Dalma (1).

1.50 a.m.

Arrastrado por las ideas que recorrían su mente Genaro despertó abruptamente. No se paró enseguida. Entonces pensó, una vez más, en eso que le venía robando hace ya varias semanas la habitual tranquilidad de sus días y sobre todo sus noches. Forzado por la oscuridad del cuarto decidió salir al comedor. Encendió un cigarro, bebió un poco de agua y se sentó a recordarla.

Optó por rememorarlo todo. Ahí fue que se le vino a la cabeza ese ruido que logró posicionarlo cercano a algún lugar similar a la cólera. Lo podía volver a oír, así estruendoso y desordenado. No era solo música, sino también gritos, carcajadas y el sonido de copas encontrándose por los aires. En silencio, infructuosamente, hizo lo que pudo por morderse la uñas que ya no tenía. Lo que era, como no, síntoma inequívoco de ese recurrente estado de ansiedad que, obviamente, no esperaba anidar esa noche. Siguiendo en eso, pensó que afortunadamente esa noche tuvo otras cosas por las que preocuparse. Cosas como seguir en la incesante ingesta de tragos de diversos colores y sabores.

Sin embargo, en esas imágenes, no se reconoció especialmente aburrido, sino solo algo extraviado. Encendió otro cigarro. Volvió inevitablemente a “verla”. Pero, de pronto, le aparecieron otras escenas en las que se pudo ver adaptándose a saludar a gente desconocida y haciendo su mejor esfuerzo por caerles, de alguna forma, en gracia. Trabajo duro para alguien acostumbrado a refugiarse dentro de sus pensamientos aun en medio del gentío. Y en efecto, hasta ese segundo no lucía ni feliz, ni triste. Le parecía que tuvo una razón para estar ahí, y entonces esa misma terminaba justificándolo todo.

Quizá su punto era solo pasarla bien y nada más.

En otro momento, ella volvió a aparecer en esas imágenes que aterrizaban, una tras otra, en su dispersa cabeza. Estaba ahí ante sus ojos sin llamar mucho su atención, pero llamándola a la vez. Y esto porque conociéndose ya sabía que tras haberla visto algo extraño estaba naciendo, y aquello, hasta ahí inexplicable para él, estaba viendo la luz. No sabía qué era, pero lo sospechaba pues se sentía asaltado por otra de sus infalibles premoniciones.

Ella es, pensó.

No obstante, a ese momento no imaginaría que tiempo después terminaría tratando de descifrar todo eso ocurrido en varios puñados de letras.

2.55 a.m.

Preso de cierta melancolía abrió, otra vez, uno de esos textos que había escrito sobre ella. Era como si siempre hubiera tenido la necesidad de vivir algo así. Algo que no conociera la firmeza de la realidad, sino solo la belleza siempre endeble de la ilusión. Entonces es que trataba, por todos los medios, que sus actos alimentaran esa tentativa inacabada de amor que albergaba y que esperaba se mantenga en ese estado. Nunca para atrás, pero mucho menos para adelante.

Estaba leyendo con los audífonos puestos repitiendo una y otra vez la misma triste canción.

En esas líneas parecía hablar con ella y consigo mismo a la vez. A ese escrito lo había titulado “Dalma”.

Un texto corto y extraño al que le había dado demasiadas vueltas.

Ya no quiero escribirte más. No quiero. Me rehúso a volver a hacerlo. Entiende que no quiero enamorarme de ti, tengo miedo de joderte la vida y joder la mía. Ya sé, ya sé, no me lo dices nunca, pero sé perfectamente que amas profundamente a otro y entonces no debería de preocuparme en demasía, pienso.

Y no eres la única, yo también solía amar a una que hace muy poco se fue de mi vida.

La dejé ir, la verdad.

Volviendo a lo que te decía, creo que deberíamos ser amigos. Y no solo “conocidos” o cualquier tipo de afecto, sino amigos entrañables. Aunque se también, y estoy seguro de eso, que en ese intento inevitablemente acabaríamos enamorándonos. Y esa no era la idea. No la mía, al menos. Nosotros, te lo pido desde ahora, debemos vivir eternamente flirteándonos y viviendo intensamente eso que en los enamorados dura poco: la ilusión.

Tú ya no estás ilusionada con tu novio, lo sé. Estas enamorada de él. Ilusionada estuviste cuando él solo te miraba y tú lo oías con atención. Cuando afanosa leías y releías repetidas veces los mensajes que él te enviaba.

La verdad no estoy seguro de todo esto que parezco categóricamente afirmar, pero lo intuyo. De lo que sí ando convencido es que tu ilusión dio su último respiro cuando decidieron etiquetar su relación y ser para todos oficialmente “enamorados”. Desde ese día comenzó la cuenta regresiva de su amor. Y por eso, en tu constante búsqueda de alguna nueva ilusión, es que te acabas de cruzar conmigo.

¿Y entonces?

Por si me lo estuvieses preguntando, yo digo que acepto. Estoy convencido de eso. Yo también quiero ser tu ilusión y que tú, y solo tú, seas la mía. No viviré para que me digas. “estaré contigo siempre” y en cambio moriré cada vez que me digas: “hoy puede ser un gran día”.

Ojala nunca hablemos de “mañañas” y vivamos nuestros momentos como si fueran los últimos.

Ahora bien, empecemos por no enamorarnos, sino ilusionarnos cada día con nosotros mismos.

¿Te animas?

3:55 a.m.

Tras terminar de leer su texto y con la botella de vino casi vacía decidió, en un arranque de valentía, llamarla y decirle de una buena vez todo lo que sentía por ella. La dosis de vino había sido determinante en su arrojo, eso quedaba más que claro.


Timbró siete largas, y sufridas, veces. Ella no contestó.