Resistir [Final]



Instalados ya en el bar.

Ni bien puso un pie en el lugar lo primero que hizo Rodrigo fue acercarse a la barra a efectos de pedir un screwdriver. Acto seguido, vaso en mano, comenzó a caminar como pasando revista a las fotos que mostraba la exposición. En eso, se detuvo a observar detenidamente una de ellas. Al verla, sintió que la toma no le decía nada. A pesar de eso, siguió observándola fijamente y concluyó que era muy vacía. Tras eso, en silencio se quedaría pensando que, tal vez, encontrarse con una buena foto debería suponer una experiencia tan enriquecedora como única en la que la toma diga y calle a la vez. O sea, que se vea configurado ese sublime episodio en que la imagen dejando a salvo el uso de la imaginación, no termine por encallar en la inexpresividad. En buena cuenta, inspirar y lograr que se configure ese estado en que la mirada, del puro goce, aparezca estrechamente comunicada con el alma y, acaso, estallando de placer por aquello puesto ante los ojos. En ese segundo, sin embargo, pensó, que tal vez, él no era quien para juzgar una foto. Pero mentía, pues su estratosférico ego no iba a renunciar jamás a creer que el solo hecho de haber salido con Leticia—y sobre todo, colaborado en sus mejores clics—le otorgaban cierta valedera entidad.

Al darse vuelta, lo primero que  pudo ver de Leticia fue su brazo estirado en señal de brindis y fue ahí, al verla, que se echaría a reír al recordar lo frecuente que fue siempre esa escena entre ambos. 

 Minutos después.

—En serio te digo, tienes que mandarme algo de lo que estés escribiendo. ¡Necesito leerte ya!

—Uhm...lo último que he escrito está en mi página.

—No lo he leído aún, no miento. Pero me siento tan patética que ya no me importaría leer alguna de esas cursis y empalagosas cartas que solías escribir ahí. ¿Por qué las sigues escribiendo, no?

—Obvio. Pero, ¿estás segura de querer leer eso? Por cierto, te cuento que hace muy poco un conocido me dijo, o al menos me lo quiso decir, que solo debería escribir cartas, en razón que me quedaban bien. Aunque, al oírlo, no supe si tomarlo como un halago, o sentir que quizás me estaba cariñosamente diciendo que el resto de lo que escribía era una buena mierda.

—No sé, hombre. Lo que si creo, es que es insólito ver como eres capaz de escribir ese tipo de cosas. Me sorprende lo temerario que eres al dotar a esos escritos de un falso cariz de urgencia y que no contento con eso te asegures de literalmente minarlos de lugares comunes con alguna despistada a la que, obviamente, ya tienes previamente identificada.

— Lo único cierto de lo que dices es que las balas, cuando se trata de eso, siempre tienen nombre y apellido. Eso no lo voy a negar. Pero no te creas, también me he liberado de algunas cosas al escribirlas. En todo caso, si ha pasado que ese despojo que tuvo como objetivo el sentirme mas liviano tuvo en su momento un alto costo por pagar. Lo que, hay que decirlo, al final terminó por hacerme un flaco favor. 
          
—Lo sé. No olvides que lo sé todo de ti, Rodrigo. Sé, por ejemplo, en quienes te inspiraste para escribir tus relatos. Sé los nombres y apellidos de todas tu musas. Sé de memoria a quienes de ellas amaste y a quienes no. Lo que me falta por saber es quien te mantiene perturbado por estos días. Y no me digas que se trata de esa escritora que tiene tanto de bonita como de cojuda. Es otra, no tengo duda de eso. Como también doy por seguro que estas escribiendo sobre ella. Por eso no quiero que me cuentes nada, quiero leer lo que le escribes. Prefiero conocerla a través de tus líneas. De ahí es que te he pedido que me envíes algunos de esos textos.  

