Aquella Estación llamada Adiós[Not For You 9]


Contra lo que pensaba pasarían algunas semanas sin saber nada de ella. Penosamente ya casi me estaba creyendo que había sido un error lo que antes había dado por seguro, o sea, que el destino iba a querer que nos volviésemos a ver. En mi caso, todo resultaba siendo como aquella parte de una canción de Los Rodríguez, con letra de Sabina: “.. estoy tratando de decirte que me desespero de esperarte, que no salgo a buscarte porque sé que corro el riesgo de encontrarte...”.

Lo cierto, es que tenía un poco de miedo pues si bien entendía que ella me estaba debiendo algunas, o varias, respuestas, lo concreto era que no sabia si realmente quería oír lo que tuviese para decirme: su verdad. Temía muchísimo que las preguntas que me había venido haciendo por años al verse absueltas ya no sea lo que duela lo débiles, e inciertas, que siempre terminaban siendo mis especulaciones, sino lo duro que podría llegar a ser tener la certeza de todo.

Fue cuando mejor estaba amagándole a la realidad, y estando en medio de una reunión parrillera con amigos, que recibí la llamada de mi padre diciéndome que pasara a recoger un parte de Matrimonio que dirigido a mi había llegado a la casa que hace muchos años habitamos los que fuimos, alguna vez, una feliz familia: la mía.

Pasados algunos días llegue a casa de mi padre y fue leyendo la invitación que vi que se trataba de la invitación a la boda, con fiesta incluida, de Renata, aquella que fue desde siempre mi vecina preferida. Me emocione mucho viendo que había tenido el lindo gesto de colocar dentro del sobre una nota que, escrita a puño y letra, decía:

amigo, espero que te llegue esto, como lees me caso, viajo y creo que no voy a volver en mucho tiempo, entonces, espero verte la noche de mi casorio... no me falles.

Confieso que antes de leer esas palabras no existía posibilidad alguna que asista al Matrimonio y esto por razones tales como:porque detestaba vestirme formal, también, los sábados, y porque estaba pensando en algo más íntimo como comprarle un lindo regalo, caerle alguna noche posterior a su casa provisto de algo para brindar y que sea en ese momento que me contaran las anécdotas más saltantes de su gran noche.

En eso, pensando, me di cuenta que tenia un gran peso encima, y esto porque era el único, del que fue nuestro entrañable grupo de amigos, que estaba en reales condiciones de asistir a la boda. Y esto porque por diversas razones nuestra bohemia "mancha" se había disuelto hacía ya algunos años. Entonces, la realidad decia que todos estábamos lejos y manteniendo poquísima comunicación entre nosotros.

Lo poco que sabía de ellos era que Darío residía hace algunos años en Londres y que durante alguna calenturienta noche le había confesado por messenger a Renata que siempre le había querido “dar vuelta” pero que había sido, aclarándole el tiempo pasado del verbo, siempre tímido para esas cosas. Sobre Martín lo único que llego a mis oídos era que estaba culminando un MBA en Buenos Aires y lo lejos que estaba de pegar la vuelta pues disfrutaba de la vida cómoda que le estaba dando trabajar en el departamento de administración de la sede argentina de una afamada empresa transnacional de telefonía.

Con Andrea Vigil me había cruzado algunas veces en uno que otro bar y en esas ocasiones nos habíamos saludado, pienso yo, casi por compromiso y sin compartir muchas palabras. Recuerdo que alguna vez la vi sonriente, en una foto de sociales de una revista, abrazada de un dizque actor que solía pegarla de gracioso en una olvidable serie televisiva local y que, además, formaba parte de una banda algo conocida de funk.

Al verla en esa imagen, con gesto de parecer muy enamorada, juro que me alegre que así sea.

—Todos están bien, en cosas distintas pero aparentemente felices, y yo aunque también feliz, sigo un poco anclado en la misma vieja historia de siempre—me dije en tono de reproche.

Estando cercana la fecha del matrimonio decidí asistir solo a la fiesta, saludar a Renata, beber algo y luego retirarme. Al menos ese era mi masterplan para esa noche.

Decidida mi asistencia, llego el sábado del matricidio al que arribe, para variar, tarde y me encontré con la fiesta en su mejor momento. Sonaba, recuerdo, dreaming de O.M.D, la canción que fue desde siempre la favorita de Renata en nuestras furtivas incursiones a Nébula.

Pasado eso, cuando buscaba a mi amiga entre el alborotado gentío, la pude ver cantándole a su esposo the one i love de R.E.M. en medio de la pista de baile. Entonces, opte por aguardar una mejor oportunidad para el saludo y decidí estratégicamente atrincherarme en una mesa cercana al bar de la fiesta. Me pedí un desarmador mientras oía sonar walk on water de Eddie Money.

Estaba a punto de pedirme otro cuando al oír mencionar mi nombre voltee a ver de quien se trataba, y comprobar si, efectivamente, había sido para mí el llamado.

—¡Salud pues!, ¿Ahora si me vas a saludar?—me dijo la mismísima Andrea Vigil.

Conversábamos un poco de nada cuando propuso ir hacia la lejana mesa de los protagonistas de la noche: los recién casados.

—Amigooo, justo le estaba comentando a Mauricio la pena que me daba no verte aquí—me dijo, algo ebria, Renata, a la vez que me presentaba a su esposo.

Nos estábamos abrazando efusivamente hasta que sonaron los primeros acordes de i wanna be sedated de The Ramones con los que disparados salimos todos a bailar. Ellos, los esposos, bailaban al centro de una especie de ronda tonera a la que, uno a uno, ingresaríamos sus amigos a bailar con ella.

