Tu dulzura y mi diabetes [ 1 ]

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Por esos días, Marcos había decidido no comunicarle que ese tercer adiós —que tenía ya decidido y que esta vez ni siquiera lo enviaría al celular de Andrea vía mensaje de texto— sería, esta vez sí, el definitivo. Esperaba que sea más bien la realidad la que le diga que no pensaba verla más. Y esto, en razón a que sentía que se estaba complicando en demasía con algo que estaba seguro podía manejar sin problemas: que estén, él y ella, cada uno por su lado. Entendía, que si Andrea era consecuente con la cara de la moneda que le había dejado ver, entonces poco debía importarle si se iba de su vida sin más trámite que el silencio.

Y esto fue así hasta una noche que estando sentado frente a la computadora en la sala su casa— y mientras respondía algunos mails con Here come’s your man de Pixies sonando de fondo— que se sorprendería timbrando el número de Andrea, pero solo fue hasta oír la voz también sorprendida de Andrea que terminaría de darse cuenta que seguía atado a ella y que mientras más se empecinara en alejarla más cerca la iba a tener. No way—pensó cuando colgó.

Marcos estaba seguro que no era exactamente ingratitud lo que no le permitía recordar en qué momento Andrea había cruzado aquella línea imaginaria que él solía trazar buscando dividir a las olvidables de las otras, las imprescindibles. Solo sabía que ocurrió de pronto y casi sin que pudiese darse cuenta. En eso, recordaría la mañana en la que se tomo el trabajo de evaluarla (para llegar a saber a ciencia cierta que la diferenciaba, y por ende entender por qué tenía la impresión que de alguna forma la quería, y mucho) y es ahí que llegaría a la conclusión que todo pasaba por una sumatoria de situaciones y emociones que inevitablemente habían devenido en esa rara mezcla de cariño, amor y amistad que ella inspiraba en él. Por otro lado, estaba seguro que lo que siempre había inclinado la balanza a su favor fue definitivamente el cariño que le había puesto a cada uno de los muchos detalles que había tenido con él.

Entendía él como un lindo gesto que se preocupara por cosas que muchas otras terminaban olvidando: como si comió bien, si el caso de la aparición de un gesto adusto en su rostro respondía a algún inconveniente y si podía ayudarlo en eso, entre otros muchos detalles. Sin embargo, nunca estuvo seguro si todo eso era honesto o solo parte de toda esa parafernalia que la harían quedar bien a los ojos de quien convenía tener de aliado, de su lado. Igual a Marcos mucho no le preocupaba la razón que generaban esas atenciones, sino lejano a eso solo se contentaba con que por fin alguien haya entendido que lo más lindo, a veces, yace en lo más simple. Venga de quien venga y sea generado por la razón que sea.

Por otro lado, siempre le había gustado que la personalidad de Andrea nunca terminara de decirlo todo sobre ella. Esa parte, buena o mala , que no dejaba ver de ella avivaba la curiosidad que abrigaba de saber algo más de quien ya empezaba a querer. Le encantaba que lo sorprendiera con respuestas rápidas y no por eso exentas de creatividad. Pero, sobre todo, por algunos de sus gustos musicales, le parecía inverosímil que ella gustara de grupos que él había oído desde niño aunque, a decir verdad, su edad volviese poco creíble aquello.

Sin esfuerzo podía recordar algunos de los episodios iniciales de esa historia como el día que llego, por fin, una de sus bandas favoritas a su ciudad y estando ubicado en medio de miles frente al escenario, ella lo llamaría:

—Donde estas, ¿llegaste al concierto?—pregunto ansiosa.
— Si, y estoy rodeado de mucha gente sin casi poder moverme pero feliz, muy feliz— respondió Marcos con una ligera sorpresa.
— Bueno, yo también ya llegue… te dejo, disfrútalo— dijo Andrea bajando adrede los decibeles del dialogo.
— Si, eso haré, gracias estoy con algunos amigos pero te llamo en un rato que logre liberarme un poco —dijo Marcos.