—Ella es otra, de acuerdo. Y no sé si la conozco mucho, solo tengo claro que es distinta. Es más, en ocasiones hasta no se parece a ella misma. No habla mucho, ni con muchos. Tiene en la soledad a la aliada perfecta para huir hasta de mi. Y en ese estado, estoy seguro que escribe líneas increíbles recordándome, pero que nunca habré de leer. Nunca lo hemos hecho, aunque alguna vez lo planeamos. Pasa que para nosotros hacernos el amor nunca fue un punto de partida ni de llegada. 

— No mientas, oye. Tampoco esperes que te crea eso. Pero, ya, dime ¿le escribiste o no?

Pero, , tienes razón. Le he escrito muchísimos textos. Unos, los más, amándola y otros desde el profundo odio que me produce el necesitarla en ausencia.        

—¿Cómo la conociste?

—No lo vas a creer, pero súbitamente apareció una noche a decirme: "hola, soy B". Así de simple.

—Ahora si que no entiendo nada. ¿No me estás ocultando algo? 

—Es que para entender todo esto tendrías que leer el relato que he iniciado en mi página so pretexto de internarla en mis letras y para que se entere que no tengo temor que sea público que la adoro. Esto con el agregado que también he saldado una deuda de amor con alguien, es decir otra persona, a la que la siento parte de mí. Fue como tomar aire, pensarla como un afecto de esos eternos y escribirle con un tono de disculpas por estar lejos de cumplir sus expectativas y ella las mías. Espero que te guste lo que leas, la verdad. 

Los minutos que siguieron transcurrirían con Rodrigo transitando entre los recovecos de la personalidad de B. Leticia lo oía, pero lucía inevitablemente la mirada extraviada. Por eso, es que nada le costaría de excusarse de continuar con la velada usando como justificación la trivial llamada telefónica que le hiciera, apenas minutos antes, J. Recién llegada a su casa, Leticia encendió ansiosamente su computadora. J, por su lado, ya dormía, pero ella igual se cuidó de cerrar la puerta del cuarto que usaban como estudio con seguro. Prendió un cigarro y comenzó a leer. Los gestos de su rostro mutaban a cada minuto al empezar a reconocerse en la primera parte del relato. Ya leer la segunda parte fue el acabose para ella. Luego leer repetidas veces la carta que ahí se consignaba como tercera parte la terminaría de hacer mierda.
   
 -3-

B,

Es viernes de noche. Sí, de noche. Esta es la parte en la que, si leyeras esto, podría ver tus labios pronunciando: “Que ra-ro que no ha-yas sa-li-do”. Pero, wait, aún es temprano, puedo salir y dejar de escribir esto que, lo más seguro, es que acabará por joderme aún más la existencia. Bien puedo abdicar de esto e impedir que suenen esas canciones que inminentemente afianzaran tu regreso real a mi cabeza. Pero, no, ya todo está preparado para seguir y entonces haré lo que me provoca ahora mismo hacer: Escribirte.    

Stop! Apaga todo.

No sabes. Está sonando esa canción que insiste en dispararme esto: “somos de una especie que desaparece, hasta nuestras diferencias se parecen”. Y, entonces, pienso: ¿desapareció nuestra especie? ¿O es que nuestras diferencias cesaron de parecerse?

En fin, tu silencio obliga. Otorga y obliga.

Acomódate, dale. Consejo: procura buscar mi voz en tu cabecita y léeme oyéndome. Y que venga lo que tenga que venir. Ahora bien, si fuese tú, para leer, buscaría algo parecido a la comodidad de, por ejemplo, aquella acuciosa tarde en la que aparecimos tumbados en la hierba de aquel amplísimo, y conocido, lugar. Sonríe, no seas, esta vez, la imperturbable mujer que te gusta aparentar ser. Pero, dime, ¿nos vieron? Intuyo tu respuesta y te doy la razón: qué carajo importa el universo en el preciso instante que dos planetas culposamente simbiontes se encuentran. No exagero, sabes que no. Porque aun en medio de esta rara melancolía, o por culpa de ella, quizá deberías entender que, tal y como reza esa otra canción: todo comienza y acaba en ti. Ya sabes cuál es, no mientas que nadie te ve. Esa pues, la que dice que la gente nada sabe del amor, si no se reconoce en nuestros pasos. ¿Qué maestro Serrano, no? Pasa que con todo esto he querido decirte que en mi mundo todo tiene que ver contigo. Y que tú eres mi verdad. O la única mentira que me sabe a verdad. Punto aparte.
           
