She & Him # 4



Aquí estoy, entre el amor y el olvido
Entre recuerdos y el frio
Entre el silencio y tu voz*

Con media sonrisa clavada siguió leyendo velozmente el texto, hasta que repentinamente decidiría cerrarlo al sentirse preso del recurrente, e inexplicable, temor que apareció siempre en esos casos. Es que leer esas líneas sabiéndose alejado de ella, volvía irremediablemente el tiempo del mismo en pasado y eso era algo que por esos días no tenía proyectado asumir, al menos no del todo.

En eso, regresó al correo que estaba por enviarle y esto sin dejar de preguntarse a que se debería que en ocasiones sus propios escritos, o puntualmente los que la tenían a ella como musa, conseguían producirle cierta sensación muy parecida, o igual, al desasosiego. Y esto, hasta que hubo de llegar a la conclusión que el hecho que esas líneas gozaran de nombre, apellido y situación, pero sobre todo que estuvieran dotadas de una fuertísima carga emotiva era lo que, en buena medida, hacía que siempre evitara volverlas a leer.

Sin embargo, fue inmerso en un arrebato de algo parecido a alguna acepción de la palabra valentía—que sabía bien que su egoísmo nunca había dejado que exista en el diccionario de su personalidad—que quiso internarse en sus líneas y así leer lo que durante dos años le había escrito. Eso mismo que no se había atrevido a decirle claramente y sin dar vueltas a la cara. Para eso, y en ese firme propósito, es que antes tuvo que aceptar que reencontrarse con sus textos era algo que a ese momento necesitaba y para lo que creía sentirse en ese momento medianamente preparado.

En ese trance es que sensatamente terminaría por asumir que si bien podía darle la vuelta a los dichos de quien sea, otra cosa era enfrentarse a los suyos(o específicamente aquellos donde ella aparecía como protagonista ausente) pues siempre esos mismos habían logrado desencajarlo y ubicarlo en medio de esa desolación que no quería tener de compañera nunca más.

A pesar de eso, o justamente por eso, no se atrevió jamás a negar el temor que sentía a leerse porque reconocía que ese mismo respondía al hecho que verse endeble ante su realidad no lo hacía sentir a gusto. Fue en ese instante que tácitamente comprendió que hacerlo era una acción que lograría destapar su verdadera situación y que eso inexorablemente despediría el olor de una verdad que detestaba que fueran justamente sus textos los que le hicieran recordar. O sea, que seguía sintiendo el amor en una sola dirección. Tal vez, y solo tal vez, la equivocada.

Mientras eso, seguía sonando repetidamente la misma canción cuando estaba a punto de enfrentarse—esta vez sin sacar cuerpo—a sus propias letras.

Aquí estoy, viendo pasar los minutos
Viendo pasar los segundos
Viendo pasar el amor*

Pensativo se hallaba cuando poco después de terminar de leerlos volvió al correo que ya le había escrito y pensaba enviarle a modo de disculpa por sus actos de aquella nefasta noche. Lo releyó y le pareció poco menos que una mierda. Lo sintió infame y demasiado simplón. Entendía que esas líneas resultaban ser el vivo recuerdo de las lerdas palabras que pronunció cada vez que la tuvo en frente, sin poder decirle lo enamorado que estaba de ella. Aquellas veces en las que decía y no decía, confesaba y negaba, acariciaba y castigaba.

Y es que no tenía lógica alguna, pero sobre ese tema, y a su favor, él solía repetir: “Con la que no te importa te salen todas las palabras y hasta mentiras podrían llegar a asomar, pero hay veces que con la que amas no te sale ninguna y mucho menos la verdad de la milanesa, o al menos es lo que me pasa a mi”.

Sonaba por decimo quinta vez la misma canción, cuando buscando hermosearlo y para direccionar de alguna forma hacia otro lugar el tema central del mismo, decidió agregarle una posdata al correo que esperaba poder enviarle esa misma noche.

Posdata.- Señorita, y sí, he vuelto a decirle así (es lo que hay). No sé, pero se me ocurre que tal vez le gustaría enterarse de esta soberana estupidez que me acaba de pasar. Y aunque podría pensar que quizás que esto mismo se leerá como solo la mención de una frase demasiada cliché, igual he decir que acabo de reconfirmar lo cierto que es eso que algunas de las mejores cosas que pasan en la vida ocurren por estar en el lugar correcto, a la hora correcta, el día correcto. Entonces, hecha la aclaración, continúo igual para contarle que hace apenas dos días ubicado en un café oí sonar una canción desde el celular de una persona que no conocía, pero que circunstancialmente compartía mi mesa esa desorbitada noche a la que me refiero. Entonces, me di cuenta que lo que menos deseaba me estaba ocurriendo. Y no imagina, ¿o sí?, bueno, no importa igual sigo confesándole que fue terrible y lindo a la vez oir la canción y pensar inmediatamente que era sencillamente hermosa. Lo cierto, es que me emocione muchísimo. En demasía, creo. Es que, de pronto, sentí como la melodía y lo poco que lograba entender de la letra me penetraban rápidamente con el claro propósito de estrujar, aun más, a mi ya maltrecho corazón. Y cual película repetida, en silencio me acorde de usted. Si, de usted. Inevitablemente, inapelablemente y estoicamente de usted.