Colgó y luego se llevo la lata de cerveza—que acababa de comprar y que estaba caliente— a la boca cuidando pasar lentamente el liquido como dándose tiempo de pensar algunos segundos si haría bien evitando verla.

Pasaron los meses y las coincidencias se fueron incrementando, y tornándose estas cada vez más naturales, a él ya no le sorprendería que escuchando una canción ambos gustaran de la misma parte de la letra o que supiese exactamente como se sentía sin que tenga que pronunciar palabra alguna. Fluían los buenos momentos, pero también habían de los otros.

Marcos siempre fue extremista en todo incluso en sus ratos: tenía muy buenos aquellos de alegría intensa, destilando largos de humor osado y muchas veces divertido y otros de amargura inmensa esos en los que no deseaba hablar con nadie, ni siquiera con ella. Luego, llegaría a casa y se arrepentía de esos malos ratos los mismos que creía ella a veces, y solo a veces, no merecía. Moría por hacerlo pero no marcaría su número jamás, eso lo tenía clarito. En cambio, ella como adivinando que él mataba por oírla— y si bien lo hacía a sabiendas que no lo oiría jamás ofreciéndole disculpas, si podría oírlo amable y que, entonces, sea tácito su arrepentimiento—lo llamaba no sabía bien para qué, o porque, pero igual así lo hacía. En una de esas llamadas tras una discusión, y mientras él había puesto el disco en concierto de Ana Belén, se suscito el siguiente dialogo:

— Hola, ¿ya estas mejor? — dijo con voz tenue.
— Justo estaba pensando en ti y cuando vi que se ilumino el teléfono y pude ver tu nombre me pareció increíble, es la tercera vez que pasa esto— dijo efusivo Marcos.
— Bueno, me fui pensando en lo ocurrido, lo converse con una amiga y me dijo que no es un buen síntoma que trates mal a alguien a quien supuestamente estimas ¿No?—pregunto contrariada Andrea.
— No ha sido un buen día—dijo escueto.

Ella colgó rápido, siempre colgaba a los pocos segundos de haber iniciado la conversación, y eso también conseguía irritarlo pues pensaba que eso podía dar a entender lo poco que le importaba y que eso le decía a las claras que todo, o casi, lo que venía de ella resultaba siendo solo para cumplir o, peor aún, para quedar bien.

Los días pasaban y continuaba todo igual, ella muy preocupada en todo lo que tuviese que ver con él, pero descuidando adrede llevar esa buena química a mejor puerto. Marcos tampoco hacía mucho para volverlo todo real, seguía frecuentando a sus ex amores aun a sabiendas que de ellas no se acordaba nunca y que a Andrea, en cambio, la tenía tatuada en el alma, en el corazón.

De pronto, las cosas cambiarían cuando reapareció la única que había hecho tambalear por lo menos dos relaciones pasadas de Marcos: Berenice. Lo cierto, es que el recuerdo de ella siempre se resistió a ser tal, era todo como aquella hermosa canción de los Rodríguez : una dulce condena. Era como una herida en carne viva y aun sangrante, algo así como un presente descuidado pero latiendo siempre. Como un paciente en coma eterna sin ganas de vivir, pero tampoco de morir. Tenia claro que ese tiempo pasado con ella lo habían marcado ya que pocas veces había conocido—y gustado tanto—de una mujer mucho menor que él, y que aunque muchos creyeran que lo que en verdad lograba mantenerlo inquieto de Berenice eran sus curvas peligrosísimas, él sabía que no era así y la opinión del resto poco importaba.

Para él Berenice era un exquisito todo y estar sin ella era la variante más dolorosa de la nada.


[..Cause you're all I want, You're all I need,You're everything ,everything ]


[..Llegaras cuando vayas, más allá del intento,llegaremos a tiempo, llegaremos a tiempo…]