Tu dulzura y mi diabetes [ 07 ]

Terminó de leer, apagó la computadora, y decidió llamarlo en el afán de intentar, sin que él se diese cuenta, saber en quien se había inspirado al momento de escribir el poema que acababa de leer en su página web.

Esa soy yo, es para mí, lo sé, pensó.

Marcos estaba leyendo complacido los numerosos--y favorables-- comentarios que le habían llegado sobre el poema que había escrito apenas algunos días atrás. En eso, mientras había decidido releerlo, desvió la mirada de la pantalla y decidió que jamás le diría nada a la culpable de la existencia del texto: la musa. Entonces, renegó pensando que aunque quisiera seguir creyéndose que no la tenía bien identificada y que el poema podría calzarle sin problema a cualquiera de sus pasados amores, eso era algo que ni su cabeza, ni menos la realidad, podrían mantener como cierto, por mas intento que haga por seguírselo negando.

Lo cierto, es que sabía de sobra, así le jodiera, que cada línea, coma, queja o halago del poema le pertenecían a aquella que con su fulgurante aparición había transformado su vida en eso a lo que solía definir como un dulce caos.

En eso, sonó su teléfono móvil que anunciaba en la pantalla una llamada desde un número desconocido.

— Alò, ¿quién es? — dijo.
— Soy yo —se oyó decir del otro lado.
— No me salió tu número, que raro.
— Eso no importa, ya lo leí.

Marcos se hizo al desentendido, evitando contar detalles sobre las líneas, llevando la conversación para cualquier lado distinto al que ella quería, y esperaba, llegar. Hablaba de la música que oía en ese momento, del trago que estaba por servirse, y hasta sobrevoló el tema de su próximo cumpleaños para no dejarla que le preguntara nada.

De pronto, ella abruptamente lo interrumpió.

— Oye, ese poema, el último, está muy lindo—le dijo pareciendo, y sabiéndose, fisgona.
— Si, a mí también me gusta—dijo secamente—de hecho creo que le ha encantado a mucha gente, me parece—siguió diciendo sonando lo suficientemente despreocupado y arrogante como para exterminar la irrefrenable curiosidad de Andrea.

Ella cansada de oír como él seguía rehuyendo el tema, y solo llenándola de vagos detalles, decidió ponerle fin a la conversación, no sin antes preguntarle como recibiría su cumpleaños y si tenía planeado algo para ese día. Marcos le respondió que no había pensado en nada, pues le resultaba que se trataba de solo una fecha más del calendario. Le dijo, además, que hacia muchísimo tiempo que no le emocionaba celebrar la llegada de un año más a su vida.

Se quedaron ambos en medio del silencio que antecede a las despedidas. Colgaron.

[Él, pensando que tal vez se le había pasado la mano en la indiferencia y desidia con las que había regado la conversación. Ella, por su lado, inmersa en un estado de tal confusión que terminaba minando su cabeza de dudas y pensando que tal vez no había sido acertada la idea llamarlo.]

--Que se joda—pensó Andrea antes de acostarse.

En medio de la madrugada sin poder conciliar el sueño Marcos se levantaría para escribirle el siguiente correo:

Mi vida,

No podía dormir y siento que debo decirte que no me gusta NADA mi cumpleaños. Me gustas MUCHO tú. No me emociona, mi vida, pensar en ese día, lo siento. Emocionado, mi vida, estoy cuando pienso en mis días con tu vida en la mía, pero todos los días. No un solo día.

Entonces, encuentro mejor motivo de celebración, si te parece, si acaso coincidiera la fecha en que nací con aquella en la que abandonando tu habitual mezquindad decidieras, mi vida, aterrizar en mi planeta y no regresar nunca más al tuyo.

Y si, aunque me joda, lo escribí por, para, y desde ti.

Marcos
Pd. – Suena por milésima vez Somewhere only We Know, y ahora que pienso que aunque casi siempre hablamos de música, jamás te pregunte si te gustaba esa canción.