De pronto, ella jalándome adelantaría mi turno, y mientras danzábamos me diría algunas cosas al oido.

—Vero esta en Lima, sabes ¿No? – me pregunto con cara de primicia.

—Sí, ya lo sabía —le dije ante su cara de sorpresa.

Termino la odiosa rondita, y cuando me aprestaba a perderme en algún rincón caleta de la fiesta, Renata decidió llevarme a su mesa pienso que para hablar un poco más tranquilos. Brindaba con los esposos cuando ella me conto que había invitado a Vero pero no sabía porque no había llegado a la Iglesia, ni a la fiesta. Le conté lo ocurrido la noche que nos vimos en Miraflores y que eso me llevaba a sospechar que esa era la razón por la que, tal vez, no había querido asistir.

—No habrá querido toparse conmigo pues—le dije casi renegando.

—Los dos son unos huevones, los dos ¡ah!—dijo sesudamente mientras miraba la cara de no entender nada de su esposo.

La fiesta iba muriendo de a pocos cuando caminando cerca al bar me encontré con Renzo, mi viejo amigo melómano al que conocí en Trener, quien pasados los años me seguía agradeciendo el hecho que por mi hubiera podido conocer a Carolina, su enamorada, y una de las mejores amigas de Vero.

—Puta, huevon, donde habías estado pensé que te había tragado la tierra, vamos donde Caro que seguro le va a dar gusto verte—me dijo demasiado pasado de copas.

Me pareció buena idea y lo acompañe hasta donde estaba Carolina quien al verme me saludo afectuosamente y, la verdad, que a mí también me dio gusto verla por la sencilla razón que era una de las pocas, o la única, amiga de Vero que siempre me había caído muy bien.

[Caro era la más linda, y menos tarada, de ese grupete de compinches que tenia Vero por esos días. Era como un oasis en medio de ellas y esto por lo cultísima y encantadora que resultaba ser. Por eso, una noche que chupábamos viendo un video en concierto de los Stones en casa de Renzo, y cuando ya me tenía que ir a buscar a Vero, se me ocurrió preguntarle si podían caer Vero y su mejor amiga a su casa para seguirla a lo que él inmediatamente respondió afirmativamente. Sucede que siempre había visto pintadita esa pareja, pues ambos tenían casi la misma forma de ser: eran melómanos, leídos y, sobre todo, tranquilos. Y así fue, desde esa noche que se conocieron, salvo por algunas peleas normales de pareja, jamás se separaron]

Quedaban ya pocas mesas con gente en la fiesta cuando los esposos llegarían a comunicarnos que se marchaban pues tenían que dormir ya que el avión, que los llevaria a su luna de miel en Acapulco, salía muy temprano al día siguiente. Cuando me toco despedirme les desee suerte y les dije que esperaba verlos a su vuelta.

Tras la despedida a lo lejos pudimos ver a Andrea Vigil besando acaloradamente a uno que, según Carolina, había conocido esa misma noche.

—Se ha vuelto media “canina” esa cojuda—dijo elegante, pero directa, Caro.

—Pensé que salía con ese “patín”, el de la foto de la revista.

—No, si ese mamarracho solo se le agarraba—sentenció.

No me entraba ni una gota más de alcohol cuando anuncie mi retirada.

—Yo te jalo huevas, espera que voy al baño y nos vamos—me dijo Renzo.

Mientras aguardábamos su regreso, Carolina abruptamente partió, sin decirme nada, con destino al bar, para luego regresar con algo que parecía ser un pedazo de papel en la mano.

—Mira, aunque yo creo que la desidia, el tiempo, la distancia, pero, sobre todo, el conflicto de sus malentendidos egos terminaron por enfriar algo que había nacido tan lindo, también pienso que eso mismo merece un mejor final y, entonces, así luego Vero se moleste igual te daré lo que, creo, no debería—me dijo Caro entregándome los nuevos números de Vero anotados en una servilleta.

—Asu, es que si no fueras tu pensaría que me estas literalmente cagando— dije mientras guardaba, cual tesoro, el dichoso trozo de papel en mi billetera.

Entendí, entonces, que a pesar del tiempo que dejamos transcurrir, o por ese mismo, es que ella y yo nos podríamos juntar a conversar frente a la tumba de lo fue que nuestro amor y que esto nos sirva para no volver a cometer los mismos errores con otros.

Lo último que me dijo, antes que volviera Renzo, fue que Vero le había contado que acababa de conocer a alguien y que estaba entusiasmada con ese individuo.

—Pero, llámala que igual no pierden nada hablando, es màs creo que ganarían mucho.

Volvió Renzo subimos a su auto y desparramado en la parte trasera pensaba en lo sabias que habian sido las palabras que Carolina me dejo para siempre: como que el amor sin lucha, no es amor y que pensarlo como eterno, sin mover un dedo, es una cojudez. Pero, que pasado el tren del amor siempre podía existir la estación del adiós y que aunque este termine por cerrar una puerta dicha clausura, tal vez, nos ayudaría y abriría, por fin, la posibilidad que esa experiencia(identificados ya nuestros yerros) nos terminen ayudando a embarcarnos en otra nueva, y mejor, historia en la que seguramente despojados de la nostalgia de lo que jamás sucedió podamos entregarnos, de una buena vez y realmente, al verdadero amor.

Mañana la llamo—me dije decidido.