que nunca fuimos nada o, tal vez, siempre fuimos eso mismo.

Que lo penúltimo sea de Genaro:

No hice más que escribir, lo sé. Tuve miedo, lo reconozco. Sentí pavor que con nuestro encuentro se esfumara la magia. Tal como reza una canción: no salí a buscarte por temor a efectivamente encontrarte. Tal vez, pienses que es estúpido pensar así y quizá te asista la razón. Y es ante eso, que solo me quedaria decirte que solo compartí algunos pedazos de vida contigo y creo (o quiero creerlo asi) que hubo muchos minutos en los que te hice feliz, muy feliz.

Ya lo último permanecerá en primera persona, porque él y yo somos uno, o unos:

Sigue amando y dejando que te amen que yo hare lo mismo aunque siempre piense que yo pude hacerlo mejor y tu también.