Tras escribir ese agregado un súbito escalofrío le recorrió la piel, lo que le hizo suponer que los hechos acaecidos esa infausta noche merecían algo mejor que solo esas vagas líneas. Tal vez, pensó, que lo más adecuado sería ofrecerle una mayúscula disculpa por aquello que no recordaba haber hecho, pero de lo que igual se hallaba muy arrepentido. O sino, al menos, escribirle algo que quizás no logrando solucionar nada, si terminase exorcizando aquello que a ese momento llevaba dentro: la pena y desesperanza que lucían entremezcladas con la misma dosis de molestia que casi siempre asomaba en medio de los malos ratos que tuviesen que ver con ella.

Aquí estoy, con la sonrisa fingida que me dejo tu partida
Como un verano sin sol *

En ese ínterin pensó en lo adecuado, o no, de efectivamente enviarle el correo al que ya no le iba a cambiar ni una sola palabra.

Escribir si bien exorciza—pensó—también resucita, que cagada—siguió pensando.

Lo cierto, es que la noche en cuestión, entre idas y venidas, habían decidido llegar un bar del que ambos tenían muy buenas referencias todas ellas inclinadas al tema de la buena música que se podía escuchar en ese lugar.

Pero, cosa curiosa, de esa velada solo quería recordar lo poco bueno, o sea, que en medio de buenas canciones comenzó a sonar su preferida y que eso mismo no habiéndolo esperado igual le dio otra oportunidad de cantarle (o, mejor dicho, gritarle) por segunda vez aquello que le escribió en la primera hoja de aquel libro—la mejor obra en prosa de su escritor preferido: Mario Benedetti—que le obsequio la noche de algún veinticuatro de diciembre: Here Come’s your man.

Fue, justamente, cuando se oyeron sus primeros acordes que el extravío en que se hallaba pareció liberarse mientras feliz cantaba cada parte de la letra de esa canción que la había convertido en su himno de guerra. De la guerra con ella, con él y con todos. Y al decir con todos se refería a que en el amor, pensaba él, en ocasiones habita una lucha en la que si una de las partes así lo permite, hay que lidiar además de con el amor—que ya de por si supone una lucha diaria—hasta con alguna tribuna hostil que ilusa piensa que todo lo sabe, y esto sin mayor arma que su feroz envidia. Esa misma que siempre los hará dedicar misiles en forma de palabras en exacta dirección a eso mismo que nunca vivieron y que, por ende, desconocen: el amor verdadero.

—Esta es mi canción y solo yo la puedo disfrutar tanto. No sé si sabes pero es mi preferida de toda la vida. Por eso, es que fue linda, pero rarísima también, la coincidencia que cuando no tenía nada que escribirte se me ocurriera ponerte eso en el libro...pero ya no sé que me asombra si todo fue, es y será siempre raro contigo —le dijo con la mirada nublada.

Y habría que decir que esa tensa calma que solo se vería interrumpida durante los minutos que duro la canción respondía a que las horas previas y durante todo ese día él se había visto asaltado por una horrible premonición la misma que lo mantuvo inquieto y pensativo incluso llegados al lugar. Por eso, es que estuvo seguro que esa noche todo iba a resultar saliendo terriblemente mal y que no había nada que pudiese hacer para variar ese vaticinio (que más que eso lo había tomado ya como una firme sentencia) y que, entonces, eso mismo tendría que forzosamente vivirlo cual sombrío dejavu.

Aquí estoy, enredado con la duda,
durmiéndome con la luna, despertando con el sol*

Intempestivamente salió de cualquier pensamiento para volver a abrir el correo antes de por fin enviárselo. Sin embargo, un segundo antes de apretar el gatillo decidió repetir el mismo ejercicio que solía realizar cuando terminaba de escribir alguno de sus relatos: leerlo en voz alta y así detectar desde la fonética algún error o, en su defecto, enriquecer el texto desde lo ventajosa que resultaba siendo la oralidad para ese fin.

Esto fue lo que se oyó:

Decirte que no lo esperaba sería lo más cercano a la primera impresión que tuve cuando te oía furiosa diciéndome que lo nuestro no era precisamente eso: lo nuestro, sino solo lo mío. Ahí es que me recordé afirmando que el amor cuando bueno solo funciona en estéreo y nunca en monoaural. O sea, es tema de dos, no de uno. Y no digo que no me quieras es solo que me extraña que puedas llegar a sentir y decir todas esas cosas hirientes que prefiero inhibirme de repetir porque dolieron, y mucho. Lo cierto, es que todo eso me cayó como un balde y no de agua fría, sino de hielo en cubos. Es más, recuerdo que mientras te oía y veía irritadísima lentamente me empezaba a penetrar ese frió que no fue otra cosa que ese sentimiento que prefiere mostrarse altisonante para luego mostrar su verdadera cara, la del dolor. Es que, reitero, que no pensé escucharte así jamás, o al menos no en esos días.

En esta parte debería citar una parte de la letra de un tema de Serrat: "...que me arrancaron la ilusión de cuajo...” Y es que es eso mismo lo que sentí, digo la verdad. Dramáticamente te veía llevándote mi mayor alegría, mi único sol y norte, mi mejor historia de amor que con, es verdad, poco escrito, pero con mucho(pensaba idiota yo) por escribirse. Te vi llevándote a ti misma y dejándome a mí sin ti, que fue algo así como, de pronto, oscurecer mi vida. Te descubrí cual diligente sicario asesinando mi alma, extirpándole al corazón a mi corazón. Arrancándole indolente la vida a mi vida.

Al cabo de un rato, algo molesto, interrumpió la lectura. Esa noche no volvería a pronunciar palabra alguna.

— ¿Y a mi quien me pide disculpas?—dijo para sus adentros mientras eliminaba el correo.



[*Durmiendo con la Luna-Elefante]