Por otro lado, es triste que todo lo relacionado a ti deba de intuirlo. Por eso, al menos hoy que estoy seguro me estás leyendo, podrías regalarme una sola puta, y linda, certeza. Error: ojala no sea tan puta y decida quedarse conmigo para siempre. Y que, además, sea tan cierta como lo mucho que te extraño, odio y amo. En ese, como no podría ser de otra forma, puto y estricto orden.  

Decidido. Voy a salir y ya veré luego como continua esto.

Lunes. Once de la noche.

¿Qué sigue? Ni idea tengo. Lo que sí, es que nunca pensé que iba a ser fácil. Pero mucho menos que fuese, como lo es, tan difícil. A eso se deberá que “ausencia” es, sin duda, la palabra que más detesto por estos días.  Porque me recuerda a ti, porque es lo único que me dejaste de ti y porque así mi odio ataque a mansalva a tu recuerdo a lo sumo a lo que puede llegar a aspirar es a silenciarlo, pero tu ausencia seguirá estando. Y  mi odio, también.

Que macabra ironía.

Entonces no me culpes por pensar que si cuando llegaste lo cambiaste todo: ¿por qué ahora que te vas, no te dignas a cambiar también esta puta pena? Déjame igualito a como me encontraste, si es que, acaso, algún deseo me pudiese conceder mi bella genio. Porque eres genial y, cómo no, muy bella también. O no eres tan bella y tienes un genio de mierda. A ver, déjame pensarlo. Uhm…ok diré que si tuviese que responder, como en un examen, usaría la siguiente opción: todas las anteriores son ciertas.

Feeling Time!
        
Ahora es que creo que ningún día es bueno para mentirse, pero es peor un lunes. Me jode que existan los lunes, aún más desde que no estás. Desde ese puto lunes, que decidiste dotar de silenciador a tu corazón. Y no es que reniegue, pero no sé en qué momento se te ocurrió que desobedecer a eso que consigue mantenerte viva te iba a llevar a buen puerto. “Eso” soy yo, “eso” eres tú. “Eso” somos nosotros. Eso es “eso” que nunca entendiste y viceversa.

¡Carajo ya me desvié¡ Y no sé a que quería llegar. Ah, ya sé, pasa que es lunes y estoy furioso porque siento que hoy que ya se apagaron las luces y el bullicio se transforma en silencio, ahí apareces puntual para decirme que hubo un antes en el que no fuiste solo el recuerdo de eso mismo que acostumbrabas ser y que ya no serás. Es en este momento, y no antes, que ya poco importan mis estruendosas risas de alguna alborotada noche pasada, menos aún las consejeras palabras de quienes no conocen lo que vivimos, o alguna compañía que no acompaña. Entonces descubro que es el momento justo de buscar nuestras canciones, dejarlas sonar y abrir el álbum, que no tengo, de nuestras fotos y comenzar a vivir a tu lado de vuelta. Reconozco, sin embargo, que si al menos me entendiese todo estaría mejor, pero falta mucho para que eso ocurra. Lo innegable, ni lo dudes, es que te detesto tanto y es seguro que lo mejor sea que no sepas cuanto. Es decir, te desprecio por dejarme conocer esa parte helada de ti que no conocía. Porque encontrarme con lo gélida que es tu indiferencia viene siendo una aterradora experiencia que deseo fervientemente que alguno te haga pasar. Pagaría por eso, lo juro.

Off the record… ¿en qué fuckin’ momento te fuiste de ti? 

