Cero


Acabo de llegar de un concierto al que he asistido solo para oír esa canción en directo. Pasa que cuando hace unos meses me enteré, por casualidad, que ese cantautor llegaba desde España a Lima, de inmediato compré el boleto por Internet. Es que es nuestra canción, así tú no te hayas dado por enterada aún. Corrijo: es nuestra nueva canción. Lo raro es que no sea de Silvio, Charly o Calamaro.     

Hoy con esa cerró el concierto. Acabó y me fui. Quería escribirte, lo tuve en mente todo el recital,  y por eso esperaba que suene esa canción para pedir mi taxi e irme.  

Y ya estoy aquí. Entonces, en medio del silencio me sirvo un trago, extraigo ese libro, leo un texto de Lucho Hernández y todo empieza de vuelta. Ahora es que creo que él y yo nos parecemos en algo: escribimos cartas de amor y no nos preocupa lo básicos que podrían parecer los lugares comunes en los que te hacen encallar las palabras que aluden a ese sentimiento.   

Ah, también citamos canciones y usamos partes de ellas. En inglés, en su mayoría.

Y decimos “te quiero” sin despeinarnos y sin preocuparnos si eso le pudiese restar altura a nuestra escritura.

Que igualado me sentí en eso último, la puta madre.  

Es todo como lo hablamos muchas veces: es difícil escribir “en simple”.

Pero, claro, en nuestro caso es distinto: Betty perdió a Lucho, a ella se le fue quien le escribió las cosas más hermosas que he leído del amor. Y yo te he perdido a ti, pero sigo escribiendo puntual estas estúpidas cartas urgentes que siempre lees y nunca respondes.   

En otras noticias, JM—que escribe estupendo y no necesitaría plegarse a ninguna  oleada de rabia—ha compartido ese artículo infestado de rencor con el que intentan bajarlo del pedestal al estupendo escritor Karl Ove Knausgard. Alguien me dice que la actitud de JM se explica en su tendencia izquierdista y en su total insatisfacción con el sistema y con todo. Y, aunque no muy convencido, he oído esa teoría. Luego la he analizado y sigue sin cerrarme del todo.  

E inevitablemente he recordado esa escatológica frase que oímos en una olvidable película argentina: “El éxito es como el pedo: si no es propio, molesta”

Igual estoy pensando que ya no queda bien que siga diciendo que amo como escribe Knausgard. Hoy, más bien, queda perfecto decir que no puede ser que un supuesto gran escritor escriba 3,500 hojas y nadie recuerde una sola gran cita entre el medio millón de frases que ha escrito el noruego en su popular saga.  

Lo seguiré diciendo, lo sabes. Es más, me encanta la idea que todos se desencanten y solo me guste a mí.        

Y, no pues, no recuerdo una gran frase. No al menos en los tres tomos que compré de la saga. Hay felices descripciones, eso sí. Yo digo que me gusta el lugar de observación en el que se ubica y lo efectivo que puede ser en el aporte de detalles relevantes a sus textos. Y eso lo puedo defender ante quien sea. Por cierto, a ti no te gusta Knausgard, lo intuyo. Tu tiempo lo veo mejor ocupado con Westphalen, a veces con Cisneros o Eielson. La poesía es lo tuyo. Y la pintura, como no. Llegado el caso, preferirías mil veces oír a Spinetta que leer a Karl, lo sé. Encerrada en ese al que denominas tu mundo rizomático eres feliz, lo viví. 

Pero hagamos algo: asumamos esta noche como especial. Dale, engánchate. Ahora sal de tu cuarto, abre un vino de ese español que te gusta, lee algo de Lucho y vuélvete a preguntar qué haces tú allá y yo aquí. Y vuelve a leer mis cartas, pero no llores. Piensa que tampoco estamos tan lejos, mientras repitamos el ejercicio de siempre: yo escribo, tú lees.