Pero ahora que todo se tiñe de esa extraña melancolía, de la que te hablé lineas arriba, es que siento que debo decirte que siento mucha rabia. Te odio, entérate. Y, desde luego, que aborrecerte no es un trabajo sencillo, aunque debo reconocer que mi creciente locura le ha encontrado el gusto a odiarte. Tal vez, a eso se deberá el disfrute que siento todas las veces, como esta, en las que te detesto con pasión. Será por eso que en este momento creo que odiarte es la única forma que encontré para preservarte dentro de mí y que mal haría en solo amarte. Pienso que así, y solo así,  he de mantenerte intacta en mi cabeza. Porque amar así a otra pueda que me vuelva a pasar, pero odiar, como te odio, eso nunca más. Igual habrás de entender que en estos extremos, de amor y odio, nada termina siendo enteramente genuino. Y, entonces, es que se sobreentiende que odiarte es el camino que han seleccionado mis adentros para silenciosamente seguirte homenajeando. Para repetirme, todas las veces que sean necesarias, estas aciagas sentencias: Que eres una mierda, pero que yo también lo soy. Que no pienso dejar de odiarte, pues correría el innecesario riesgo de dejar de amarte. Que tú dices aun amarme, pero en realidad me detestas. Y que yo digo detestarte, pero aun te amo.  

R.            

-4-

Ni lo muy alterada que estaba le impidió a Leticia el escribirle un extenso correo a Rodrigo. En esas líneas no se reservó ningún insulto, se los dijo todos. Trató, como era de esperarse, de ser todo lo hiriente que pudo. Y fue debido a la ira que llevaba consigo que no reparó en formas y quiso pegarle durísimo ahí directamente donde sabía más le dolería.           

Rodrigo al llegar a su departamento se sirvió un trago, empezó a leer el correo y se sintió tentado de llamar a Leticia. Pasados algunos minutos, y a poco de terminar la lectura, se detuvo a releer una parte que había conseguido llamar su atención.      
        
Es una buena mierda lo que escribes, cuanta razón tuvo quien te dijo eso. ¿O acaso creías que no me iba a dar cuenta? ¿pensaste que nunca lo leeríaEstás muy mal y por eso te vas a quedar muy solo. No eres capaz de diferenciar a la gente que te quiere y encima eres muy "hijodeputa" con ellos. Ya lo hiciste conmigo también, y por eso te digo que ahora sí te vas al carajo. Adiós indolente de mierda. Te dejo naufragando en el océano de tus miserias. Que feo ser tú, la verdad. Eres insufrible hasta para ti mismo. Muérete sin avisar, pero hazte el favor y que sea pronto. Resistir, que titulo de mierda es ese. Resiste tu huevon. 
   
h    Rodrigo leyó varias veces esa parte. Pensó que jamás la había sentido tan furiosa a Leticia. Aunque, en ese instante, fue inevitable el no recordar ese antiguo correo donde le confesaba que lo odiaba por haber escrito sobre tantas putas y nunca de ella que sí lo había amado de verdad.  

No pudo evitarlo, le contestó.

     No me quejaré: eres justa. Pero déjame deslizar la que, creo, se convierte en mi única arma de defensa posible: escribir, al menos para mi, es también aquel mecanismo que me permite incluir e interactuar con mis afectos en esos inexistentes mundos que suelo crear. Y no veo mal eso. De alguna forma, siento que al aparecer en alguno de mis relatos saldo deudas del pasado con ellos. Pero eso, claro está, es algo personal y no espero que lo entiendas.  

     -5-

 Leticia, querida amiga, lo cierto es que aguardo que no te haya asustado y mucho menos ofendido el título del texto. Así te parezca increíble fue lo último en que me fijé en el proceso de escribir el relato. Sin embargo, creo que termina describiendo, acaso fielmente, nuestras circunstancias. Estamos ambos, te guste o no, íntimamente ligados con esa palabra. Y ahora mismo que B está leyendo la historia nos acompañará en eso. Será su momento de resistir.